Sosiega avanza la época del frío, trae consigo días de cielos plomizos y espesa bruma que arrulla las horas. Nostalgias de otros tiempos, gélidas ausencias, evocaciones añejas embriagadas con los altibajos del perenne vaivén. El corazón mohíno del migrante se cobija en la coraza, el desconsuelo de estar lejos abre de nuevo la herida. Qué lastres ingratos evoca en las almas desiertas el frío glacial de la diáspora.
En la época del frío, ensimismadas las miradas perdidas de los migrantes se vuelven hojarasca, vaho, profundos acantilados, copos de nieve que embellecen el confín. Soledades en manifiesto, angustia arañando el anhelo de estar en otro suelo, en otro tiempo, arropada de felicidad: gélida es la gran ciudad.
Urbe contemporánea que congela los corazones. El desaliento asoma y se posa caprichoso en los pasos lerdos del que avanza obligado; el emigrado sin tierra ni cielo, hundiéndose en la contradicción, viviendo en la frontera sin retorno, desapareciendo entre la muchedumbre, aislado en su propia reclusión.
En la época del frío, la angustia se vuelve hiel. Abandono. Sollozos. Culpa. Soledad insatisfecha. No hay licor, no hay sobredosis, no hay amantes, no hay calmantes que puedan contra el hastío del desamparo. Contra la desesperanza del desengaño. La razón se desploma abatida, el autocastigo comienza a conspirar, llora la melancolía en la gran ciudad: es la herida incurable del emigrado, el dolor abismal del indocumentado, es la nevisca que asomando está.
Es el querer cerrar los ojos y no despertar nunca. El correr sin detenerse hasta que se reviente el corazón. Saltar al vacío. Es el deseo absoluto de desaparecer sin dejar rastro. Es la sobredosis que permite extraviarse en túneles oscuros donde no existe luz alguna que llame, que cure, que guíe. Es la bipolaridad vuelta eco de acantilado. El desencanto abofeteando la ilusión. La ansiedad a quemarropa. El verso de un poema que nadie escribirá. Una pintura abstracta. El trazo de un rostro triste.
Son las vísperas de cielos grisáceos, de nevadas espesas, de añoranza, de fatiga, de paranoias. De llorar y gritar en soledad. Es el vestigio de la época del frío en el corazón abatido de los migrantes indocumentados. Los que solo existen para las remesas y para la explotación laboral.
Que la agonía nos sea leve.