Somos lo que comemos

Son millones de personas que sufren diariamente de los flagelos de la mala alimentación. Hombres, mujeres y niños se encuentran en la senda elaborada por transnacionales de comida rápida. Estas empresas gastan miles de millones de dólares en publicidad que relaciona el menú chatarra con un estilo de vida supuestamente moderna.

Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud las enfermedades producidas por la ingesta de este tipo de alimentos alcanzan proporciones epidémicas en nuestro continente. Es impresionante como crece anualmente la cantidad de sucursales en nuestro país de la transnacional de los “arcos dorados”, tenemos casi el mismo número de expendios que países con mucha más población como por ejemplo Argentina y Brasil. Lo peor de todo es como algunos padres caen en las garras de la publicidad y celebran una salida familiar con sabor a colesterol.

Casi ningún país se salva de estas empresas, sin embargo, hace un año se estreno un documental que explica las razones por las cuales McDonalds quiebra en Bolivia. Más allá de los precios excesivos existen razones culturales que pesan más que todo el dinero invertido en publicidad. No hubo una campaña en contra de la cadena, simplemente no compraron sus productos, defendiendo así el derecho a alimentarse sanamente.

En Latinoamérica existe una variedad de verduras, granos y frutas que llegan a ser vendidos en el extranjero a precios exorbitantes. Muchos de estos productos son denominados exquisiteces. Pero lo importante es el valor energético que muchos de nuestros alimentos proporcionan. La Quinua, por ejemplo, es un cereal boliviano que resulta ser una rica fuente de proteínas vegetales. El presidente Chávez lo ha mencionado en varias oportunidades y actualmente se desarrollan convenios no solo para la importación y procesamiento de la Quinua si no para que nuestros agricultores realicen un intercambio de saberes con expertos bolivianos con el fin de sembrar en el país este tipo de cereal.

Las transnacionales de comida rápida no solo nos afectan físicamente, tenemos que analizar también a los trabajadores que emplea cada restaurante de comida chatarra. Todos tenemos al menos un conocido que trabajó en algún restaurante de estos. Los sueldos son bajos en comparación de la explotación que generan. Jóvenes de 16 años (con permiso de sus padres) comienzan una “carrera” en la compañía que les ofrece supuestos beneficios estudiantiles y oportunidades de “progresar”. No es un secreto que muchas de ellas antes de ser aprobada la nueva Ley Orgánica del Trabajo, mantenían a estos muchachos solo tres meses a prueba para luego ser despedidos sin ningún beneficio otorgado por la ley.

Pero ¿Cómo podemos deshacernos de este flagelo? Todo queda en manos de nuestra propia educación. Debemos hacer campañas en defensa de la buena alimentación, promover aquellas que el Instituto Nacional de Nutrición lleva a cabo en las escuelas y garantizar que lleguen a nuestros jóvenes y adultos para que se responsabilicen de los más pequeños. Por otro lado, no debemos comprar en estos establecimientos ni seguir financiando estas compañías explotadoras. Debemos incentivar campañas que defiendan nuestros platos típicos y que se impongan por sobre cualquier comida rápida hecha con quién sabe qué partes de animales y a costa de la salud de miles de millones de personas en el mundo.


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Ricardo León


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