Ojalá burgueses y burócratas corruptos entiendan el signo de los tiempos

La historia humana puede ser descifrada desde ángulos variados de acuerdo con los enredos de la historiografía sesgada. No obstante y dado que es fundamentalmente memoria colectiva y expresión de eventos acaecidos en la eterna lucha de los desposeídos, marginados y explotados de la historia contra la clase propietaria, explotadora y poderosa su presencia encuentra clara explicación en estos signos.

Los cambios cualitativos radicales se producen cuando las indetenibles fuerzas productivas emergentes terminan por romper el marco social, económico y jurídico que impiden su crecimiento y realización. El caso más emblemático de esto lo tenemos en los acontecimientos que condujeron a la humanidad a la revolución francesa. Allí se enfrentó el sistema feudal, agrario y caduco con las fuerzas productivas de villanos y burgueses, que requerían para su desarrollo derrumbar los muros del feudo, barreras estas insalvables para poder colocar su aún insipiente pero poderosa capacidad de producción de bienes y servicios.

Así, villanos y burgueses -todavía el término villano significa para nosotros algo así como gentuza o tierruo en el léxico de la nueva confrontación-, estaban irremediablemente destinados a derrotar el agónico sistema feudal. Lo razonable habría sido que ante el fabuloso encrespamiento de las fuerzas productivas emergentes, el viejo sistema hubiese cedido en forma incruenta. La historia nos muestra que no fue así y que de aquella vieja nobleza no quedaba nada salvo la soberbia y la arrogancia. Ellos representaban la muerte y la putrefacción del viejo sistema. Como nos señala Ortega y Gasset: “…de verdaderamente aristocrático sólo les quedaba la gracia con que recibían en su cuello la visita de la guillotina; la aceptaban como el tumor acepta el bisturí”

En otras oportunidades el enfrentamiento no es necesariamente determinado por el surgimiento de nuevas fuerzas productivas sino por una elevación del horizonte social de los excluidos. Veamos: hoy, en la Venezuela bolivariana, se está desarrollando un proceso de este tipo desde hace 14 años. El pueblo venezolano -como nos decía una señora muy pobre- ha aprendido que ser venezolano sirve para algo. Ha dejado de ser dócil y reclama igualdad, justicia y equidad y quien no descubra la significación revolucionaria de este acontecimiento está condenado a un dramático y trágico destino. El dramático y trágico destino que aguarda a una oligarquía torpe, ciega y soberbia.

Nuestro tiempo actual se caracteriza por la arrolladora sublevación moral del pueblo, como diría Ortega y Gasset: “imponente, indomable y equívoca como todo destino. ¿Adónde nos lleva? ¿Es un mal absoluto o un bien posible? ¡Ahí está, colosal como un gigante, cósmico signo de interrogación, el cual tiene siempre una forma equívoca, con algo, en efecto, de guillotina o de horca, pero también con algo que quisiera ser un arco triunfal” Estamos pues frente a un pueblo que ha descubierto que, por el sólo hecho de ser venezolano tiene derechos y que para alcanzarlos no requiere de ninguna calificación especial étnica, social, cultural o económica, un pueblo que de la mano del gigante Chávez se ha descubierto protagonista de su propia redención.

¿Qué hará la clase dominante ante este hecho? ¿Qué harán los empresarios acostumbrados a succionar la ubre petrolera o sus partidos obsecuentes? De su respuesta dependerá que el destino esté signado por la guillotina o por un arco del triunfo. Si acogemos los signos de sus últimos movimientos su ceguera cósmica los conduce, violenta y torpemente, al enfrentamiento y con él al caos y la guillotina para mal de todos. ¿No habrá entre esta nueva aristocracia de todo signo (clásicos o rábanos de nuevo cuño) quienes impongan la luz del entendimiento? Los venezolanos hemos sido originales y precursores en otros momentos de la historia. Quizás, si hacemos un supremo esfuerzo de comunicación, debate y convencimiento podríamos protagonizar otra originalidad más. En este caso, el cambio de unas estructuras excluyentes, caducas y superadas por otras signadas por el respeto, la equidad y la inclusión sin la necesidad de más dolores y sufrimiento.

Las cartas están echadas. El próximo 8-D será sólo otro episodio en esta batalla. Debemos esforzarnos por tomar conciencia de los signos de los tiempos. De un lado un pueblo en el estado psicológico de sentirse amo, dueño y señor de su destino y del otro, una clase (vieja o nueva, amarilla o rojita) aferrada a unos privilegios -acaso explicables en otros tiempos pero intolerables hoy - que de a poco se convierten en pesadas piedras que los arrastrarán hasta el fondo del pozo de la historia en medio del caos.

PATRIA SOCIALISTA O MUERTE
¡¡¡ CON MADURO VENCEREMOS!!!



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Martín Guédez


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