El rostro del Libertador i las causas de muerte (IX)

“Si se llegara a entender ampliamente que cualquier afirmación de conocimiento exige pruebas pertinentes para ser aceptada, no habría lugar para la pseudociencia”. Carl Sagan

“La ciencia humana consiste más en destruir errores que en descubrir verdades”. Sócrates

Hemos reconstruido con una aproximación declarada de un 96% el rostro del Libertador Simón Bolívar, mediante las facilidades que nos proporciona la ciencia, aunque en ese 4% que nos queda ignoto, posiblemente la edad no está dejando su huella para los relieves óseos i las alturas aproximadas de las elevaciones musculares (cráneo de 47 años), como tampoco el tipo de enfermedad; es un rostro con pocas arrugas, que son muestras de sufrimiento, palidez de la piel o hasta el brillo u opacidad de la mirada (la córnea), i cierre u obertura de los ojos. Sin embargo hai bocetos de ese rostro próximos a la fecha de su muerte, i muchos otros en la plenitud de la vida, la juventud i la niñez, por artistas de su tiempo i por otros que interpretaron esos rostros pintados entonces, i crearon una fisonomía con un componente mui subjetivo del artista. De eso hablaré más adelante, en referencia a lo publicado por el artista Omar Cruz i lo de quien escribe, respecto a lo que expresa, el absurdo reclamo del señor Phillippe Froesch. Pasamos entonces, siguiendo la exposición de ocho artículos anteriores que, parece que nadie se los ha dado a leer al Presidente Chávez, quien dogmáticamente sigue insistiendo en que fue envenenado −aunque ya ninguna de la elucubraciones o manipulaciones de Mier Hoffman, las toma en cuenta− aunque sin la más mínima prueba o sospecha, insiste en el envenenamiento i descarta un diagnóstico aceptado por la gran mayoría de historiadores, médicos i científicos investigadores, que durante dos siglos casi, se han ocupado del diagnóstico del Dr. Próspero Reverend, quien además de los datos de la historia clínica, la evolución seguida paso a paso i la práctica de una necropsia bien hecha como lo pudo observar José María Vargas, voces piratas quieren poner de lado toda esa información veraz hasta donde lo hemos conceptuado, unos disparates que no tienen ni categoría epistemológica de hipótesis.

En filosofía contemporánea tenemos un ejemplo brillante i demostrativo de que no podemos entender i aceptar, cualquier afirmación de conocimiento, sin exigir pruebas pertinentes para ser admitida (lo que sería hacer pseudociencia), como lo fue el célebre debate entre Bertrand Russel i Friederich Copleston, sobre la existencia de Dios, cuando descartada por Russell la prueba de la Primera Causa in-causada dada por el jesuita, quedaron conformes cuando Bertrand Russell concluyó: “Así como usted no puede darme ni una sola prueba de la existencia de Dios, yo no puedo darle tampoco ni una sola prueba de la no existencia de Dios. No soy ateo, lo que soy es agnóstico”. Aunque este es un ejemplo mui elevado o universal, i que los humanos del presente ya no lo quieren discutir más científica i filosóficamente, la acción sin embargo repercute en las decisiones que toman los hombres, rechazando todo dogmatismo. De tuberculosis no hai ningún indicio en la osamenta, porque la única variedad de tuberculosis que afecta los huesos es el mal de Pott, que lo primero que hace es deformar la columna vertebrar i fabricar jorobados i lisiados; i de tuberculosis pulmonar, es obvio que no se encontró nada, como tampoco trazas de venenos ni de lesiones por hongos, como el Histoplasma Capsulatum, una variedad distinta a la africana. Para estudiar el ADN, las investigadoras informaron cómo pudieron tomar muestras de algunos dientes, i eso se comparó con el ADN de las hermanas del Libertador enterradas en la Catedral; además quien presidió la traída de los restos de Santa Marta a Caracas, no fue un militar, un abogado o un mandadero profesional: fue nada menos que el Dr. José María Vargas, i creo que el único cadáver enterrado en la Catedral de Santa Marta en aquellos años, con protección cerrada de plomo, fue el cadáver del Libertador. Vargas, además, realizó un trabajo conservador de los restos, que ha asombrado a los científicos de hoi. Por eso es desestabilizadora la insistencia del autor de LA CARTA, que estamos engañando a Venezuela i al mundo, con unos restos que se dicen son del Libertador...pero no lo son i la única persona que sabe donde está enterrado en la selva, es él. Para este señor, pueden leerlo en sus libros, el Libertador no murió en Santa Marta. ¿Quién era entonces, ese hombre moribundo i genial que dictó una proclama célebre para su pueblo e hizo testamento? ¿I estuvo rodeado por sus generales i demás allegados que le apreciaban o lo amaban, i ninguno se percató que era un sustituto? Todos, todos incluyendo a Don Joaquín de Mier i al doctor Reverend, fueron cómplices de un engaño histórico como jamás se había visto ni se volverá a ver en el mundo. ¿Por qué no investigará si los restos de Napoleón, que están en Los Inválidos, son los del Emperador de los franceses?

