Vagaba por no sé qué calle de mi quinto sueño cuando sentí un empujón por la espalda que me hizo caer de nariz sobre el adoquín, fue mi teléfono celular sonando el que me despertó de golpe. Veo la hora, son las once treinta de la noche.
¿Qué suena? Me pregunto adormilada revisando el celular para ver si es llamada o mensaje de texto. Es el WhatsApp, enciendo la luz y lo reviso, es un mensaje de una amiga de mi infancia que me escribe desde Ciudad Peronia: ¡Negra, negra, la fulana se va a casar con un hombre! Yo todavía con la modorra: ¿Y para decirme eso me despertás?, ¿qué fulana? (La curiosidad mató al gato) ¡La que te presenté que es lesbiana! En el sopor de las horas de la noche otoñal y el calor de mis sábanas trato de recordar a quién se refiere. ¿Quién? Le vuelvo a preguntar. La fulana aquella hombre, Negra, la que te presenté… Y me da santo y seña, aún así no logro recordar pero le escribo con las ganas de volver a vagar por la calle donde andaba cuando me despertó su mensaje: ahí dejála hombre, qué bueno por ella.
Negra pero ella era lesbiana declarada, ¡estoy que me infarto, se va a casar con un hombre! Logro recordar de quién se trata y sí, la muchacha se declaraba homosexual alfa, de dormir con una mujer diferente cada noche, que había barrido con todas la edades y clases sociales y que era intensa en la cama, que ningún hombre había logrado complacerla como las mujeres. Y así y así sus historias que dejaban en la calle de la amargura a los relatos de Anais Nin.
Negra, pero era lesbiana, ¿cómo puede casarse con un hombre? Mi amiga admirada que no lograba asimilar la noticia. Con toda la tranquilidad del mundo le escribo: le llegó el amor, es solo eso, le llegó el amor, el amor no tiene nada que ver con los géneros, ni con sexo, es cuestión de almas. Le llegó el amor que emana. Me dijo que necesitaba tomarse un trago de algo fuerte para prevenir el infarto ya que la noticia la tenía sorprendida. Y yo lo que necesitaba era volver al quinto sueño donde andaba cuando ella me despertó, y con suerte tal vez regresar a la misma callejuela donde me encontraba caminando entre neblina, árboles de flor de fuego, casitas de teja rojiza y tapiales de adobe, en algún poblado del oriente guatemalteco.
Nos despedimos, apago el celular y vuelvo a la tibieza de mis sábanas. Por unos instantes pensé en la belleza que enamora, que no es ordinaria y que seguramente fue esa belleza la que llegó a la vida de la muchacha, que se convirtió en amor, en el amor que emana. Que no nos tiene que causar sorpresa, porque es ilimitada y transparente, que los credos, edad, nacionalidad, clases sociales, idioma y géneros son imperceptibles, realmente insignificantes ante una lindeza tan sui géneris que nos desborda el alma.
Esa misma belleza se da entre personas del mismo género y no tiene por qué ser rechazada por la sociedad, el amor tiene derecho a ser y a salir de las normas patriarcales, de la heterogeneidad, del odio, de la homofobia, de nuestros estereotipos plagados de doble moral. De nuestros miedos inculcados por tradición, cultura y religión.
El amor que emana tiene derecho a florecer en cualquier lugar, y nosotros la obligación humana de dejarlo ser.
Para: Las almas sui géneris que están allá afuera, atrévanse a ser.