En su apresurada marcha por aquí pasó como el más fugaz de los rayos, pero no sin antes dejar abiertas las puertas de la claridad, única y segura entrada al futuro cierto.
Se fue por el atajo más cercano a los predios donde los pobres lavan sus vendajes y mientras enjugan sus lágrimas sonríen a la esperanza: el concepto más hermoso de la vida humana.
Tan sólo se fue físicamente de entre nosotros con el mismo ropaje de la humildad y con el mismo pregón del arañero de su natal Sabaneta.
Atravesando el fuego cruzado de una batalla se fue a entrevistarse con el hombre de la capa libertaria. Dicen que es un amigo de antaño, dicen que es su maestro predilecto.
En su largo itinerario hará un alto en una vieja plaza de Atenas. Allí platicará con un hermano de larga y plateada cabellera, de rigurosa inteligencia que escudriña el alma.
Se fue por allá, no tan lejos; llevaba impreso en su mejilla el beso tierno de la mujer de piel arrugada que le enseñó a cosechar la virtud de los sagrados valores.
Se fue, pero nos dejó una revolución misionera de grandes posibilidades. Nos dejó una de las revoluciones más carismáticas, pacíficas y milagrosas de todas las revoluciones históricas (aunque una de las mejores partes de esta historia Revolucionaria y Bolivariana que avanza contra viento y marea, más temprano que tarde la escribiremos).
Antes de su partida, su palabra auténtica nos llenó de tanto calor que se rompió el molde. Y los que ayer le odiaron, hoy añoran su presencia.
¡Por los caminos sin recorrer quién pudiera volver a verte, gladiador gigante de la Patria de Bolívar! Toda victoria nuestra también será tu victoria, porque sabemos que no te has ido, Comandante infinito.