Definitivamente, desde aquel 4 de febrero de 1992 hasta la fecha, incluidas sus actuaciones más descollantes, el presidente Chávez vive hoy su mejor momento tras figurar como el principal promotor de la Celac, que acaba de constituirse en la capital de la República Bolivariana de Venezuela.
Por más defectos que se le imputen, sería díscolo desconocer que el gobernante criollo es un estadista sui generis, con un estilo muy particular, pero en extremo efectivo.
Sin contar con el apoyo de una maquinaria partidista con ramificaciones internacionales, ni con una esmerada crianza al estilo de los delfines vernáculos, cuidadosamente adiestrados alternando con sus pares extranjeros en simposios y retiros espirituales, desde su primer día en la presidencia Chávez se empeñó en ganar simpatías entre los jerarcas extranjeros, sin pararle a las diferencias ideológicas.
Con su intuición llanera, Hugo Chávez detectó que la empatía entre los Mandatarios vale más que el compromiso ideológico o los acuerdos políticos y económicos.
Fue así como repotenció a la Opep, que los zánganos de Pdvsa se habían esmerado en desguazar para luego privatizarla. En pocos años, los precios del petróleo repuntaron y el consorcio venezolano volvió por sus fueros a la escena internacional, acabando con la entrega o regalo de nuestro principal producto a las empresas extranjeras.
El presidente Chávez ha viajado más que ningún presidente anterior y hasta, quizás, más que todos juntos. Estableció nexos político-diplomáticos en los confines más lejanos, así como alianzas con los vecinos más pequeños a quienes la diplomacia bipartidista no había tomado en cuenta.
Si sacó la chequera, no fue para embolsillarse comisiones ni comprar conciencias, sino con la intención de mostrar nuestra solidaridad humana con los más necesitados, ganando, de paso, la buena voluntad de muchos pueblos.
Los frutos están a la vista. La Celac nace sumando la voluntad prácticamente unánime de nuestra América. Ahora deberá decretar la paz como prioridad, prohibiendo armas atómicas en nuestros países, así sea en los límites del mar territorial, donde pasea, amenazante, la IV Flota gringa.
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