MONTEVIDEO, Nov (IPS) - La noche del Día de Muertos, en noviembre del 2005, Helena Villagra y yo tuvimos que pasar, en tránsito, por el aeropuerto de
Miami. Veníamos de Honduras, El Salvador y México. A la salida del
aeropuerto de México, nuestras cuatro maletas fueron cuidadosamente
revisadas, ante nuestros ojos, por manos enguantadas que las hurgaron hasta
el último rinconcito y las despacharon a Montevideo.
Todo bien, pero la cosa no terminaba ahí. A continuación, nos tocaba el
cambio de avión en Miami. Allí estuvimos unos cuarenta minutos, que raspando
alcanzaron para cumplir con el calvario de las colas, los formularios, las
preguntas, las impresiones digitales, las fotos y el strip-tease previo al
embarque.
Horas después, al fin del viaje, descubrimos que dos de nuestras maletas
habían sido violadas. De una, había desaparecido el candado. En la otra,
había sido roto el cierre de seguridad. Adentro encontramos, a Bush gracias,
una explicación. La violación había ocurrido en Miami. "Objetos prohibidos":
ése era el asunto. Dentro de cada valija había un impreso de la
Administración de Seguridad en el Transporte de los Estados Unidos, que nos
decía: "Su maleta ha sido elegida para la inspección física. Durante la
inspección, la maleta y su contenido pueden haber sido revisados en busca de
objetos prohibidos." Y tenía la gentileza de agradecer: "Apreciamos su
comprensión y cooperación"
***
Helena tiene la afortunada o desgraciada costumbre de ver la realidad antes
de que ocurra. La ve mientras duerme. Dormida la vio, poco antes de que
nuestras maletas sufrieran este ataque de la curiosidad oficial. Nos vio en
un aeropuerto, haciendo fila, obligados a pasar, a través de una máquina,
nuestras almohadas. La máquina leía, en las almohadas, los sueños que
habíamos soñado. Era una máquina detectora de sueños peligrosos para el
orden público.
***
¿Qué encontraron los agentes de seguridad que abrieron nuestras maletas?
Me temo que no resultaron sospechosas por lo que llevaban, sino por lo que
no llevaban. Las maletas no tenían armas de destrucción masiva. Por eso
merecían ser invadidas.
Como Iraq. Y para colmo, ahí adentro no había ni un solo objeto de esos que
no sólo no están prohibidos, sino que son recomendables, y hasta
imprescindibles, en la cartera de la dama y en el bolsillo del caballero:
*Había muchos libros, pero entre ellos no figuraba la colección completa de
los discursos del presidente del planeta, que desde sus primeras piezas
oratorias en Texas se ha destacado por su fina prosa, su fervor místico, su
transparente honestidad y su involuntario sentido del humor.
*Los agentes no encontraron, entre nuestros papeles, ningún contrato de
trabajo al estilo de la empresa WalMart, modelo universal del éxito, que
prohíbe los sindicatos y otras molestias enemigas de la productividad obrera.
*No encontraron ningún documento de los sabios expertos internacionales
capaces de demostrar que hasta la lluvia debe ser privatizada, como ocurrió
en Bolivia hasta que el pueblo la desprivatizó.
*No llevábamos ningún tratado de libre comercio, de esos que dicta el
todopoderoso país que jamás ha practicado ni practica semejante cosa.
*Tampoco llevábamos picanas eléctricas, ni otros instrumentos de tortura
necesarios para los interrogatorios que ese país sí ha practicado, y
practica, para promover la libertad de expresión.
*En nuestras valijas no había bandejas de MacDonald´s ni de Burger King, ni
de ninguna otra empresa consagrada a la noble misión de luchar contra el
hambre multiplicando a los gordos.
*Tampoco había ningún automóvil, lo que sin duda tiene que haber llamado la
atención en un país donde hasta los bebés tienen permiso de conducir y desde
que nacen pueden pudrir la atmósfera sin que les suene para nada la palabra
Kyoto.
*Resultaba también reveladora la ausencia de semillas transgénicas, de ésas
que están convirtiendo a los campesinos del mundo en felices funcionarios de
la empresa Monsanto.
*Y no menos reveladora era la ausencia de la prensa transgénica, cuyos
transgénicos periodistas llaman catástrofes naturales a los cotidianos actos
terroristas de la sociedad de consumo.
***
Nosotros veníamos corridos por los huracanes. Habíamos estado en algunos de
los países más golpeados por estas locuras, ciclones, sequías, inundaciones,
cada vez más frecuentes y más feroces.
¿Qué tienen de naturales estas catástrofes matapobres? ¿Tan perversa es la
naturaleza? ¿Loca de nacimiento? ¿Perversa y loca? ¿O estamos confundiendo
al verdugo con la víctima? ¿Es la naturaleza la que envenena el aire,
intoxica el agua, arrasa los bosques y envía el clima al manicomio?
En Honduras, visitamos las ruinas de Copán. Éste fue uno de los reinos mayas
misteriosamente derrumbados seis siglos antes de la conquista española. O no
tan misteriosamente: los investigadores tienden a creer, con creciente
fundamento, que esos fueron desastres ecológicos. En el caso de Copán, al
menos, está claro que los bosques se habían reducido a desiertos que daban
piedras en lugar de maíz. ¿No se está repitiendo esa historia? Sólo en
Honduras, el exterminio avanza a un ritmo de setenta y cinco mil árboles por
día, según denuncia el sacerdote Andrés Tamayo, que vive al servicio del
cielo y de la tierra. En las Américas, y en muchos otros parajes del mundo,
los bosques naturales, verdes fiestas de la diversidad, están siendo
brutalmente reducidos a la nada o convertidos en pasturas de ganado o en
falsos bosques industriales que resecan la tierra.
¿No podemos mirarnos en el espejo de los tiempos pasados? ¿Será la
memoria un objeto prohibido?
El desastre del ciclón Stan en Chiapas se hubiera reducido a la mitad,
afirman los entendidos, si esa región estuviera todavía defendida por sus
bosques. En Cancún, donde Wilma no dejó nada en pie y vació de arena las
playas, los inmensos hotelones del negocio turístico habían aniquilado las
dunas y los manglares que protegían esas costas.
***
¿Y los otros huracanes? Esas imparables ventoleras que arrastran gentíos
desesperados desde el sur hacia el norte, ¿son catástrofes naturales? En
Tegucigalpa, en San Salvador, en Oaxaca, vimos largas filas de mujeres
descalzas, cargadas de niños, venidas de aldeas lejanas, ante las casas de
cambio. Ellas esperaban el dinero enviado, desde los Estados Unidos, por el
marido, el hermano o el hijo.
Las desgracias se disfrazan de fatalidades del destino y dicen ser
naturales. ¿Es natural que un país condene a sus hijos más pobres a jugarse
la vida y a perseguir la esperanza al precio de la humillación y el desarraigo?
En toda América Latina, los filántropos del Fondo Monetario y del Banco
Mundial han multiplicado las exportaciones. de carne humana.
¿Emigrantes o expulsados? Muchos de los idos, los llamados mojados, caen en
el camino, por sed o por bala, o regresan mutilados a sus pueblitos de
origen. Los que sobreviven y llegan al prometido paraíso, se desloman
trabajando en lo que sea y como sea, día y noche, para que sobrevivan, allá
lejos, en el país que los expulsó, sus familias despojadas de tierra y de
comida.
Dura odisea.
Ellos también son objetos prohibidos.