En la mayoría de los manuales y libros de texto, se estudian paralelamente los “fascismos y comunismos”. Si bien no los equiparan directamente, si que los arrojan todos en el mismo saco, frente al triunfante capitalismo.
Lo que quizás se les olvida mencionar es que todos los fascismos eran formas muy agresivas de un capitalismo feroz. Las empresas alemanas financiaron al partido nacionalsocialista desde sus comienzos. Destacan, entre muchos otros, las famosas industrias Krupp, Hjalmar Schacht, presidente del Reichsbank, Emst Von Borsig, Hugo Stinnes, etc.
Juan March, uno de los banqueros más ricos de España, financió a Franco, por no hablar de los grandes empresarios de Italia con Mussolini (en donde destacaron los terratenientes de la región de Emilia, los siderúrgicos del grupo Génova ILVA, así como muchas empresas de Lombardía y del Piamonte). Si bien es cierto que al principio los partidos fascistas adoptaron cierto argumentalismo en contra del capital, enseguida pasaron a ser los grandes defensores de los capitalismos de cada país.
Es decir, que la clase capitalista, terrateniente y propietaria, que controlaban los modelos políticos anteriores a los fascismos, con métodos que iban desde el pucherazo hasta el caciquismo, pasando por la “geometría electoral”, el sufragio censitario, etc., alza al poder a los partidos fascistas. ¿Qué hubiera sido de los partidos fascistas sin la financiación, el patrocinio, la presión política de los capitalistas? Sin su apoyo ni tan siquiera hubieran tenido acceso a las armas, que procedían de los industriales de cada país.
De hecho, el fascismo no es otra cosa que la forma más radical de dictadura capitalista, siendo la más suave y aparente la democracia bipartidista (que en el fondo está financiada, controlada, y sirve a los mismos intereses de esos capitalistas que, sin problemas, financiaron a los fascismos). Buen ejemplo podríamos poner en el caso de Inglaterra, que acabó financiando a Franco en contra de los republicanos, o el apoyo al imperialismo fascista japonés por parte de EEUU. Incluso la “pragmática” política de no intervención durante la guerra civil, supuso que los republicanos no recibieran ayuda.
Por el contrario, el comunismo, a diferencia de “las democracias capitalistas”, nunca ha defendido los fascismos, sino que ha sido siempre su principal enemigo allí donde se ha presentado; desde Corea hasta China, desde Grecia hasta Latinoamérica y Europa: ¿qué mejor ejemplo que los comunistas españoles?
Todo esto nos lleva a la situación actual, en la que la democracia bipartidista, controlada igualmente por esa minoría plutócrata, cada vez se pone más en entredicho, esto es, cada vez se revela mejor su naturaleza. Una vez más, la misma minoría capitalista propietaria de la gran empresa, que ahora financia a los partidos burgueses, es la misma que en su momento financió a los fascistas, los cuales atendían a sus mandatos. Esta situación explica el imperante bipartidismo en prácticamente todas las democracias. Mientras la derecha adoctrina, la socialdemocracia aliena y controla el movimiento obrero.
A través de condonaciones de los créditos a los partidos, se soborna y controla a estos (además del monopolio de los medios de comunicación, que son grandes empresas privadas). O simplemente, mediante sobres o cajas de puros. El Banco de España se ha negado a dar la información de qué créditos han dado los bancos a qué partidos. Este quid pro quo nos permite entender la política económica, que condona 36.000.000 millones a los bancos. Incluso la sacralizada Constitución se cambia por el PP y el PSOE conjuntamente para que sea obligatorio pagar primero a los bancos, demostrando la hipocresía del Estado y del bipartidismo, al transformar su máximo estatuto para servir a los banqueros.
Además, fruto de la “democrática” y “modélica” transición, tenemos en el gobierno a un partido que es heredero de los fascistas (además de jueces, policías, etc.). Un gobierno que prohíbe llamarse Lenin (porque “llama a la confusión”), que reprime a las minorías étnicas (como los inmigrantes), que defiende a la Iglesia Católica, que rechaza declarar el 18 de julio “día de la condena del franquismo”, en el que Gallardón defiende los “aspectos positivos” del franquismo, así como a su suegro, un ex ministro franquista y un declarado fascista, donde el propio fundador del PP era el ministro de Gobernación (actual del Interior) con Franco, que afirmaba que fue “la mejor parte del país” la que dio un golpe de estado el 18 de julio (que además, ha recibido el apoyo de UPyD), y que prohíbe llamarse Lenin por que “invita a confusión”. Por no hablar de la Delegada del Gobierno en Cataluña homenajeando a la División Azul, o del presidente de Melilla, que quería rendir homenaje a los marroquíes que lucharon al lado de Franco.
En definitiva, el gobierno actual es fascista de ideología, aunque se tenga que amoldar a una democracia bipartidista para satisfacer los intereses de los grandes empresarios (pues el aislamiento franquista no generaba a esas alturas muchos beneficios). Lo que no hace sino confirmar el hecho de que, en realidad, no hay tanta diferencia. En el modelo capitalista-fascista se reprime la información y la actividad políticas. En el modelo capitalista-bipartidista, se controla. La diferencia puede ser legal y jurídica, pero siempre de forma, no de fondo, pues los intereses de una minoría que está en control de la riqueza se siguen satisfaciendo, igual en ambos sistemas.
Imaginémonos ahora una situación similar a la de 1936. ¿El gobierno y ese 10 % que controla la economía serían capaces de respetar la aparente democracia? Mejor dicho, ¿respetarían una democracia que no sigue sus intereses, que no estuviera corrupta y controlada por el capital financiero? La experiencia histórica enseña que no. Y para superar ese obstáculo es precisa la revolución.