La opera prima del cineasta venezolano Joel Novoa Schneider, Esclavo de Dios (2013) se estrenó con una promoción gratuita: un escándalo. Esto redujo el film a una estéril diatriba entre tontos inútiles que se han dado a la tarea de desacreditar o por el contrario, ensalzar la película a partir de planteamientos sesgados que nada aportan a la obra cinematográfica.
El tiempo-espacio del film se desarrolla a partir de una historia marcada por la violencia de los personajes protagónicos (Ahmed y David) quienes viven una niñez en sus países de origen marcada por la destrucción y muerte de sus seres queridos.
Actuaciones, tanto de Mohammed Al Khaldi (Ahmed) como de Vando Villamil (David) muy bien ejecutadas y de magnífica dirección. Caracterizaciones que marcan un ritmo de singulares altibajos, donde las escenas han sido bien logradas, aunque un tanto teatralizadas para nuestro gusto pero que sin embrago, no desmejoran los altos niveles de complejidad en los personajes principales. Estos van progresivamente mostrando sus vivencias en una trama que mezcla eventos y tiempos disímiles y que se encuentran en un presente (Caracas y Buenos Aires) a miles de kilómetros de sus lugares de origen.
El guión del periodista Fernando Butazzoni es una recreación de un hecho ocurrido en 1994, donde se destruyó la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) con un atentado dinamitero, y donde perecieron 85 personas y cerca de 300 quedaron heridas.
El guión, un tanto truculento y misterioso, nos propone una visión policial del entramado trágico de esta historia. Ahmed ha sido preparado desde niño para vengar la muerte del padre a manos de unos encapuchados. Mientras David, quien vio morir a su hermano en un atentado terrorista, se enrola en los servicios secretos israelíes (Mossad) y se radica en Buenos Aires.
Ahmed por su parte, cumplida su primera etapa de su formación como médico, aterriza en Caracas y trabaja en un hospital público. Se casa y tiene un hijo.
Ambos personajes son mantenidos como piezas de un juego de ajedrez, donde solo sus dioses saben cuándo y dónde moverán sus fichas.
Y estos dioses son suprainstituciones que establecen sus propias leyes, códigos y estructuran además, sus principios, basados en religiones (judía/islámica) que milenariamente han estado en guerra. Sus adeptos se forman bajo principios de ortodoxia, fanatismo y superstición, que lleva a la intolerancia y la violencia. Bien por medios altamente emotivos, visto en el grupo de árabes que preparan el atentado, como en el frío, meditado y calculado trabajo de los miembros del Mossad israelí y el asesinato del anciano árabe.
La evidencia de organismos de inteligencia que no están circunscritos a los controles de estados nacionales es quizá, la propuesta de análisis más importante en este interesante film.
Y este opio, la religión, subyace como excusa para establecer planes, tanto de uno como de otro Estado, para aniquilarse.
El resto de los personajes se acoplan a los dos principales, quienes marcan el tiempo de un film con buenas locaciones y mejores ángulos fotográficos. Sobremanera los claroscuros y sombras que acentúan la realidad de la historia, mientras los diálogos se entrecruzan en español bonaerense o caraqueño, árabe, hebreo y francés. Esto otorga un mayor realismo a la obra, y por tanto, establece la verosimilitud con la otra realidad, esa de la historia sobre el atentado a la AMIA.
Si bien los primeros minutos de la película están presentados como vivencias de memorias fragmentadas, desoladas y hasta cierto punto en añoranzas, por las pérdidas familiares, los últimos minutos, un tanto lentos y hasta pesados, se abren a un final donde la traición, el hastío por tanta violencia, la soledad y el abandono, marcan a dos personajes que son arquetipos de una obligada y eterna condena a estar cercanos y convivir, pese a sus diferencias.
La traición se evidencia en el mismo reloj que el niño (Ahmed) vio en la muñeca que el hombre encapuchado tenía cuando asesinaron a su padre; lo vuelve a encontrar en el brazo que sostiene el cuchillo que intenta aniquilarlo.
El resto del reparto actoral lo componen una fugaz María Alejandra Martín. Daniela Alvarado, en su mejor papel por estarse en silencio en sus espaciadas apariciones. Otros más, como Rogelio Gracia y César Troncoso dan carácter a unos personajes de mediana importancia en este posible premiable film.
(*) camilodeasis@hotmail.com / @camilodeasis