Si un rico logra hurgar entre sus ancestros o “árbol ginecológico” (sic), hallará en él un paupérrimo pariente suyo de vieja data. Sin embargo, semejantes personalidades se van cubriendo de una coraza contra todo signo que amenace su estatus vigente “sobre el que “juran y perjuran” no volver a perder. Repelen el contacto y trato con todo lo relacionado con pobrería, aunque demandan técnicos varios del subproletariado peor pagado, entre quienes destacan las ayudantes y ayudantas como trabajadores de “faena sucia” (1). A estos trabajadores los miran después como gente inferior y no las tragan, aunque sí las mastican, porque les autorrecuerdan a cada instante de donde han salido. Han sembrado en esos ayudantes (as) algunas dosis de discriminación social contra sus colegas de casas menos ricas, con lo cual se han privado de las necesarias huelgas (2) para luchar por un mejor trato en sus bolsillos y por un trato más adecuado como personas no menos dignas que quienes fungen de matronas y patrones.
Desde luego, hay muchas excepciones sobre semejantes aberraciones sociológicas, pero el grueso de la clase media se arroga tales ridiculeces y bajezas; magnifica su aburguesamiento y suele esconder con galas y bisuterías comerciales su condición de proletario. Los médicos aburguesados, por ejemplo, suelen negar que “trabajan”; ellos, para sí, sólo salvan vidas, algo así como divinidades materiales. Los abogados litigan, los contables matematizan, etc., pero no trabajan según su mezquina concepción del trabajo y su depauperada espiritualidad.
A propósito: Con el caso del “empobrecimiento” de los precios de las mercancías “baratonas” que realiza el gobierno actual, la clase media se incapacita para visitar una tienda de línea blanca o marrón, porque sus amigas y vecinas no les perdonarían nunca usar los muebles que compra, consume y usa el proletario pobre, masa de trabajadores a la que alguna vez pertenecieron pero que borran de su encuadernado, hinchado y maquillado currículum con el cual todos ellos se intermienten o “mojonean” entre sí mismos, según la acertada fotografía sociológica que de la clase media burguesa realizó León Tolstoi (La Muerte de Ivan Ilich).
Por ese complejo de riqueza salarial, los comerciantes de esas mismas líneas comerciales pueden seguir contentos, ya que lo que pierdan en ventas de los beneficiarios de “Mercal”, lo recuperarán hasta con creces con el enriquecimiento de sus precios (3), que gustosamente permitirán y honrarán estos miembros de la infatuada clase media, ajena a todo lo que huela a pobreza.
(1) Hablar de “faena sucia” es una perfecta impropiedad, habida cuenta de que ningún trabajo es sucio per se, aunque el trabajador use vestidos, materiales, equipos y maquinarias sucias, pestilentes y contaminantes.
(2) Huelga es una palabra amputada de su acepción política en el vocabulario de los diccionarios burgueses fabricados en las empresas capitalistas. En estos léxicos aparecen acepciones como: flojera, holganza, vagancia, diversión y afines, pero no la referida a la forma de lucha social: obrero-patronal ni patrono-obreril.
(3) “Con mi arroz caro, no te metas”: airada e irrespetuosa respuesta que ofreció un miembro de la clase media cuando un regulador de precios pretendió hacerlo con el de una mercancía de primera necesidad, para ricos y pobres e independientemente del inventario donde se halle.
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