8 de marzo de 2017, con ocasión del Día Internacional de la Mujer

Invitada el 8 de marzo de 2005 a hablar ante el Parlamento Europeo, en Estrasburgo, con ocasión del Día Internacional de la Mujer, éstas fueron sus palabras.

“Cada una de nosotras está aterrorizada por una educación que infecta el espíritu”

Gracias por haberme invitado a esta jornada. Siempre es un placer y un honor estar aquí, entre ustedes.

Sin embargo, debo decir que creo que deberían haber invitado a una mujer palestina en vez de a mí, porque las mujeres que más sufren la violencia en mi país son las mujeres palestinas. Y quisiera dedicar mi discurso a Miriam R’aban y a su marido Kamal -de Bet Lahiya, en la banda de Gaza-, cuyos cinco hijos fueron asesinados por soldados israelíes cuando recogían fresas en el campo de fresas familiar. Nadie será juzgado por este crimen.

Cuando pregunté a mis anfitriones por qué no invitaban a una mujer palestina, su respuesta fue que eso haría que la discusión estuviera “demasiado localizada”. No sé qué es la violencia no localizada. El racismo y la discriminación pueden ser conceptos teóricos y fenómenos universales, pero su impacto es siempre local, y bien real. El dolor es local, la humillación, los abusos sexuales la tortura y la muerte son todos ellos muy locales, lo mismo que las cicatrices.

Desgraciadamente, es cierto que la violencia local infligida a las mujeres palestinas por parte del gobierno y del ejército israelí se ha extendido a todo el planeta. De hecho, la violencia de Estado y la violencia del ejército, la violencia individual y colectiva, son hoy el sino de las mujeres musulmanas, no sólo en Palestina sino allí donde el mundo occidental ilustrado pone su bota imperialista. Es una violencia que casi nunca se aborda y que la mayoría de las personas en Europa y Estados Unidos apenas excusan. Ocurre así porque el denominado mundo libre tiene miedo del útero musulmán.

La grande France de la liberté l’égalité et la fraternité [La gran Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad *] está aterrorizada por unas jóvenes que llevan pañuelo en la cabeza, el Gran Israel judío tiene miedo del útero musulmán que sus ministros califican de amenaza demográfica. El todopoderoso Estados Unidos y Gran Bretaña contaminan a sus respectivos ciudadanos con un miedo ciego a los musulmanes, que son descritos como viles, primitivos y sedientos de sangre, además de no demócratas, chovinistas, machistas y productores en masa de futuros terroristas. Y ello, a pesar del hecho de que quienes destruyen hoy el mundo no son musulmanes. Uno de ellos es un cristiano devoto, otro es anglicano y el tercero es un judío no piadoso.

Nunca he vivido el sufrimiento que las mujeres palestinas padecen a diario, a cada hora; no conozco el tipo de violencia que hace de la vida de una mujer palestina un constante infierno. Esta tortura física y mental cotidiana de las mujeres a las que se les priva de los derechos humanos y de sus necesidades fundamentales de una vida privada y de dignidad; mujeres a cuyas casas se entra con una orden judicial a cualquier hora del día o de la noche, a quienes se ordena -bajo la amenaza de un arma- desnudarse y quitarse la ropa delante de extraños y ante sus hijos, cuyas casas son destruidas, que son privadas de sus medios de existencia y de toda vida familiar normal.

Todo esto no forma parte de mi experiencia personal. Pero soy una víctima de la violencia contra las mujeres en la medida en que la violencia contra los niños es, de hecho, una violencia contra las mujeres. Las mujeres palestinas, iraquíes, afganas son mis hermanas porque todas nos encontramos atrapadas en el asedio de los mismos criminales sin escrúpulos que se denominan dirigentes del mundo ilustrado libre y que, en nombre de esta libertad y de esta ilustración, nos roban a nuestros hijos.

Además, las madres israelíes, estadounidenses, italianas y británicas han sido, la mayoría de ellas, violentamente cegadas y descerebradas hasta el punto de que ya no se pueden dar cuenta de que sus hermanas, sus únicas aliadas en el mundo, son las madres musulmanas, palestinas, iraquíes o afganas cuyos hijos son asesinados por nuestros hijos o que se hacen explotar en pedazos junto con nuestros hijos e hijas. Todas ellas están infectadas por los mismos virus engendrados por los políticos. Y todos los virus son iguales, aunque tengan diversos nombres ilustres, como Democracia, Patriotismo, Dios, Patria. Forman parte de ideologías falsas y trucadas cuya intención es enriquecer a los ricos y dar poder a los poderosos.

