Ninguna revolución, y mucho menos la socialista, avanza, progresa o se desarrolla sin errar y eso la obliga a inventar más. La generalidad de llegar al poder a través de la violencia revolucionaria no la hace ni inmune ni infalible a las imperfecciones. Mucho menos si vence a través del voto. Mientras existan enemigos del socialismo y mucho más si están organizados y con recursos económicos y hasta con influencia en un buen porcentaje de la población, nada en este mundo está asegurado en función de conquistar la emancipación social de todos los explotados y oprimidos en la Tierra. El capitalismo, como todo modo de producción, está hecho de huesos y músculos, de sangre y carne, de sentimientos y de ideas, de odio y amor, de egoísmo y solidaridad. Lo que sucede es que un lado (amor y solidaridad, por ejemplo) lo limita a su clase aunque no a todos como el odio y el desprecio los desarrolla contra el pueblo y, especialmente, contra el proletariado. El mal impera sobre el bien. El socialismo, en cambio, tiene por misión hacer imperar el bien sin que exista el mal.
Si no somos capaces de reconocer el mal o el error abierta y públicamente, el derecho de producir crítica constructiva, de hacer realidad la autocrítica, de hacer valer el centralismo o la democracia según las circunstancias concretas de tiempo y lugar, y, especialmente, si no somos capaces de hacer valer esos derechos o deberes indispensables para una revolución, cada paso que demos creyendo que es hacia adelante lo estaremos dando hacia atrás. Todo error de una revolución lo aprovecha la contrarrevolución para avanzar destruyendo a la primera o viceversa.
Si nosotros paseamos nuestros ojos para ver o leer lo que dicen o escriben la inmensa mayoría de quienes defendemos al proceso bolivariano, su gobierno y su liderazgo, fácilmente nos daremos cuenta que existen unas pocas palabras que aparecen o se pronuncian a cada instante y en todas partes y ellas son repetidas hasta más allá del cansancio formando una especie de armadura que puede, infinitamente deseamos estar errados, terminar haciendo que la mayoría de pueblo que está con el proceso concluya mirando gigantes de manos largas en vez de molinos de viento. Eso, sería fatal para cualquier proceso revolucionario.
Entre esas pocas palabras hay unas que destacan sobre las obras. Por ejemplo, por señalar tres, se mencionan: Capriles, saboteo e imperialismo. Si se escuchan rumores de acaparamiento, inmediatamente, se vinculan a esos tres términos como los causantes de los mismos o de los hechos reales. Si hay escasez de papel higiénico en el acto se concluye que eso fue ordenado por el imperialismo como un saboteo al Gobierno venezolano hecho materializar por Capriles. Si se produce una falla eléctrica, por cualquier motivo, como el rayo salimos a culpar al imperialismo y a Capriles del saboteo. Si se produce alguna declaración negativa de algún político de otro país contra el Gobierno venezolano de una vez culpamos al imperialismo y a Capriles de esa campaña mediática. Si el metro de Caracas se paraliza por una falla mecánica o eléctrica no detectada a tiempo, en el acto aparecen las palabras Imperialismo, Capriles y saboteo. Si se produce un volcamiento de un bus por no poder evitar un hueco en una carretera antes que alguien explique las causas sale un vocero acusando al imperialismo y a Capriles de haberlo construido para sabotear la política terrestre del Gobierno venezolano. Si se rompe una tubería y deja sin agua a alguna ciudad, no falta quien acuse al imperialismo y a Capriles del saboteo. Si pierde la Vinotinto, no faltan los fanáticos que señalan al imperialismo y a Capriles de ser los pavosos y sabotear la posibilidad de Venezuela ir a un mundial de fútbol. Si se producen lluvias copiosas y arrasan con los sembradíos de tierras expropiadas inmediatamente se acusa al imperialismo y a Capriles de sabotear la normalidad de las nubes para crear caos en el país. Si un fin de semana se produce un incremento de muertes por manos de la delincuencia no faltan los analistas o criminólogos que acusen la complicidad del imperialismo y Capriles en los hechos para sabotear la paz de la nación.
