Estructura de la mercancía burguesa

Luego de casi 200 años, seguimos sin entender perfectamente para qué sirven sus dos componentes celulares: el valor de uso y el valor de cambio, a pesar de haber sido exhaustivamente caracterizados por Karl Marx en su precipua obra: El Capital.



En sus comienzos, la mercancía (M) era llevada al mercado porque, como valor de uso, no interesaba a sus propietarios o vendedores, razón por la cual debía previamente ser convertida en dinero (D) con el cual comprar otra (M’) cuyo valor de uso lo necesitara para sí el comprador, mientras la que vendía la necesitaría otro consumidor.



De esa manera, la circulación era y fue meramente mercantil simple, y se expresaba según las fases circulatorias: M-D-M’. El desarrollo de esa circulación fue tal que el intercambio de mercancías empezó a correr a cargo de no productores, comerciantes o intermediarios, tal como han trascendido a la actualidad. El productor de M la vende por su valor de cambio (D) y el comerciante se la compra para su reventa por una cantidad de dinero (D’) tal que:

D’ > D, porque tampoco a este le interesa su valor de uso. Las igualdades aritméticas de esta circulación simple son: M-D-M’-D’.



Es que el valor de uso sólo le interesa a los consumidores finales, y a los consumidores productivos; así, cuando un productor vende M, lo hace para obtener dinero (D) con el cual comprar mercnacías con un valor de uso diferente al de M; esta transacción se recoge en los tres primeros términos de aquella ecuación, M-D-M’.



Pero, para el comerciante involucrado en esa circulación, por el contrario, sólo interesa el valor de cambio, se interesa por obtener un monto de dinero

= D’ > D; esta transacción se recoge en los tres términos finales de aquella misma ecuación: D-M’-D’. Invierte dinero (D) en la compra de mercancías que podría revender al precio D’.



Démonos cuenta de que en la primera cadena de intercambios (M-D-M’), mediante el dinero, circulan las mercancías, según sus diferentes valores de uso, mientras que en la segunda cadena, D-M-D’, circula el “capital” dinero, según sus diferentes cuantías, y a través de las mercancías que fungen de intermediarias.



Como puede observarse, las relaciones entre los productores de mercancías son mediatizadas por un intermediario que termina, no sólo trocando las mercancías involucradas, sino trastocando dichas relaciones por cuanto a él sólo interesan los valores de cambio, mientras a los productores, sus valores de uso.

Es que en la circulación capitalista los productores dejan de relacionarse entre sí, sólo lo hacen con intermediarios, uno fungiendo de compradores, y otros de vendedores. Es decir, el sistema capitalista rompe la mancomunión original de esfuerzos productivos que reinó entre los productores precapitalistas. Estos últimos no comerciaban entre sí: simplemente intercambiaban sus excedentes por sus faltantes. No había lucro alguno en los intercambios. El comercio surge cuando comprar y vender dejan una ganancia monetaria.



Esta metamorfosis de los intereses propios de los transaccionistas, sufrida por el valor de cambio, es clave para entender por qué los comerciantes capitalistas-herederos de los viejos intermediarios mercantiles-no pueden sujetarse a vender mercancías como bienes a secas-como valores de uso-porque, sencillamente, sea que estemos ante un fabricante, sea que estemos frente a un simple comerciante o importador, a todo capitalista sólo les interesa el monto del capital invertido, sea en medios de producción y mano de obra, sea en mercancías ya procesadas para su reventa.



Pedirle a un comerciante que se conforme con una tasa de ganancia menor que la obtenida por el fabricante de esas mismas mercancías, es desconocer la esencia misma del capital.



Algo muy diferente a lo que ocurre con la banca y sus clientes. Estos pueden ser comerciantes o fabricantes. Pensar que las tasas de interés son inferiores a las tasas de ganancia neta de sus clientes es también desconocer el capital.



Cuando la banca infiera que la fabricación o el comercio están dejando una tasa de ganancia superior a su tasa de interés, optará por cambiar de ramo. Habría menos banqueros y más fabricantes y/o más comerciantes, con lo cual la oferta financiera bajaría y las tasas de interés subirían. Este desequilibrio tiende a garantizar una tasa de ganancia pareja para todos los capitalistas con independencia de sus especialidades funcionales: fabricación intermediación y financiación.



Desde luego, ante brotes especulativos producto de prácticas monopólicas, el Estado puede perfectamente inducir tasas de ganancia máximas. Sin embargo, en situaciones de inflación todo cambia y el Estado podría, más bien, ir reduciendo las tasas de ganancia en la medida que la inflación se mantenga activa. La tasa única o máxima regiría sólo para una economía con desenvolvimiento normal no inflacionario. Sobre esta actuación del Estado hemos escrito en recientes entregas.

04/07/2014



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Manuel C. Martínez


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