Todas nosotras somos víctimas de la violencia mental, psicológica y cultural que hace de nosotras un solo grupo homogéneo de madres enlutadas o potencialmente enlutadas. Las madres occidentales a quienes se enseña a creer que sus úteros son una baza nacional, lo mismo que se les enseña a creer que el útero musulmán es una amenaza internacional. Se les educa para que no exclamen: “Yo le he traído al mundo, le he amamantado, es mío y no le dejaré que sea aquel cuya vida vale menos que el petróleo, cuyo futuro vale menos que un pedazo de tierra”.

Cada una de nosotras está aterrorizada por una educación que infecta el espíritu para que creamos que lo único que podemos hacer es rezar para que nuestros hijos vuelvan a casa o estar orgullosas de sus cuerpos muertos.

Y todas nosotras hemos sido educadas para soportar todo esto en silencio, para contener nuestro temor y nuestra frustración, para tomar Prozac contra la ansiedad, pero nunca para aclamar en público a Madre Coraje. Nunca ser verdaderas madres judías o italianas o irlandesas.

Yo soy una víctima de la violencia de Estado. Mis derechos naturales y civiles en tanto que madre han sido violados porque temo el día en que mi hijo cumpla 18 años y me sea arrebatado para ser el instrumento del juego de unos criminales como Bush, Blair y su clan de generales sedientos de sangre, sedientos de petróleo, sedientos de tierra.

Viviendo en el mundo en el que vivo, en el Estado en el que vivo, en el régimen en el que vivo, no me atrevo a ofrecer a las mujeres musulmanas ninguna idea, cualquiera sea ella, sobre la manera de cambiar sus vidas. No quiero que se quiten los pañuelos o eduquen a sus hijos de otra manera, ni las presionaré para que constituyan Democracias a imagen de las democracias occidentales que las desprecian tanto a ellas como a quienes corren su suerte.

Sólo quiero pedirles humildemente que sean mis hermanas, expresar mi admiración por su perseverancia y su valor, que sigan teniendo niños y que mantengan una vida llena de dignidad a pesar de las imposibles condiciones en las que las hace vivir mi mundo. Quiero decirles que todas estamos unidas por el mismo dolor. Que todas somos las víctimas de los mismos tipos de violencia, aunque ellas sufran mucho más y porque son ellas quienes son maltratadas por mi gobierno y su ejército y con ayuda de mis impuestos.

El islam en sí, como el judaísmo en sí y el cristianismo en sí, no es una amenaza ni para mí ni para nadie. Amenazas son el imperialismo estadounidense, la indiferencia y la cooperación europeas y el racista y cruel régimen israelí de ocupación. El racismo, la propaganda en la educación y la xenofobia inculcada es lo que convence a los soldados israelíes de ordenar a las mujeres palestinas, amenazándolas con sus fusiles, que se desnuden delante de sus hijos por razones de seguridad; la más profunda falta de respeto por el otro es lo que permite a los soldados estadounidense violar a mujeres iraquíes, lo que da licencia a los carceleros israelíes para mantener a las jóvenes en condiciones inhumanas, sin la ayuda higiénica necesaria, sin electricidad en invierno, sin agua limpia o colchones limpios, y para separar a las madres de sus bebés y de los niños a los que están amamantando. Para cerrarles el camino a los hospitales, para bloquearles el camino a su educación, para confiscar sus tierras, para arrancar sus árboles e impedirles cultivar sus campos.

No puedo comprender completamente a las mujeres palestinas o sus sufrimientos. No sé cómo habría sobrevivido yo a tales humillaciones, a tal falta de respeto por parte del mundo entero. Lo único que sé es que la voz de las madres ha permanecido silenciada durante demasiado tiempo en este planeta devastado por la guerra. No se oye el grito de las madres porque no se invita a las madres a los foros internacionales como éste. Esto lo sé, y es bien poco. Pero es suficiente para que me acuerde de que estas mujeres son mis hermanas y que merecen que yo grite y luche por ellas.

Y cuando ellas pierden a sus hijos en los campos de fresas o en las mugrientas carreteras cerca de los check points [controles de seguridad], cuando sus hijos son abatidos en el camino al colegio por hijos de israelíes que han sido educados para creer que el amor y la compasión se ejercen dependiendo de la raza y de la religión, lo único que puedo hacer es permanecer a su lado y al de sus bebés traicionados, y preguntar lo que Anna Akhmatova [poeta rusa (1889-1966)], otra madre que vivió en un régimen de violencia contra las mujeres y los niños, preguntó. ¿Por qué este hilillo de sangre desgarra el pétalo de tu mejilla?”


pajaro.revolucion@gmail.com



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Antonio Rodriguez


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