Con ocasión del Día Mundial del Agua, se acaba de celebrar en Ginebra un foro alternativo internacional sobre el mal reparto del agua dulce en el planeta. Se recordó que más de mil millones de personas viven sin agua potable y que el consumo de agua de mala calidad causa más de tres millones de muertos cada año. O sea, más de ocho mil personas a diario, o como lo declaró Gorbachov: «El agua contaminada mata, cada día, tanto como treinta grandes aviones 747 que se estrellasen».
La escasez de agua en el planeta resulta igual de inquietante. El agua será motivo de tensiones sociales y económicas que podrían llegar a convertirse en gravísimas y quiza en guerras. África del Norte y Oriente Próximo son las regiones más afectadas. Según las proyecciones de los expertos, la disponibilidad de agua per cápita habrá disminuido un 80% en un periodo equivalente a la duración de una vida humana. Entre 1960 y el 2025, habrá pasado de 3.450 metros cúbicos por persona a 667.
Las amenazas que pesan sobre las aguas dulces son múltiples. En primer lugar, el desvío de los ríos para la irrigación provoca la desecación de las regiones situadas en la parte inferior del cauce. Esa es la razón de que, en los confines de Kazajistán y Uzbekistán, el mar de Aral, cuya superficie disminuyó un 40% entre 1960 y 1989, se transforme progresivamente en un desierto salado. En segundo lugar, la construcción de presas y embalses, sea para el regadío o la producción hidroeléctrica, anega regiones enteras, perturba las migraciones de los peces y puede provocar inundaciones río abajo. A su vez, éstas son causadas por la deforestación, que llena los ríos de tierra y troncos de madera.
Debido a todos estos problemas, el control de los ríos se ha convertido en motivo de frecuentes conflictos entre los pueblos. Otro importante tema de preocupación: los vertidos relacionados con la agricultura y la industria, así como con la falta de tratamiento de las aguas residuales. El Danubio, por poner un solo ejemplo, es víctima de numerosos atentados ecológicos, especialmente en Alemania, donde tiene su origen.
No carecemos de indicios para pensar que el agua lleva camino de convertirse en una riqueza escasa o un bien raro. Sin duda, las tensiones que suscita aquí y allí no son más que signos tempranos de conflictos más graves. El agua dulce constituye uno de los retos más evidentes del siglo XXI, a menos que en el próximo decenio se descubra un procedimiento muy poco costoso para desalinizar el agua del mar... Aunque, en un grado menor, mares y océanos no tardarán en convertirse en retos del mismo orden. El agotamiento de la riqueza piscícola ya es fuente de múltiples fricciones, como las que se produjeron hace unos años entre España y Marruecos. En el futuro, la contaminación de determinados mares, entre los que no puede olvidarse el Mediterráneo, podría acabar enfrentando a los países ribereños.
La Cumbre de la Tierra celebrada en Río de Janeiro en 1992 y la conferencia mundial sobre el clima celebrada en Berlín en abril de 1995 ratificaron la idea de que el mercado no está en condiciones de responder a las amenazas globales que pesan sobre el agua potable. Y el Protocolo de Kioto, firmado en noviembre de 1997, así como la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Sostenible celebrada en Johannesburgo, del 26 de agosto al 4 de septiembre del 2002, mostraron que el efecto invernadero podría tener consecuencias catastróficas a largo plazo sobre los recursos hídricos del planeta. Por eso la ONU ha lanzado su nuevo eslogan para el próximo decenio: «Agua para la vida, agua para todos».
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