Han sido tantas veces martillados esos tres elementos que de manera automática reaccionamos para oponernos, rechazar y condenar en el acto que –por ejemplo- Capriles juzgue como inepto al Secretario General de la OEA, olvidándonos las tantas veces, desde que el camarada Chávez estaba vivo siendo Presidente de la Republica hasta un portero de cualquier institución del Estado o cualquier ciudadano común y corriente del país, criticaron y juzgaron al señor Insulza por fijar posiciones incompatibles con los intereses de América Latina y el Caribe y a favor del imperialismo estadounidense. No pocas veces ha sido denunciado por el propio embajador venezolano en la OEA. No nos detenemos a pensar que si bien Capriles lo hace por razón y motivo diferentes a los que se han utilizado por los bolivarianos o el Gobierno venezolano para criticarlo, es otra cosa pero eso no debe hacer que nuestra reacción sea la de salir –hasta sin querer- a defender a quien es igualmente –en otras dimensiones- enemigo del socialismo y del propio Gobierno Bolivariano, el señor Insulza. Aunque no estemos de acuerdo en nada con Capriles en su política de oposición al Gobierno venezolano no salgamos a apoyarlo pero tampoco debemos salir a defender al otro enemigo. ¿Acaso el señor Insulza no ha jugado un papel extremadamente negativo tratando de crear opinión pública a favor de las grandes naciones desarrolladas y, especialmente, de Estados Unidos en perjuicio del resto de países de América Latina y el Caribe? ¿Acaso no ha jugado un papel extremadamente negativo tratando de crear opinión pública a favor de las grandes naciones desarrolladas y, especialmente, de Estados Unidos en perjuicio del resto de países de América Latina y el Caribe? En política hay algo esencial que ni debe olvidarse ni deben dejar de ejecutar los revolucionarios. Se trata de lo siguiente: cuando un enemigo critique a otro enemigo de los revolucionarios no lo aplaudas pero tampoco salgas a condenarlo y, mucho menos, a defender el enemigo criticado que tampoco desaprovecha momento y espacio para criticar a los revolucionarios. Dejemos que la corriente le dictamine su curso.
No existen mejores métodos en la política que la discusión y la reflexión. La primera (madre de todas las cosas según un filósofo no marxista) nos permite confrontar diversos puntos de vista o criterios de interpretación en los análisis o estudios sobre hechos y personajes buscando la victoria consciente de la verdad para fortalecer la unidad de lucha en torno al objetivo propuesto. La segunda (padre de correcciones) nos facilita revisar detalladamente la generalidad y sus particularidades como las disidencias para que haya armonía en la línea política tanto en la táctica como en la estrategia. No debemos olvidarnos jamás lo que influyen –de forma hasta decisiva- en la conciencia de la gente las condiciones materiales para formarles el hábito, los intereses y la manera de pensar. Sólo nuevas relaciones sociales elevan la cultura pero si ésta se hace, por mucho tiempo insuficiente, se rebajan las formas sociales. Eso ha sucedido donde se produjeron derrumbes de sistemas denominados socialistas.
No estamos pretendiendo dictarle líneas o normas de conducta a ningún otro partido político, a ninguna institución del Estado y, mucho menos, al Gobierno que preside el camarada Maduro. Simplemente, señalamos elementos que proponemos para la discusión y la reflexión porque creemos en el socialismo, creemos en el humanismo, creemos en la justicia, creemos en la libertad, creemos en la solidaridad, creemos en el amor, creemos en la ternura, como fuentes de inspiración para hacer posible el gran sueño de redención del mundo pero, al mismo tiempo, creemos –lo hemos dicho muchas veces- que la marcha de la Historia humana no depende de las buenas o malas voluntades de los hombres y mujeres sino de factores –especialmente económicos- que le determinan su curso. Y, por otra parte, porque estamos del lado de quienes apoyan al Proceso Bolivariano y su Gobierno sin que le solicitemos ninguna prebenda ni para el EPA –en general- ni para ninguno de sus miembros –en particular-. Deseamos, por lo tanto, la mayor suma de aciertos para que menos sean los obstáculos del camino en el progreso de las políticas económicas o sociales que redunden en beneficio del pueblo. Por eso, sencillamente, es que nos atrevemos a decir lo que escribimos y que no sólo son preocupaciones nuestras sino de mucha gente del pueblo que incluso apoya y vota incondicionalmente por las propuestas del Gobierno. El camarada Trotsky dijo que una revolución se puede convertir en devoradora de hombres y caracteres, puede agotar a muchos o pocos de sus mejores dirigentes y aplanar a quienes vacilen entre las líneas políticas correctas y erradas. De la misma manera, no pocas veces sin planificarlo, se puede convertir en un gigantesco laboratorio para transformar a un enemigo o a un dirigente opositor sin mayor relevancia en la figura principal y hasta caudillista de los enemigos; es decir –aplicándolo a lo venezolano- en un antichávez que sepulte al camarada Chávez. Para nosotros eso es lo que se está haciendo –sin quererlo- con el opositor y enemigo del socialismo, Capriles. Demasiada importancia se le presta hasta el punto que nos han hecho que no nos deje ni comer ni dormir en paz. Hasta en lo sopa lo estamos viendo. Estamos en un momento, así lo creemos, que por cada vez que se nombra al camarada Maduro o al camarada Chávez, el nombre de Capriles se escucha en una proporción desmedida y no de parte de la oposición sino de las filas del propio proceso bolivariano. Claro, no estamos diciendo que dejemos de nombrarlo, de criticarlo o de combatirle cada vez que lance sus petardos malignos contra el proceso bolivariano o su Gobierno. Eso no. Pero tampoco debemos convertirlo en el Mesías perfecto del antichavismo y metérselo por los ojos –para que lo sigan al pie de la letra- a esa porción de opositores que buscan, por cualquier vía, producirle una estocada mortal al proceso bolivariano.
