La lectura del poema la hizo en un perfecto y exquisito francés. Mientras leí los versos del poema El barco ebrio (Le bateau ivre) de Arthur Rimbaud, la entonación me introducía en un universo de asombro y plenitud de imágenes que nunca he podido olvidar.
Fue en la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela, comenzando los años ‘70s. Todos quedamos en silencio mientras las palabras del profesor dibujaban en el poema, las imágenes de una historia oscura, misteriosa y a la vez sensual.
A partir de esa lectura aprendí a amar a los poetas franceses. Después también, mis largas conversaciones con mi maestro y amigo, Alfredo Silva Estrada (Caracas, 1933-2009) se extendieron a otros escenarios. Varias veces nos ocultamos en el bar El Molinero a conversar sobre Italia y la Universitá per Stranieri, a donde fuimos a estudiar, en tiempos diferentes, literatura, lengua y arte italianos.
Reíamos mientras nos acordábamos de Perugia, la cittá etrusca, donde acuden estudiantes de todo el mundo. La voz del poeta resuena en mis oídos en su cadencia y ritmo mientras recita a su amado poeta de la infinita melancolía, Leopardi.
-Visité Recanati y toqué la cama donde dormía de niño ese ser tan querido por ti, le dije. La mirada encendida de azulísimos cielos crepusculares de Alfredo reflejaba la intensidad en su escritura y esa vida inclinada al ser de la palabra poética. Conocía de memoria, y en italiano, los mejores poemas de Giacomo Leopardi, como L’infinito.
Desde sus iniciales libros, De la casa arraigada, 1953; Cercos, 1954; Del traspaso, 1962; Integraciones. De la unidad en fuga, 1962; Literales, 1963; Lo nunca proyectado, 1963; Transverbales I, 1967, hasta sus últimas publicaciones, Variaciones sobre reticularias, 1979; De bichos exaltado, 1989; Al través, 2002, transita un ser que es luz en la palabra poética que habita, mora en la casa paterna que siempre permaneció en él.
"La Poesía desde el amanecer / Abrir esta ventana / Y celebrar el pan / Y nuestro amor con horizonte"
La palabra poética de Alfredo Silva Estrada está decantada y se abre al mundo desde su purísimo esplendor. Ella se ofrece despojada de toda referencia artificiosa. Muestra su ethos, su intimidad. Para eso vivió el poeta, a ella dedicó su vida. Y sin embargo, puedo afirmar que en modo alguno es fría ni ajena al mundo.
Por el contrario, encuentro en ella una absoluta amorosidad, una íntima sensualidad que es esplendor y asombro de vida. Plenitud en su silencio y a la vez, acaso resonancia mientras se introduce en el lenguaje de sus reticularias cuando aborda la obra de la artista Gego.
De su extensa obra poética menciono Dedicación y Ofrendas, 1986 y su dedicatoria: "Para Juan Guerrero, tan verdad, tan amigo" con su estilizada y amplia firma. Libro editado por la Universidad de Los Andes, y donde Silva Estrada dedica sus textos a relevantes nombres, como Ida Gramcko, Vicente Gerbasi, José Balza, Masafumi Yamamoto, Juan Sánchez Peláez o Andrée Chedid. Esta última poeta de origen libanés y radicada en Francia, a quien Silva Estrada tradujo al español y publicó en su personal Ediciones Vertiente Continua.
Recuerdo que viviendo en Puerto Ordaz y mientras trabajaba en la Siderúrgica del Orinoco, nos comunicamos y de vuelva a la ciudad de entre ríos, traté de vender a los amigos siderúrgicos el libro Sobre-vivencia de soles, 1985, de su amiga y poeta, pero a nadie le interesó. Solo uno lo recibió, y eso porque se lo regalé. De vuelta a la capital y ya en su apartamento de Las Mercedes, entregué el dinero y me quedé con los libros. Aún conservo varios de ellos.
Así escribe el poeta: "Nosotros que nombramos los lugares comunes / Nombrando apenas nacimientos y muertes / Desorientando abismos / Reiterando silencios / Hallamos los extremos rezumantes de voces / Y un sentido infinito en las manos abiertas"
La voz poética de Alfredo Silva Estrada es certera, precisa, clara pero a la vez, deslumbra en su sencillez, en su exactitud al hablarnos. O acaso en sus extensas preguntas que encierran reflexiones existenciales. Esto por su formación en filosofía mientras estudió en la universidad, con maestros como Juan David García Bacca.
La palabra mantiene en su densidad la armonía de cadencia y ritmo que abre a un mundo, el mundo personalísimo de un creador que nunca formó parte de grupo literario alguno ni tampoco puede mencionarse de generación poética alguna.
Poesía atemporal y ahistórica que acaso se acerca al abstraccionismo. La escritura poética de Alfredo Silva Estrada construye su propio universo, su ars poética donde la palabra es luz, exactitud y fervor de existencia en la plenitud de un ser que amorosamente se instala en una vida vivida en libertad y "lejanas cercanías" de quien sigue habitando la casa amada.