La revolución bolivariana se enfrenta al gran dilema de la liberación. Su parálisis en la creación de una alternativa distinta al capitalismo no es razón de derrota sino todo lo contrario. Es un problema generado en gran medida por indefiniciones y otras veces por intereses ocultos de los tergiversadores de oficio de nuestra pequeña burguesía. El Presidente Chávez, ya con mucha antelación, viene planteando el cese a la construcción de más empresas capitalistas por parte del Estado, trazando como directriz la edificación de la alternativa cooperativista como vía al socialismo.
No pretendo con este simple artículo elaborar una teoría que totalice tajantemente lo que debería ser una cooperativa y como podría funcionar, solo creo conveniente despejar algunas interrogantes y dar algunas respuestas enmarcadas en la lógica del materialismo histórico y dialéctico.
Rosa Luxemburgo, en referencia al dilema de las cooperativas, decía: “las cooperativas, especialmente en el campo de la producción, constituyen una forma híbrida en medio del capitalismo. Podrían describirse como pequeñas unidades de producción socializadas dentro de la forma de cambio capitalista”.
La gran dificultad de emprenderse por si solas como cooperativas en un sistema donde las relaciones capitalistas subsisten con fuerza y las enfrentan en competencia es camino a la derrota. Pretender enfrentarse a las empresas capitalistas solo será posible enajenado su sentido y trabajando en función de las leyes del capital en “sana competencia”, lo que resultaría un gran absurdo. La pregunta que nos planteamos es: ¿Cómo garantizar su desarrollo bajo un sistema donde las relaciones capitalistas dominan la economía? Las cooperativas solo podrán subsistir y desarrollarse suprimiendo las relaciones de cambio capitalistas con el apoyo efectivo del Estado revolucionario. Deberán romperse las leyes del mercado y de la libre competencia, garantizando un mercado seguro a sus productos, impulsando la formación de cooperativas de consumidores.
El cooperativismo como elemento transitorio en la construcción de la sociedad socialista dependerá del nuevo Estado y su visión.
Ahora bien, si partimos del reconocimiento de la razón fundamental, que la explotación del hombre por el hombre parte de las relaciones de propiedad existente (propiedad privada), nos equivocamos al pensar que la propiedad colectiva de las empresas fundamentales del país es la solución, desviación semejante a la alternativa de la cogestión impulsada por la “Burguesía-Nacional” (FEDECAMARAS) y los Bernstein de hoy que auguran: “Los pobres llegaran a ser ricos”.
Solo comprendiendo la necesidad de la propiedad social, concepción verdaderamente liberadora, podremos avanzar o retroceder en este sentido. ¿Como garantizar la propiedad social?.
La lógica que el Estado es la máxima organización de la sociedad y, por ende, hablar de propiedad del Estado es hablar de propiedad social. De allí surge la tesis de la Propiedad Estatal: “el Estado como el máximo garante de la sociedad en materia de propiedad”, esto no siempre funciona. La historia de la URSS nos ha mostrado una gran lección. Una clase extraña al pueblo, producto del enajenante Capital que sobrevivió, aun exterminada la propiedad privada capitalista. Su lógica de dominación perversa y egoísta, envolvió a la clase dirigente e instaló patrones de conducta y estatus de clase ajena. Salida de las propias entrañas del Estado soviético, revirtió lo que en tiempos de Lenin fuese propiedad social, en propiedad privada de la clase burguesa que hoy ostenta el poder de Rusia. En conclusión, el Estado es la necesidad transitoria fundamental para el mantenimiento de la revolución, es el poder coercitivo de la clase social que ostenta el poder, instrumento perfecto para resistir los embates de la contrarrevolución interna y externa, pero a la vez, enfrentamos al germen que puede gestarse en su propio seno. Su lógica dependerá del grado de participación popular, del contenido revolucionario que la envuelve y del reconocimiento de su transitoriedad, la dialéctica.