Los estudios económicos de prospección, los de mercado, tienen como objetivo
fundamental determinar con máxima aproximación factible las cuotas de
posibles ventas que se hallen insatisfechas porque la oferta de marras sea
inferior a la demanda potencial, y razón por la cual los precios estén
oscilando con tendencias alcistas.
Por supuesto-damos por descontado-que si el empresariado muestra antipatías
con la política económica del gobierno de turno, entonces la Política priva
sobre las consideraciones económicas, y ese empresariado, lejos de resolver
el déficit de oferta, lo agrava a su conveniencia: acapara más de lo usual,
daña parte de la producción, minimiza su capacidad productiva potencial, y
acelera, pues, las alzas de precios que puedan atribuirse o cargarse al
Estado.
La capacidad instalada ociosa que presentan las empresas burguesas responde
más a sobrantes predeterminados por el productor de maquinarias que a
cálculos previsivos. Este fenómeno se hace palmario con terrenos ociosos que
suelen acompañar a sus instalaciones: sólo han servido como reservas
inmobiliarias de engorde y barbecho, pero no para posibles aumentos en
galpones, talleres y oficinas, no para posibles incrementos de oferta de
producción, sino porque los productores de maquinarias principales y
auxiliares fabrican sus mercancías a determinados y discretos volúmenes de
capacidad de producción.
Si el Estado o gobierno de turno toma medidas contra esas modalidades de
acaparamiento, el empresariado dará por correcta su estrategia política, y
el costo monetario que pudiere acarrearle los decomisos, multas y afines
judiciales forman parte de sus inversiones económicas con objetivos
descaradamente politizados.
La demanda social está compuesta por las demandas solventes efectivas y
potenciales, y para cada estrato de compradores potenciales habría un precio
que permitiría en conjunto colocar todas las existencias, aunque los
márgenes de ganancias sean dispares entre un productor y otro. Digamos que
el acaparamiento y control de oferta son los mecanismos que apuntalan la
tasa media y cuya formación queda en manos de la alta burguesía.
La tasa de ganancia media es impulsada sólo por los fabricantes de mayor
giro o de la más alta composición orgánica, y es entonces, y sólo así,
cuando surgen asomos de competencia para mercancías de igual calidad y
utilidad, o sea, asomos de competencia, no de mercancías, sino de capital
dinero. Sólo en estos casos tienen razón los tratadistas de la "formación de
precios", cuando se apoyan en el famoso teorema de la telaraña.
Efectivamente, las liquidaciones a precios muy bajos se apoyan en el
conocimiento que tienen los comerciantes acerca de que sus inventarios se
estancan sólo por falta de compradores, pero que estos preexisten para
precios menores. Aparte de que, si el productor sospechare que hay demanda
potencial tolerante de mayores precios y en cantidad suficiente para colocar
su oferta, él no dudaría en vender su producción con artilugios
diferenciantes de precios. Obsérvese que esos artilugios saltan la
diferenciación de precios a punta de diferente calidad, porque cuando dos
mercancías responden a valores de uso con diferentes calidades o bondades
utilitarias, entonces no compiten.
El fenómeno de la competencia se refiere y debe referirse exclusivamente a
productos enteramente iguales en calidad y cantidad con determinados y
diferentes precios. Es lo que ocurre con los precios derivados de la
competencia intraclasista conducente a la formación de los precios de
producción, precios provocados por capitales con diferentes composiciones
orgánicas de capital.
La práctica de tales artilugios se realiza con los productos de la cesta
básica. Recordemos que el productor de mercancías no se deja llevar sólo por
el valor de uso y las necesidades populares, sino por el margen de ganancia,
por el precio que pueda resistir el mercado. De allí su adoración a la ley
de oferta-demanda, al mercado. En consecuencia y con estricto respeto a la
ley de la oferta-demanda, los productores tienden a mantener a raya el
volumen de producción; y de allí también el encanto y sujeción que esta ley
ejerce sobre el productor capitalista.
Como quiera que el capitalista no vende valores de uso a secas, sino
mercancías preñadas de plusvalía, estas llevan un precio y cada uno de estos
precios determinan diferentes volúmenes parciales de la demanda total.
Recordemos que, si se lanza cualquier cantidad de bienes a bajo precio y
hasta con precio = cero, se agotaría toda la existencia inventariada. Desde
luego, conocida o presumida una demanda potencial a menor precio, algún
conocedor de esa realidad podría producir para satisfacerla, aunque a
condición de que aun a ese menor precio cubra sus costes y siga recibiendo
una tasa media de ganancias. Se infiere que para precios menores, el
empresario ofrecerá una menor calidad.
La competencia tiene como límite y estimulante una media de rentabilidad,
una tasa media de ganancia, que regula el volumen de oferta real y
potencial. Es que cada productor tiende a quedar satisfecho con dicha media,
aunque unos vendan a precio menor-por debajo de su valor-y otros, a precios
superior-por encima de su valor- es decir, aunque unos sobreobtengan
plusvalor, y otros pierdan una parte de la que sus trabajadores hayan dejado
en fábrica. Como el precio queda finalmente fijado por el comerciante, este
queda desentendido de quienes, entre sus proveedores, ganan más a menos;
para él no rige la ya referida composición orgánica de capital, o la que le
asiste es intrascendente en materia de precios.
No obstante, el comerciante también se orienta por una ganancia media de
mercado en el cual participan todos los competidores de las diferentes
mercancías. Si el rubro de su negocio le deja una tasa menor, cambia sus
inventarios, mientras que para los productores, cada uno se atiene a su
ramo específico, y si este cae por debajo de la media, no cambia de rubro,
sino que ajusta sus precios.
Por todas esas razones, puédese afirmar que los productores son más
anticompetentes que competidores. Véase mi trabajo PRAXIS de EL CAPITAL.