Nada justifica los atentados de julio en los que han muerto en Londres 56 inocentes, y 88 en Sharm el Sheij. Porque matar a inocentes en el nombre de una supuesta causa justa nunca es defender una causa justa, es simplemente matar a inocentes.
Estas agresiones eran previsibles. “Para nosotros, esos atentados no han sido una sorpresa”, admitía Christophe Chaboud, jefe de la Unidad de coordinación de la lucha antiterrorista en Francia, “sino la confirmación de algo inevitable, habida cuenta el contexto internacional, especialmente la guerra de Irak” (1). Desde hace meses, los responsables de seguridad repetían que el problema no era saber si se iban a producir esos ataques, sino cuándo. La apertura de la cumbre del G-8 (grupo de las siete potencias más ricas, y Rusia) en Gleneagles, Escocia, proporcionó la ocasión simbólica. Y los famosos servicios de seguridad británicos, conocidos bajo las siglas de MI5 y MI6 (Military Intelligence) fueron incapaces de evitar la carnicería. Confirmando que nadie ha encontrado todavía un despliegue de seguridad tal que garantice mantenerse al abrigo del terrorismo de modo duradero.
Anthony Blair, primer ministro británico, se niega a admitir el menor vínculo entre estos atentados y su política hacia Irak. Sin embargo es evidente que el alineamiento de Londres con el belicismo de Washington, que invadió Irak y lo ocupa, a despecho de una fuerte oposición popular, iba a terminar teniendo consecuencias trágicas en la misma Gran Bretaña. Los atentados de Madrid el 11 de marzo de 2004 habían constituido una siniestra advertencia en ese sentido.
La situación en Irak sigue siendo caótica. Las autoridades estadounidenses, que mintieron para justificar la invasión, tal como ya está demostrado, se supusieron capaces de gestionar la posguerra. Sin embargo, Irak se ha convertido no solamente en un cenagal, sino en un verdadero polvorín (véase el artículo de Howard Zinn, páginas 4 y 5).
Contrariamente a lo que afirmó el presidente Bush, el mundo no es un lugar más seguro desde que se invadió Irak. Por el contrario, la red Al Qaeda no ha sido desmantelada. Osama Ben Laden no ha sido detenido. Y la nebulosa yihadista ha golpeado lugares hasta el momento a salvo: Estambul, Bali, Casablanca, Madrid, Londres… Según la opinión de los mismos servicios estadounidenses, Irak se ha convertido en una “escuela de guerrilla urbana”, un verdadero “laboratorio del terror” (2), que acoge a cientos de voluntarios llegados de diferentes países. Allí la violencia alcanza dimensiones paroxísticas. Los insurgentes han matado a más de 12.000 personas en el curso de los últimos 18 meses. Actualmente la cantidad de iraquíes muertos en atentados se eleva a 200 por semana: ¡800 al mes! El Pentágono calcula que la rebelión, fundamentalmente suní, cuenta con alrededor de 20.000 combatientes apoyados por unos 200.000 ocasionales…
Las fuerzas de ocupación no saben cómo terminar con ellos. A pesar de una represión que no cede ni ante el recurso a los secuestros, las cárceles secretas, la tortura –como han demostrado los abusos en la cárcel de Abu Ghraib–, ni ante el uso desproporcionado de la fuerza. Un soldado, Jim Talib, que participó en el ataque a Faluya, atestigua: “Un día yo llevaba a la cárcel a un detenido y el suboficial a cargo de los interrogatorios nos dijo que no lo lleváramos. ‘Bájenlo’, dijo. Yo estaba estupefacto. No podía creer que hubiera dicho realmente eso. No bromeaba. Unos días más tarde, pasó un grupo de vehículos Humvees, había dos iraquíes muertos atados a los capó como presas de caza. Uno de los cuerpos tenía el cráneo abierto, y el cerebro había empezado a freírse sobre el capó del vehículo. Era un espectáculo horrible. Fui testigo de muy poco respeto por los vivos, ninguno hacia los muertos, y casi nadie tenía que rendir cuentas” (3).
En el Tribunal mundial sobre Irak que se celebró del 25 al 27 de junio en Estambul, y que los grandes medios de comunicación ocultaron, uno de los testimonios más abrumadores fue el que presentó el periodista líbano-estadounidense Dahr Jamail. Contó cómo un funcionario de la Administración de Bagdad, Ali Abbas, había ido a una base estadounidense para averiguar la suerte de uno de sus vecinos desaparecidos. Como insistía, Ali Abbas fue detenido allí mismo, desnudado, encapuchado y obligado a simular actos sexuales con otros prisioneros. El procedimiento estándar. Después le arrojaron perros, le golpearon en los genitales, y recibió descargas eléctricas en el ano. Con el cañón de un arma hundido en la boca, sus verdugos le amenazaron con ejecutarlo si gritaba. Después lo dejaron chapoteando en sus excrementos… (4).
Blair cree que no hay ninguna relación entre estos abusos cometidos en Irak y los atentados en Londres. ¿Y si hubiera alguna?
(1) Le Monde, 12 juillet 2005.
(2) International Herald Tribune, 22 juin 2005.
(3) Se puede joindre Jim Talib en la siguiente dirección : jimtalib@yahoo.com
(4) Cf. http://dahrjamailiraq.com/ Leer también John Pilger, « Sono arrivati le bombe di Blair », Il Manifesto, Rome, 8 juillet 2005.