Hay afrentas y hay errores. El caricaturista colombiano que tuvo la infeliz idea de criticar y ridiculizar a Venezuela caricaturizando nuestro escudo de armas cometió un error e hizo una afrenta.
El error es la evidente estupidez de meterse con un símbolo patrio de una nación vecina, y hermana de sangre. Por la sangre de Girardot derramada en Bárbula (estado Carabobo) y el heroísmo de Ricaute en San Mateo (estado Aragua). Ambos compatriotas colombianos se vinieron con Simón Bolívar en 1812 desde Cartagena para librar aquí una guerra a muerte. Ambos personajes son mencionados en el himno nacional de Colombia, de repente el caricaturista no sabe donde quedan Bárbula y San Mateo o no se sabe su canción patria.
La afrenta pasa por la torpeza de obligar a gritar de este lado la verdad. Colombia reconoce dentro de sus años como república 6 años como "patria boba". Desde 1810 a 1816 el proyecto independentista neogranadino de Nariño sucumbió por una división interna producto del interés económico oligárquico, y la Colombia de hoy reconoce un conflicto interno de 55 años (1960 hasta hoy) y una tutela, evidenciada en la permanencia dentro de su territorio de un ejercito extranjero.
En la tercera república venezolana, llamada Colombia, gestada en Angostura, fundada en Cúcuta y presidida por Simón Bolívar con capital en Bogotá, aceptó, es mas, usemos el terminó correcto, contrató a la Legión Británica. Con esos 5 mil voluntarios irlandeses se dio ejemplo a los llaneros, se emprendió el pase de los Andes, se sitió Bogota y destituyó al virrey. Con la Legión Británica contratada se llegó a Carabobo. Sólo ese ejercito extranjero ha estado presente en Venezuela y hoy se le rinde homenaje con la replica del uniforme rojo que usan los soldados venezolanos que hacen guardia de honor en el arco de triunfo de Carabobo y en la tumba de Simón Bolívar.
El presidente Nicolás Maduro, venezolano, caraqueño de nacimiento y crianza, y también con la moral de una orgullosa ascendencia colombiana, ha gritado y continua gritando verdades…"5,6 millones de colombianos viven en Venezuela"…casi una quinta parte, de cada cinco habitantes de Venezuela uno es colombiano.
Más allá de la "hermandad de sangre" por el padre e historia común, invito a quien me lee a transmutar el siguiente juego de palabras y sacar conclusiones: Ser colombiano y vivir en Venezuela es lo mismo que ser venezolano y vivir en Venezuela. Transmute, colombiano con venezolano y Colombia con Venezuela.
No se trata de hospitalidad o excesiva riqueza material. Colombia es tan o mas rica que Venezuela en recursos naturales, basta con saber que es autosuficiente y exportadora de petróleo, su producción acaba de superar el millón de barriles diarios. Así que la emigración masiva hacia Venezuela tiene muchísimas mas razones sociales que económicas.
La afrenta, al ridiculizar uno de los emblemas patrios, da pie a odiosas comparaciones y a decir dolorosas verdades. Que por odiosas pueden causar polémica, pero no enemistad. Los símbolos patrios son elementos de especial respeto. Simbolizan la nacionalidad, unen a los individuos para conformar naciones. Y a pesar de que algunos símbolos patrios son producto de la voluntad o el diseño de algunos, terminan siendo emblemas de todos, así todos no conozcan completamente su origen o significados.
Un ejemplo de lo que trato de decir es el inmarcesible himno nacional de Colombia. Pocos colombianos lo pueden recitar de memoria y completo. Varias son las excusas: lo largo, lo complicado y retórico. No pasa lo mismo con el venezolano, y no es porque sea una nana fácil de cantar sino porque instintivamente al cantarlo el venezolano se identifica con la letra…por ejemplo la segunda y tercera estrofa son conciliadoras y hasta solidarias. Aquello de "gritemos con brío: ¡muera la opresión! Compatriotas fieles la fuerza es la unión"…o el "Unida con lazos…la América toda"…Los venezolanos ante un logro lo entonamos casi por instinto.
Venezuela, como país, tiene grandes problemas pendientes por resolver, pero son nuestros problemas y ya veremos como los resolveremos nosotros mismos, con o sin ayuda, pero con nuestras decisiones y nuestras acciones. Sin tutelas ni imposiciones extrajeras. Solo así la gloria de nuestro pueblo continuará siendo, desde la primera hasta la enésima república, verdaderamente inmarcesible.