Mi estancia en Tenerife coincidió con el anuncio, por parte del Presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, de nuevas medidas de ajuste para sortear la severa crisis económica que sacude al país europeo (más impuestos, menos beneficios laborales); y el arribo a Madrid de los mineros del carbón, luego de casi tres semanas de marcha desde Asturias, en protesta por recortes que significarán el cierre de las minas donde trabajan.
Ambos hechos ocurrieron el miércoles 11 de julio, y nos ilustran cómo comienzan a agitarse los mares profundos de la sociedad española. Se avecinan nuevas tormentas en el océano europeo.
Unas y otras medidas (y las que le precedieron y las que habrán de venir) son acompañadas de una retórica que, en Venezuela, aprendimos a oír a de boca de la vieja clase política. Uno escucha a Rajoy decir: "Hacemos lo que no nos queda más remedio que hacer, tanto si nos gusta como si no", y es imposible no recordar a Carlos Andrés Pérez anunciando la inminente aplicación del paquete neoliberal, hace veintitrés largos años.
Lo mismo sucede cuando se leen las declaraciones de José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, a propósito de las protestas de los mineros: "Es metafísicamente imposible aumentar las ayudas al sector". ¿Quiso decir que es físicamente posible, aunque no deseable por su gobierno? Quién sabe. Como sucedía en tiempos de partidocracia, uno nunca terminaba de entender a estos señores, pero bastaba escucharles para saber que gobernaban de espaldas al pueblo.
De regreso a Venezuela, he percibido una enorme similitud entre la clase política que gobierna España y la que aquí pretende volver por sus fueros: hay algo que hermana aquel discurso de Rajoy, Soria y compañía sobre la fatalidad o la supuesta inevitabilidad de las medidas antipopulares, con el Capriles que luego de publicar un documento probadamente forjado de la FANB, se lava las manos y acusa al gobierno de ser el responsable.
No logro explicármelo. Tendré que seguir indagando. Pero tengo claro que los une algo más que el cinismo. Tal vez sea que Capriles está realmente convencido de que no hace falta asumir la responsabilidad de nada, porque al fin y al cabo su derrota es "metafísicamente imposible". Su triunfo, una fatalidad. Como si el pueblo venezolano no hubiera decidido labrarse su propio destino.