Antes del 4
de Febrero de 1992, el pueblo venezolano revolucionario se comunicaba
a través del susurro y de las señas, ya que en el imperante Estado
represivo de la IV República, hasta las paredes oían…
El accionar
oportuno de los hombres alzados en armas el 4 de febrero desenmascaró
al sistema seudodemócrata más largo y putrefacto de nuestra
vapuleada y joven historia; con su hazaña nos enseñaron como romper
las cadenas físicas y mentales con las que fuimos sometidos por los
gobiernos cuartorepublícanos tiránicos, lacayos y serviles del imperio
yanqui.
La explosión de tan magna fecha junto a las palabras del “por ahora”, es la experiencia auditiva más agradable para un pueblo que resignado había perdido la fe, y toda esperanza.
El rojo escarlata
derramado sobre la estampida humana del Caracazo fue la luz verde que
dio puerta franca a la rebelión cívico militar del 4 de febrero, que
hoy es patrimonio de rebeldía con aroma de libertad grande, que nos
permite andar por el vecindario sin el temor de que las paredes y las
piedras del camino nos oigan, y puedan delatar cada palmo recorrido
en pos de la felicidad plena.
No obstante,
sobre esa felicidad que los revolucionarios buscamos consolidar se cierne
una amenaza latente que debemos contrarrestar con una participación
masiva en el sufragio electoral que se avecina en el venidero 7 de octubre.
¡Vamos todos a darle de regalo un canasto repleto de diez millones
de votos al comandante Hugo Chávez!; el soldado que un día de temprano
amanecer se trazó como meta trillar de punta a punta los esteros de
la Patria hasta el cansancio, para ver cristalizada cada gota de sudor
en trono de justicia humana.
Sí señor, ¡10 millones de sonrisas!, al soldado que desde el 4 de febrero de 1992 recorre los caminos polvorientos de su pueblo. Al soldado que sin más título académico que las artes de la guerra es capaz de configurar la más grande ilusión de un sueño. Vamos, pues, cada uno a su trinchera, ya que la diferencia en ventaja de votos ante el adversario tiene que ser gigantesca o, de lo contrario, con rabia e impotencia, veremos cómo se estaciona amenazante con anuencia lacaya un portaviones en las inmediaciones de alguna vecina isla caribeña.