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Caracas, dolor de cabeza, rompecabezas que todo el mundo odia y para donde todos se mudan.
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Caracas se convirtió en capital gracias a su privilegiada relación con el puerto de La Guaira. El Litoral es ciudad dormitorio para millones de personas que trabajan en la capital, y zona de recreo para todavía más capitalinos. Urge un tren de carga y pasajeros que vincule a la Sultana del Ávila con su puerto y su aeropuerto. Todas las vías alternativas, tales como carretera de El Limón, Chuspa y carretera Vieja, deben ser mantenidas y ampliadas. También Caracas es zona de paso para quienes no deberían pasar por ella. Requiere la capital de la conexión de la Cota Mil con la Caracas La Guaira, y vías periféricas que alivien sus congestionadas arterias. Alguna autoridad compasiva desviará por ellas o permitirá circular sólo entre medianoche y madrugada las bombas repletas de gasolina o de gas que a todas horas del día juegan la lotería de la catástrofe.
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Caracas, centro de los poderes públicos donde reside más de la quinta parte de la población del país, no debería estar dividida entre tres estados y 22 alcaldías, cada una con policías, regímenes tributarios y reglamentos de circulación distintos y a veces contradictorios. Un solo cuerpo urbano requiere una autoridad coordinada, centralizada y eficaz, y no un puñado de caciques disputándose otros tantos conucos. Esta autoridad urbana debe desarrollar y hacer cumplir un magno plan de desarrollo urbano que abarque la inevitable expansión hacia los Valles del Tuy, los de Aragua y la llanura central.
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Una ciudad necesita un alma, algo que la eleve por encima del mero amontonamiento de viviendas y de gentes. No en balde identificamos las urbes con símbolos que casi las suplantan: Venecia con sus canales, París con su Torre, Nueva York con sus aplastantes rascacielos. Caracas ha tenido siempre el Ávila, pero todos los esfuerzos de las oleadas que han inmigrado a ella se concentran en negar y destruir esa presencia vegetal sedante. Nuestra urbe presenta aguda escasez de parques y de zonas verdes. La ciudad necesita un eje urbanístico y vivencial que permita a sus habitantes pasear, recrearse, distraerse y relacionarse. En 1983 la botánica Giovanna Mérola, profesora de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, en su libro La relación hombre-vegetación en la ciudad de Caracas (Academia de la Historia, Caracas, 1983) propuso un plan de humanización urbanística a la vez sencillo, fácil de construir y valioso.
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El plan de lo que Giovanna llama “Paseo Jardín de Caracas” consiste en humanizar las principales vías caraqueñas rescatando y en lo posible ampliando sus aceras y dotándolas de árboles, zonas verdes y bancos, para convertir el espacio que dejaran libre los vehículos en enormes bulevares peatonales sombreados. Hay que pensar, en ese sentido, en lo que significan los Campos Elíseos para París, y Las Ramblas para La Habana y sobre todo para Barcelona en Cataluña. No son edificaciones espectaculares ni colosales ni dispendiosas, sino vías que al propiciar el encuentro y el desplazamiento a pie hacen gratas las ciudades y favorecen el sentimiento de pertenencia y de ciudadanía del habitante. Para habilitarlas no se requeriría impedir el tráfico automotor, sino hacer amigables para el peatón y el ciudadano los espacios que éste dejara libre.
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Imaginemos que en un futuro cercano paseamos a pie por los espacios peatonales de la arbolada Avenida Sucre en Catia, para llegar al Silencio, en donde irrumpimos en los nuevos espacios de bulevares floridos del Centro Histórico de Caracas. De allí, partiríamos aprovechando aceras y periferias arboladas de la Avenida Bolívar, hasta conectar con el sombreado Parque de los Caobos, en paralelismo con el Jardín Botánico de la Ciudad Universitaria. Desde allí, seguiríamos nuestro merodeo por el boscoso bulevar de Sabana Grande hasta conectar con el Country Club y con una reforestada Avenida Francisco de Miranda, hasta Altamira y los Palos Grandes, reposando de cuando en cuando en sus cómodos bancos. Igual caminata podríamos haber hecho recorriendo la vía paralela con arboledas que ornaría las aceras de la Avenida Andrés Bello, con brazos vegetales desde Maripérez y La Florida al Ávila.
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Imaginemos que paseamos por otro bulevar arbolado, florido y con bancos que se extendería entre la Avenida Río de Janeiro y el Guaire, con prolongaciones hacia el bulevar del Cafetal, e ingreso en La Carlota y el Parque del Este ennoblecido con el proyecto de Fruto Vivas. Vías peatonales ampliadas y humanizadas, interconectadas entre sí por la contigüidad física o por pasarelas, permitirían a los ciudadanos un recorrido directo y sin obstáculos de gran parte de la ciudad, creando así una zona de esparcimiento y de encuentros, funciones que han ido usurpando los Centros Comerciales. Un elevado barato y fácil de construir sobre el cauce del Guaire complementaría al ya exhausto Metro, y sus estaciones romperían la incomunicación entre Norte y Sur impuesta por sus autopistas a la capital. Este plan sencillo, fácil de construir y poco costoso transformaría definitivamente la fisonomía de la urbe, convirtiendo un archipiélago de islas hostiles, inconexas y e incomunicables dominadas por el automóvil, en un espacio continuo, agradable y humano abierto al peatón y a la naturaleza.
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Soñar no cuesta nada, pero no soñar es carísimo. Una ciudad debería ser un espacio acogedor para sus habitantes, y no zona de devastación que les impone casa por cárcel. A tal ciudad, tal ciudadano. Elijamos entre un jardín abierto a todos y una capital del infierno.
PD: La presentación de mi cortometraje de dibujo animado TIERRA DE GRACIA, prevista para el lunes 14 de julio, ha sido postergada por la Villa del Cine hasta mejor oportunidad.