Urgente, menos pantallería y ¡Misión Historia!

El discernimiento de la historia es una herramienta en manos de quienes están llamados a hacerla, siempre lo es, en tiempos de cambios revolucionarios es una herramienta imprescindible. La historiografía viene de una larga pasantía burguesa. Se nos ha acostumbrado en el mejor de los casos a experienciarla con espíritu quimérico y especulativo. De ello se han ocupado quienes han mellado su filo. La visión positivista, suma de datos y fechas, y acaso alguna que otra anécdota que poco o nada aporta para la comprensión de los hechos, ha sido la norma.


Asumir frente a los acontecimientos históricos una cierta forma de activismo meramente ornamental es lo máximo que se le ha permitido al estudiante de historia. Contemplarla desde la posición pasiva de quién degusta y saborea una buena música o lee un buen libro que siempre ha escrito otro es cuando mucho un pequeño privilegio. Vivirla como una especie de novela frente a la cual se adquiere una visión superficial y sólo las emociones se conmueven y alimentan es cuanto se ha hecho con esta estupenda herramienta. La historia, vista desde allí y sólo desde allí, puede llegar a ser, qué duda cabe, hasta sabrosa, apetecible y agradable, pero sólo eso y nada más, en todo caso una historia a la medida de los dominadores e inútil para la liberación.

La historia como simple artillero de emociones virtuales, como baúl de sabrosuras para sobremesas de intelectuales o para ocasiones solemnes es, ya lo hemos dicho, hasta deseable y sabrosa, pero lamentablemente inútil. Una historia, memoria del colectivo, que no sirva en el más utilitario de los sentidos para construir el presente y proyectar el futuro es una pobre destreza, es anular su poder y fatalmente esterilizarla. Conocer el pasado tiene que ser fundamentalmente un medio para caminar sin miedos en el presente, para transitar conscientes los caminos alumbrados por los fuegos de la experiencia y construir el futuro.

¿Conocer el pasado? ¡Sí!, pero… ¿para qué conocerlo? El problema, aparentemente fácil de resolver presenta aristas y complicaciones más que interesantes. De la transmisión de las experiencias está hecha toda la herencia civilizadora. En cualquier plano no se nos escapa la utilidad que tiene recibir y transmitir la herencia con fidelidad. A nadie se le ocurre emprender la búsqueda nuevamente de la penicilina, la aeronáutica o la fórmula para un producto notable. Eso ya lo hizo quien nos precedió, y apropiarnos de ese conocimiento es imprescindible.

Partimos siempre del camino ya recorrido y de las experiencias ya asimiladas. Desde ellas y a partir de ellas hacemos nuevas cosas, organizamos nuestras vidas y añadimos con dedicación, esfuerzo y un poquito de suerte nuevas experiencias. Es lo lógico, es lo inteligente, es lo típicamente humano. Del mismo modo tenemos que proceder respecto de la memoria del hacer colectivo que no otra cosa es la historia. Aprender de las experiencias, extrapolarlas y utilizarlas como cicerones o linternas que arrojen luz sobre el camino es la Misión de la Historia.

Un vistazo a nuestra historiografía nos demostrará lo mal que hemos utilizado esta herramienta para servir al pueblo y cuán útil ha sido para los amos y esclavizadores. Así, esta historiografía apenas ha servido, al menos hasta la llegada de Chávez, para adquirir una modorra mortecina, un desgano, una amnesia letal y hasta un desprecio por nuestro pasado. La historia de nuestro país es un rosario casi infinito de errores repetidos machacona y tercamente, una cadena de engaños, traiciones y esperanzas burladas. Siempre hemos estado como novias ingenuas saltando de la ilusión del noviazgo al desencanto del matrimonio. Siempre con los mismos engañadores validos de la amnesia de la víctima para volver a engañar.

No tenemos memoria. La memoria nos fue enajenada. Todo el mundo sabe que "llueve y escampa", como dijo Carlos Andrés Pérez. Es evidente lo bien que se ha sembrado esta mala semilla en todo el sistema educativo. ¿De qué otro modo pueden presentarse ante el país los mismos que traicionaron la Patria en 2001 y 2002 y quedar impunes ante tal descaro?, ¿Cómo podrían, en un país con memoria presentarse a diario estos personajes, con su cara tan lavada, como si hubiesen nacido ayer químicamente puros e inmaculados y además esperando que la República, a la que asaltaron impunemente, les compense "por el daño que les ha causado haber defendido la libertad" con el sabotaje petrolero? ¿O personajes que escribieron las páginas más negras de nuestra historia vestidos de ayatolás de nuevo cuño, pontificando sobre la honradez y la eficacia en los procedimientos públicos, desde las páginas de opinión de periódicos o programas televisivos?

Hay algo peor, si cabe: que un sector de la población acepte que se le conceda tribuna y autoridad a esta chatarra histórica y no salga despavorida a reclamar su ostracismo y silencio. Una mirada a la historia de la explotación y dependencia de nuestro continente por los poderes de turno es una película de dibujos animados, no por lo graciosa sino por la cantidad de veces que se repiten los mismos cuadros. Poca diferencia hay en lo básico, entre las lentejuelas y espejitos con que nos engañaron los conquistadores y las basuras de consumo con las que las potencias industriales se llevaron y llevan nuestras riquezas. Todo eso es consecuencia de una gigantesca amnesia colectiva. Amnesia que es conocida y manipulada perfecta y hábilmente por quienes si poseen excelente memoria.

Hemos de llenar este vacío. Es urgente hacerlo. Por todos los medios a nuestro alcance, hay que contagiar de memoria al pueblo. Misión historia ¡Ya!



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Martín Guédez


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