El terror aquí, el terror allá


"El terror es universal, pero la justicia no", Carlos Fuentes


A los muertos en Madrid, en Nueva York o Londres, se les llama víctimas civiles. A los muertos en Bagdad o Kabul se les domina "daños colaterales".

Poner bombas en los metros o arrojar aviones contra los edificios de ciudades occidentales son actos terroristas. Lanzar bombas sobre las barriadas populares de Mosul es un procedimiento quirúrgico para extirpar a los bandidos que atentan contra nuestros valores y estilo de vida.

La prensa, como la diplomacia de Occidente, recurre a vocablos completamente distintos para nombrar hechos idénticos. Todo depende de quienes sean sus autores.

Pero esta prestidigitación lingüística -no casual, por supuesto- trata de ocultar una de las realidades más abominables del mundo moderno y es que la guerra, quehacer otrora de valientes soldados, es hoy un oficio de cobardes.

No más lanceros y espadachines, ni siquiera rifleros y artilleros jugándose la vida. En las guerras actuales, cada vez se cuentan menos bajas militares, mientras las civiles crecen en proporción dantesca.

Durante la guerra de Vietnam, por ejemplo, 58.000 soldados estadounidenses murieron y otros 300.000 resultaron heridos o mutilados. En la Segunda Guerra Mundial murieron millones de combatientes. En contraste, durante la actual guerra en Irak, las bajas efectivas norteamericanas llegan a 1.731 y a 13.000 la cifra aproximada de heridos, de acuerdo con el último conteo del Pentágono.

Sin embargo, 25.000 civiles fallecieron en Irak desde que Estados Unidos y Gran Bretaña lanzaron la invasión, de los cuales 5.000 fueron mujeres y niños, de acuerdo con un informe divulgado la semana pasada por el Oxford Research Group, un organismo universitario londinense que lleva un registro de las bajas.

Otras fuentes, también occidentales, mencionan cifras aún más dramáticas: por encima de las 100.000 víctimas civiles.

La guerra dejó de ser una colisión de dos ejércitos de carne y hueso, para transformarse en el arte de aplastar a distancia a poblaciones civiles inocentes, pacíficas y desarmadas.

Desde la cabina de sus aviones supersónicos o desde los centros de lanzamiento de misiles, los guerreros no llegan ni a arrugarse el uniforme. Sobre una pantalla de computadora, deciden la suerte de miles de personas, con la misma indolencia con que lo hacían de niños en los modelos de exterminio masivo, que la industria del entretenimiento vende como inofensivos juguetes.

Un soldado, por sí solo, puede contabilizar en decenas, centenas o millares las víctimas de sus "hazañas", sin haberle visto la cara a sus enemigos y sin haber estado ni siquiera medianamente cerca del peligro.

¿En qué se diferencia este "luchador por la libertad" del terrorista que, amparado en el anonimato, introduce una carga fulminante en un tren de pasajeros con la intención de aniquilar al mayor número posible de personas inocentes?

¿Existe acaso una justificación ética para lo uno o lo otro? ¿O es que acaso se marca una diferencia esencial entre el hecho de introducir una bomba bajo el asiento de un medio de transporte público o dejarla caer desde diez mil metros de altura sobre una populosa barriada?

La respuesta es obvia. Entonces uno se pregunta si es una estupidez congénita o un cinismo insoportable lo que provoca actitudes tan dispares de parte de los medios de prensa, los gobiernos y los políticos occidentales frente a hechos equivalentes en crueldad y cobardía.

¿Por qué los crímenes de los terroristas islámicos provocan rasgados de vestiduras y condenas y los de las potencias occidentales el silencio cómplice, en el mejor de los casos?

¿O es acaso que todos piensan, como el Presidente de cierta República-Banana, que la inocencia de los niños de Irak es menos merecedora de compasión que la de los de este lado del mundo?

* El autor es periodista y escritor costarricense.



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Oscar Núñez Olivas/Periodista y escritor costarricense/ Publicado en Informa-tico.com

Dirigente de los Círculos Bolivarianos, comunicador alternativo, Director del periódico La Voz del Valle

 lavozdelvalle2@yahoo.es

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