Si con la misma alegría te plantas en un escenario de calle en el 23 de enero así como te plantas en el más selecto escenario de conciertos de Alemania, si vas tranquilamente por las calles de Ciudad Bolívar con el mismo tumbao caminante que llevas por las calles de un pueblo en Portugal, si miras a cinco centímetros de distancia al mismísimo Juan Pablo II con el mismo arrobamiento devoto con el que miras los caballitos de Catalina Yánez, si te indignas en una indignación sin límites por la muerte de Perucho Cova indefenso y sin real para enterrarse como te indignas con la imagen imborrable de un hombre quemado sólo por el delito de salir a trabajar en su autobús proletario, si diseñas la portada de un libro con la misma dedicación con la que pintas ayes en la ausencia del ser amado, si miras el paisaje del amanecer en Guayana con el mismo asombro devoto con que miras cómo cae el sol de hermoso sobre los ranchos de Caracas (la belleza no discrimina, axioma) y si se la infancia disfrutada en pobrecía alimenta las horas de los triunfos, entonces en verdad eres un Patrimonio.
Porque no se es patrimonio por decreto, ni porque la Asamblea lo decida con firmas y Gaceta. Porque no se es Patrimonio por haber jalado bolas ni por hacer silencio cómplice frente a las aberraciones que nos marcaron como pueblo, ni por ser soso con un canto oportunista. Es por lo contrario.
Es porque desde 1971 el discurso fue el mismo y mantenerlo costó lágrimas. Es porque la intención siempre fue revolucionaria (no partidista) y a contra corriente, pues eso de visibilizar a nuestros poetas, a nuestros diversos géneros musicales, a un repertorio que parecía tener llagas de tan escondido que estaba, eso, digo, estuvo desde el principio en la acción y en la intención.
Y de todo esto se daba cuenta nuestro pueblo que miró con regocijo y también con asombro cómo cuatro hombres se plantaban a cantar canciones infantiles. ¡Santo Cristo!. Y este mismo pueblo observó cómo puede ser de radical una metra y cómo puede volar de alto un papagayo cuando quien adelanta las acciones sabe de riendas, porque las vivió.
Muchos nos interrogamos en torno a cómo Guayana, la entonces olvidada estrella de nuestra bandera se había hecho país completo, ancho y profundo en una Serenata que rebasó los límites impuestos por el hombre y sus luchas. Serenata de solidaridad hasta las últimas consecuencias, Serenata andina, Serenata falconiana, Serenata llanera, Serenata infantil, Serenata de causas populares, Serenata de proyección del hombre frente a su historia, Serenata universal en los campos del mundo, Serenata de calipsos y de valses, de boleros y bambucos, de pasajes y tonadas, de estribillos y galerones…
Hicieron bien, muy bien con el Decreto que declara a Serenata Guayanesa Patrimonio Cultural de Venezuela. Hicieron bien porque ya se estaban quedando atrás del decreto del pueblo.
De a poco esta Serenata se nos fue transformando en filosofía, pero no en la doctrinaria que se estudia de 4 a 6, sino en la hermosa que se vive, que se hace práctica cotidiana cuando nos volvemos niños para entender a la Patria corriendo en caballitos o elevándose en un volantín de tres colores.
Ahora, patrimonialmente, este querido cuarteto florecido en gratitudes hará del reconocimiento otra razón de lucha.
Gualberto Ibarreto, Lilia Vera, Las voces Risueñas de Carayaca, Anselmo López, Adelis Freitez, Jesús Ávila, María Rodríguez, con seguridad aplauden como nosotros hoy. Y esperan, como nosotros también esperamos.
Que nuestra nación bendiga a nuestro serenateros de aires infantiles y mirada campesina, de sudor de obreros y alma de poetas, las confluencias que marcan el patrimonio de una tierra que reconoce y se reconoce en el alma de su canto, Serenata adelante.
lilrodriguez@cantv.net
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