"La Cuadra de los Coroneles", en Maracaibo, aún llora de luto. Cheo y la Chicha venían sonrientes desde "Tajamar", en Cumaná, y se fueron en silencio, tomados de la mano, a "La Chinita". No podía ser de otro modo. Cheo y la Chicha, se despidieron para siempre de la vida, el mismo día, a la misma hora y en el mismo instante. Y no podía ser de otro modo. A pesar de los pesares, eran eternamente inseparables. El uno para el otro ¿Podía acaso ser de otro modo? Conocí a la Chicha a través de Cheo. Él, se nos autopresentó cuando nació Autodesarrollo. Venía de parte de la Vice, Imelda Rincón. Con ellos vino "Trasluz". Desde entonces, hace 20 años, Cheo y la Chicha, me acompañaron en mis aventuras universitarias y de compromiso político y social. Nunca me abandonaron. Nunca los abandoné ¡Jamás!
Ellos dos, me ayudaron a expresar, a través de la palabra escrita, lo que pienso, siento y vivo. Compartieron nuestros sueños y supieron que cumplimos con responsabilidad a pesar de tanta adversidad. Ambos, periodistas, se complementaban a través de la razón crítica, la emoción efervescente y la acción comprometida. Eran voraces lectores y finos escritores de alto vuelo, que dejaron sembrada en nosotros, la necesidad de divulgar y difundir el conocimiento científico y cultural, el quehacer institucional y la cotidianidad del trabajo realizado. También, nos enseñaron a comunicarnos sin miedo y asumir de frente la envidia, cuando nos atrevíamos a decir la verdad o informar los resultados de nuestras acciones.
Nada, ni nadie, se les escapaba a su escrutadora manera de ver, sentir, oler y tocar el mundo que les rodeaba. Eran capaces de encontrar hasta un minutero en el anchuroso mar.
Todos mis libros debieron resistir la mirada implacable y las observaciones oportunas e irreverentes de ambos. Siempre confié en la frondosa poesía de sus palabras y en la justeza de su magnánima sinceridad para corregir de un tirón mis horrores y errores gramaticales, sintácticos y ortográficos. Sólo, últimamente, me atreví a andar sin ellos.
A un alto precio, en adelante, tendré que valerme por mí mismo y demostrar ser un buen discípulo. Como he tratado de hacerlo hoy, cuando nos dejan sorprendidos con la trágica y dolorosa noticia de su partida a otros paisajes y otros mundos desconocidos.
Estoy convencido que les será fácil adaptarse a esta nueva forma de energía. Ellos fueron viajeros empedernidos y ahora que están libres del ropaje físico, podrán surcar y conocer de cerca los mares, los cielos, las estrellas y las constelaciones de la que tanto disfrutaron cuando interpelaban con interrogantes a esos espacios infinitos que tienen más de una respuesta porque aún sobrepasan nuestro entendimiento racional, intuitivo y práctico.
Desde Bélgica, Italia, Alemania, Francia, Canadá, México o desde Mérida, Caracas, Barquisimeto, Cumaná, Puerto La Cruz, Táchira, o desde cualquier lugar de este planeta que aún disfrutamos, podrán contar sus tres hijas y sus hermanos, con la misma solidaridad con la que nos abrazaban y recibían, Cheo y la Chicha, cada vez que abríamos puertas para entrar, como si fuera nuestra propia casa, en la "Cuadra de los Coroneles", en "Tajamar" y en "na´prestao"; espacios diseñados para el encuentro fraterno, la exquisita comida con sabor a coco o a mango, la música del recuerdo y la admiración de tantas obras de arte colgadas de un mismo sentimiento y de una sola palabra que lo resume todo: ¡Amor!
Por eso, desde aquí, donde le damos todos los días, "Gracias a la Vida", desde donde "el gordito", Cheo: durmió, comió, bailó, jodió y rió a carcajadas. Desde aquí, donde nos dejó esa hermosa puerta entretejida en filigranas de hierro y arte del desecho y en donde estampó, "ese río de flores azules para Evis", como dedicatoria y regalo a mi hija menor. Desde aquí, hasta el fin de nuestros días, los recordaremos para siempre.
¡Feliz viaje! ¡Dios y el Universo Creador los bendiga!
Prof. Jubilado de Luz hugmoyer@hotmail.com