Lecturas de papel

Estado y marginalidad

   La marginalidad no está referida exclusivamente a quienes viven apartados de los beneficios socioalimentarios, educativos o meramente monetarios. Quizá sea esta la clásica manera de definir tal fenómeno.

   Los tiempos modernos están otorgándole a la marginalidad una dimensión más amplia que la hace más terrible y lacerante. Hablamos de aquellos seres que contando con recursos alimentarios y sociosanitarios, a más de poseer bienes de fortuna y formación educativa, actúan bajo principios morales y éticos que abiertamente se contradicen con las prácticas de la norma socialmente aceptada.

   Ciertamente que es difícil detectarlos porque se disfrazan con la sagacidad y astucia que son, casualmente, contrarias a los grados de inteligencia en un ciudadano normal. El marginal no es inteligente, es astuto y sagaz. Es el tradicional vivo, avión que cree saber de todo y sobre todo opina y sentencia.

   El saber y el conocimiento responden a categorías diferentes. Ellas proceden de la reflexión y la argumentación sobre fenómenos específicos.

   La paulatina, constante y desprejuiciada actuación del Estado venezolano al frente de las instituciones, conformaron un escenario que crearon las condiciones para que se desarrollara un modelo de marginalidad que ha sido copiado por toda, absolutamente toda la sociedad.

   Generalizamos acá unos modos de ser y actuar que han sido copiados por quienes conformamos los llamados estratos sociales. Unos más acentuados que otros, pero todos dentro de esta degradación humana que significa ser, estar y vivir la marginalidad como un estado mental y dentro de un Estado y un régimen que constantemente lo promocionan.

   Más de un lector acaso piense que no lo es. Que actúa bajo parámetros de respeto y obediencia de las normas morales y el acatamiento a las leyes. No le deseo que vaya a una oficina pública a tramitar algún documento, aunque sea el más simple: el carnet de vacunación internacional, por ejemplo. Verá que aunque le asista la razón tendrá que vérselas de frente con la cruda realidad que significa estar bajo la decisión de un funcionario.

   Por abierta participación o por omisión, nos hacemos copartícipes del Estado marginal. Esa aberrante manera de existir al borde de la corrupción, la amoralidad y lo asocial. Nos arrastramos ante el Poder del Estado que a su vez, y a través de sus funcionarios, buscan en su actuación, corromper al ciudadano al introducirlo en la práctica del clientelismo, del padrinazgo, de las solidaridades automáticas para que podamos sobrevivir en una sociedad abiertamente hostil, agresiva e inmoral.

   El Estado venezolano se hizo abusivo y corruptor de los ciudadanos. Entrar en este hueco sin fondo que es el Estado marginal costó años. Y costará otros tantos, varias generaciones, salir de él. Y esto es así porque superar las condiciones de marginalidad mental, institucionalizada, supone la instalación de un proceso educativo severo, pedagógico, de evaluación continua, tanto del estudiante en todos sus niveles- como del docente, personal administrativo y de servicios y del representante.

   Prácticamente toda la sociedad debe reeducarse para asumir la más dura de todas las formas de vivir y compartir: la vida en un sistema democrático. Es un sistema de vida para mentes adultas, formadas en la humana solidaridad de la razón responsable.

   No creo que el venezolano de estos tiempos tenga consciencia colectiva para asumir responsablemente una convivencia democrática. Menos la dirigencia política, militar, económica y académica.

   Sin embargo, tenemos que insistir en la necesidad de superar esta condición de minusvalía llamada marginalidad mental hecha Estado que nos atrapó y nos impide proseguir, como pueblo y nación, el tránsito  hacia un mejor destino.



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Juan Guerrero


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