Dejando a un lado este chocante punto desestabilizador, posiblemente fomentado por la CIA, sigamos con el diagnóstico de la enfermedad, recordando aquello que siempre repetimos de generación en generación, que la clínica, es la Reina de la Medicina, pese a todos los recursos tecnológicos asombrosos con los que contamos actualmente. Por eso recurrí a la Medicina Interna de Cecil, −la monumental obra de Jiménez Díaz, donde describía magistralmente la primera consulta para el diagnóstico− ya no se consigue , pero el Cecil es un libro de excepcional importancia para todo médico desde que estudia medicina. En cuanto a la Tuberculosis Pulmonar, nos dice: “La tuberculosis es la infección producida por Mycobacterium tuberculosis. Se caracteriza por un período de latencia prolongado (el subrayado es mío) entre la infección inicial y las manifestaciones clínicas en la que predomina la neumopatía (aunque también afecta a otros órganos) y una respuesta granulomatosa con inflamación y lesión de los tejidos” Pasa luego describir el agente causal ya mencionado, que son bacilos en forma de bastón, aerobios y no esporulados, de los que existen géneros mui parecidos (el bacilo de Koch). Sigue una literatura o exposición amplia sobre, el comportamiento de esta bacteria, la trasmisión, la patogenia i la inmunidad, así como la epidemiología, recalcando que su acción está directa o íntimamente ligada a las defensas del huésped, aunque no elabora endotoxinas ni exotoxinas, por lo cual la destrucción de los tejidos es ocasionada por productos que elabora la respuesta inmunitaria. I en cuanto a la epidemiología, no solamente en tiempos pasados era sumamente frecuente o elevada, sino que en la actualidad, con tantos medicamentos a la mano, sigue siendo una causa principal de morbilidad i mortalidad. Pasando ahora por alto, otros datos, veamos la enfermedad pulmonar. Dice el Tratado de Medicina Interna: “Los síntomas clásicos, incluyen los siguientes: la tos es prácticamente universal; al principio es seca pero posteriormente conlleva cantidades crecientes de secreción purulenta y sangre, que varía desde esputo hemático hasta hemoptisis. Conforme la enfermedad avanza la fiebre es más común; la temperatura desde cifras subnormales hasta elevaciones considerables. También es frecuente que el paciente refiera diaforesis, incluyendo sudación abundante nocturna. Otras molestias comunes son malestar general, fatiga, pérdida de peso, dolor precordial no pleurítico y disnea”. Siguen luego más signos i síntomas, pero creo que los expuestos son suficientes para comparar con las informaciones que aporta el mismo Bolívar en muchas o muchísimas cartas desde 4 ó 5 años antes, i las que refieren sus amigos como Posada Gutiérrez, i otros, con las gravedades que tuvo. Veremos, cuando estudiemos someramente también la Histoplasmosis que los síntomas i signos no son iguales, no evolucionan de la misma manera, no tienen tanta antigüedad en la historia del paciente, i pasa muchas veces casi desapercibida o hasta mejora o cura espontáneamente, pese a que puede dar grandes lesiones o enfermedad pulmonar, mortal en ocasiones. ¿Pero quién hizo el diagnóstico definitivo que se ha admitido tanto? Pues el médico francés Próspero Reverend, a quien se le han buscado muchos puntos negativos para descalificarlo, ninguno comprobado. Reverend, en compañía del Dr. Mc Knight que lo recibieron en Santa Marta, diagnosticaron casi sin dudas: tisis pulmonar. Luego de muchas discusiones i a veces desacuerdos, pues el norteamericano por la palidez de su rostro i fiebres vespertinas, pensaba en Paludismo, i los primeros tratamientos fueron para el catarro pulmonar crónico o tisis con pulmones dañados, como afirmaba Reverend, con bálsamos pectorales i papeletas de quinina para la malaria. Lo que posiblemente no quedó consignados en los informes (33) del galeno francés, fueron tal vez muchas conversaciones con el paciente como por ejemplo, desde cuándo se ha sentido mal, cuáles son los síntomas o problemas que ha sentido, cómo se ha estado alimentando, si la tos es persistente i vieja, si ha tenido fiebre i malestar, cómo ha perdido de peso, etc., todo lo que constituye la anamnesis (interrogatorio o historia para orientar el examen i el padecimiento) del paciente i que Bolívar hubo de referir lo que dijo en sus cartas; pero que nosotros con el tiempo, valiéndonos de esa numerosa i valiosa producción epistolar recogida después de su muerte, nos prueba −léase bien, nos prueba que venía enfermo i de mucha gravedad en los últimos meses− de una afección cuyos síntomas coinciden con los de una tuberculosis pulmonar i ninguna sospecha de que lo estén envenenando sus enemigos. Se lo debió preguntar. Su gravedad: después del atentado septembrino; su puñalada en el alma: el asesinado de Sucre en Berruecos. La pena física i la pena moral, exacerbadas.

Pero reflexionemos sobre el diagnóstico, con la ayuda magistral de Laín Entralgo o de Weissäcker, como pudo ser el diagnóstico intuitivo para aquellos tiempos, hecho por aquellos dos médicos, un francés i un norteamericano, que recibieron en pésimas condiciones al paciente, bajado del barco, en especie de silla-camilla o silla de brazos, para sentarlo en una berlina donde se derrumbó, por su estado físico seriamente deteriorado; nada en secreto sino a la vista de los ciudadanos de Santa Marta que concurrieron al muelle para su recibimiento, aunque anotan que el General Montilla fue el más alarmado de todos, al contemplarlo.

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(Continuará)



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Roberto Jiménez Maggiolo


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