Nosotros, lo decimos con la cabeza fría y el corazón ardiente en defensa del proceso bolivariano que no colocamos barreras infranqueables entre esa porción de pueblo que apoya al Gobierno que preside el camarada Maduro y la que se le opone. Es deber de los revolucionarios y, especialmente, del propio Gobierno bolivariano aplicar políticas para ganarse a la mayoría de la porción de pueblo que hasta ahora no apoya ni acepta las ideas del socialismo. Nos preocupan las políticas que pueden fortalecer la unidad de la oposición y pueden debilitar la del proceso bolivariano. No nos juzguen de forma apresurada, sin prestarle atención a nuestras opiniones y menos se piense que defendemos a los opositores al proceso bolivariano, pero queremos señalar dos casos –así lo creemos y por eso los planteamos- que nos pueden producir mucho daño si no aplicamos las políticas correctas dentro del parlamentarismo. Los daños graves, por lo general, no se materializan de la noche a la mañana. A veces pasan algunos años para hacerse realidad y lo importante para un proceso revolucionario es evitarlos.
Nosotros creemos, estúdienlo o reflexionen sobre ello y luego juzgan nuestra opinión, que esa sucesión constante de pretender allanar inmunidad parlamentaria a los opositores cada vez que se le ocurra a un alto dirigente del PSUV o del Gobierno, no le causa beneficio permanente al proceso bolivariano. Creemos, más bien, que prepara daño posterior. No estamos exonerando a ningún opositor de sus actos de ninguna naturaleza que riñen con las leyes. No, simplemente, creemos que en política las cosas no deben ser cuando nos venga en gana sino cuando convienen y se traducen en resultados realmente positivos y progresivos a favor de la causa revolucionaria. Por ello es que creemos que sería bueno recoger comentarios de múltiples factores o sectores sociales, discutir mucho las políticas a aplicarse y sus posibles consecuencias; es decir, prever es la divisa y no limitarnos exclusivamente a las opiniones o deseos de quienes estemos del lado del Gobierno salga sapo o salga rana. El otro elemento es que nosotros consideramos que si estamos hablando de revolución en el poder no tenemos que recurrir –por lo menos en este momento de nuestra historia- a hacer aprobar una Ley Habilitante para combatir la corrupción. Hay muchísimos métodos para ello y uno muy especial que ya parece haberse olvidado como fue el de la creación de un Ministerio Popular para ese fin. Bueno, es nuestra opinión y nadie tiene obligación de creerla como la verdad verdadera. Sencillamente, repetimos, la exponemos para la reflexión y discusión. Es todo, aunque cuando posiblemente sea publicado este artículo ya habrá sido aprobada la Ley Habilitante en la Asamblea Nacional a solicitud del camarada Presidente Nicolás Maduro.
Ahora, por ejemplo, si un impostor invadiera el país para arrebatárnoslo entonces allí tampoco habría necesidad de solicitar nada en la Asamblea Nacional sino decretar el Estado de Defensa Integral Obligatorio del país por todos los medios posibles y bajo la responsabilidad de su Gobierno… y punto.