4 de febrero de 1992 nace una nueva Venezuela

El 4 de febrero de 1992 nace una nueva Venezuela. Nace con hidalguía la Gran República Bolivariana. Retornan los soldados de la patria grande con su bandera, que hoy flamea con las ocho estrellas en la bóveda celeste. El pueblo, al escuchar al Teniente Coronel Hugo Chávez Frías aquel memorable día, asumió que el -por ahora- era para siempre.

El pueblo venezolano vivía en los predios del desencanto desde el 23 de enero de 1958. Las esperanzas de redención se esfumaron, como la nada. Emergió un nuevo ciclo de frustraciones.

Las manifestaciones y la protesta democrática eran sofocadas con cántaros de sangre y sufrimiento. El supuesto padre de la democracia ordenaba a los cuerpos de seguridad del Estado "disparar primero y averiguar después".

La llamada democracia representativa, producto del Pacto de Punto Fijo, muy pronto comenzó a mostrar signos de agotamiento.

Se profundizaron las desigualdades sociales; la pobreza alcanzaría niveles sin precedentes. La desnacionalización del país y la entrega de la soberanía nacional a las multinacionales y los poderes imperiales, campearon con ignominia.

De la esperanza al desengaño. Las aspiraciones de justicia y libertad se fueron extinguiendo como volátiles llamas en el esquivo viento.

Pero el bravo pueblo, el que siempre ha demostrado arrojo justiciero en el curso de la historia, presente estaba.

Miles de venezolanos ofrendaron sus vidas el 27 y 28 de febrero de 1989, para oponerse a las medidas neoliberales del gobierno de Carlos Andrés Pérez y del Fondo Monetario Internacional. El pueblo, entonces, el bravo pueblo, tomó las calles de Dios enarbolando banderas de justicia social.

Una sociedad más justa y humanista aparecía en el horizonte. Tres años más tarde, el 4 de febrero de 1992, los hijos e hijas de la patria entonaron los himnos de la Revolución Bolivariana.

Revolución victoriosa la que se iniciara con la asunción al poder de Hugo Chávez, el 2 de febrero de 1999.

Desde entonces el proceso de cambios, en el marco de la revolución democrática, no se ha detenido. Avanza vigorosamente atendiendo demandas de justicia y libertad que anidan en el alma nacional, contribuyendo a escala mayor a un proceso político de transformaciones que protagonizan los pueblos del Sur.

Nuestra Revolución erige monumentos de unión y fraternidad entre los pueblos del mundo.

El 4 de febrero de 2012 el Comandante Presidente exclamó:

No daremos descanso a nuestros brazos ni reposo a nuestras almas, hasta que hayamos liberado definitivamente a nuestra patria del atraso y el subdesarrollo y hayamos construido en esta tierra el socialismo de la nueva era, el socialismo del siglo XXI.

El 19 de abril de 1810 nació nuestra patria, y el 4 de febrero de 1992 revivió la obra del Libertador Simón Bolívar para perpetuarse en la historia. Transformaciones democráticas, en un sistema de justicia y de naturaleza humanista, se abrían paso en la amplia geografía venezolana.

En el surco fértil de la patria bolivariana está sembrada la semilla de Hugo Chávez, quien hizo posible que se aposentara –como nunca en la consciencia del pueblo venezolano-, un amor por el legado de nuestros próceres.

Con su trino de libertad le vienen a uno ganas de volverse pájaro, de volar con las alas del universo. Sus palabras de esperanza se atisban en el canto de la llanera paraulata.

Nuestro líder boga en su viaje cósmico por ríos caudalosos y llanuras infinitas, por costas indescifrables y montañas encantadas. Los macizos milenarios de nuestra vasta geografía acogen su cuerpo y su alma.

Hoy rememoramos el aniversario de una epopeya que encabezara el Líder Supremo de la Revolución Bolivariana, que quedará registrada -para siempre- en los anales de la confraternidad humana.

Nadie como él contribuyó a ensanchar –de manera tan amplia-, los caminos de la esperanza y del nuevo humanismo, en las postrimerías del siglo XX y en los albores del siglo XXI.

Su existencia perdurable, como realidad poética de lo humano, se ha instalado en los sublimes registros de un futuro promisorio.

Su impronta irriga no sólo el suelo de nuestra amada nación, sino también el de otros lares. Obra redentora la suya, en favor de los pobres y excluidos de la tierra, que trasciende nuestras fronteras y sirve de inspiración a todos aquellos que soñamos con el amor universal y la paz planetaria.

Al recordar su legado trascendental, en este histórico día, nos viene a la memoria un proverbio de Salomón:

Guarde justicia al poder y al cuitado

Amparo halle en ti el menesteroso

Que así florecerá tu grande Estado.

Y es que el legado de los fundadores de la República inspira nuestras luchas. Renace la esperanza.

Johann Wolfgang Von Goethe exclamaba en su obra Las desventuras del joven Werther que la vida humana no es más que un sueño.

Sueño hermoso el de construir una patria donde quepamos todos. Donde estén vigentes los principios de libertad, igualdad y fraternidad que guiaron la emancipación de los pueblos nuestro americanos.

¡Que se perpetúe su cosecha de amor y de esperanza!



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Jorge Valero


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