El pasado mes de abril, Yibram Saab Fornino, un joven estudiante universitario, publicó mediante un vídeo una carta, fijando su posición crítica en torno a la represión por parte de los cuerpos de seguridad del Estado durante las manifestaciones opositoras. Le envió un mensaje a su padre instándole a poner fin a la injusticia que, según él, ha invadido al país, valiéndose del dominio que éste tiene como figura de uno de los poderes más importantes del Estado. Su padre es el exconstituyentista, exgobernador y ahora Defensor del Pueblo, Tarek Wiliam Saab. Vale destacar la valentía de este muchacho de fijar su posición ante el país, sin importarle que su padre ocupe un Poder Público tan significativo. Paradójicamente este joven protesta hoy contra el "régimen", porque no hay libertad de expresión, al tiempo que se sienta frente a una cámara de televisión para exigirle al Defensor del Pueblo que haga lo que tenga que hacer. En otro país es privado de libertad porque la libertad de expresión tiene límites. Yibram representa a cualquier muchacho de su edad, pero no a cualquier hijo de un padre o una madre de este país, sino simboliza a la mayoría de los hijos de los revolucionarios que están en el poder que se han convertido en los "hijos de papi y mami", como los hijos de los burgueses de la derecha que tanto criticamos. Esto, más que una crítica, debe verse como un llamado de alerta para la revolución, porque denota hacia dónde va esta juventud. No porque ellos no tengan derecho a expresarse, sino porque sus palabras y sus acciones reflejan su fragilidad, su poca formación consciente de los procesos históricos que han marcado al país; su falta de compromiso revolucionario y patriota; pero sobre todo su apego a un sistema perverso y antinatura que ha arrinconado a su pueblo como nunca antes en la historia de Venezuela.
Yo me pregunto ¿qué les hace falta a estos muchachos hijos de los revolucionarios en el poder si lo tienen todo? Si no estudian en ningún Simoncito, o Robinson, o Rivas, ni en escuelas ni en universidades públicas, por el contrario estudian en colegios católicos por ende sujetos fáciles de dominar a través de las prácticas y costumbres religiosas, ni tienen canaimitas, ni van a Mercal, tampoco hacen colas para adquirir productos de primera necesidad, ni van a un CDI; ni van a comer al mercado de los pobres, sino a las grandes cadenas transnacionales alimenticias; no se preocupan por visitar los hermosos pueblos de Venezuela, sino Disneylandia, Miami, o Europa. Estoy de acuerdo con que todos nos merecemos una mejor calidad de vida, pero ésta debe ir acompañada de una profunda formación con consciencia socialista, humanista, bolivariana y chavista. Si el hijo o hija de cualquier director de un hospital se acostumbró a vivir durante este proceso en la opulencia, obviando o negando estos valores; o sin inculcarle el principio básico de la revolución bolivariana de amar esta patria para combatir por la libertad, la soberanía, la independencia y la justicia social por el bienestar de nuestros pueblos; a reivindicar las luchas desarrolladas de nuestros libertadores en este siglo e ir hacia la culminación del proceso de emancipación que iniciaron nuestros héroes hace más de 200 años, a conducir estos derroteros hacia el integracionismo y antiimperialismo de Bolívar y de Chávez, a la sabiduría de Simón Rodríguez, a la combatividad persistente de Zamora e ir hacia la unificación de la convivencia en colectivo, y a la lucha por la igualdad de los pueblos del mundo como lo idealizó Francisco de Miranda, entonces no estamos haciendo la revolución desde adentro. Cosa distinta lo que practica el revolucionario de a pie que, por ejemplo, va con su hijo desde la madrugada a realizar una cola para adquirir un producto y le explica los motivos de la misma, luego lo lleva a la escuelita del barrio —porque sabe que la peor escuela pública es mejor que la peor escuela privada, como bien lo decía el maestro periodista José Caldera Olivares—, su hijo ya canta como Alí Primera, y defiende a Bolívar, a la patria y a Chávez.
Para avanzar en este sentido, necesario es que los hijos de los revolucionarios que están en el poder se desprendan de sus hábitos, caprichos y costumbres; urgen convertirse en hombres y mujeres de batallas, transformarse en sujetos comunicacionales de nuestra revolución; ser ejemplos reales de lo que debe ser un revolucionario dentro y fuera de su hogar, más que parecer Ser; informar en los barrios, en los sectores populares sobre las distintas guerras que acechan al país; conectarse con la gente, con el pueblo, como principal herramienta para la conquista de las transformaciones necesarias. A los padres revolucionarios que están en el poder, que han mejorado su estilo de vida gracias a este proceso, que han vivido a costa de la bonanza, les digo: no les reprocho su nuevo status social, sino el haber perdido la brújula de su hijo, que apliques "claridad para la calle, oscuridad para la casa", lo cual significa entregar un hijo al capitalismo, a los intereses de la derecha, a las prácticas alienantes de las religiones; a que sea un objetivo de la derecha internacional; a no ser sujetos pensantes sino sumisos y dominados; a que se les bombardee su cerebro permanentemente a través de las redes sociales, de la guerra mediática; en fin, a ser una presa fácil del sistema sencillamente porque su origen social, su estilo de vida y su formación familiar responde a los intereses de la burguesía venezolana y no a los verdaderos valores humanistas que debe predominar ineludiblemente en la propuesta del socialismo. Tal vez estés a tiempo de encaminarlo al amor por su patria para la construcción de un bien común, de que solo usen tu nombre con orgullo para decir que juntos fueron constructores de la nueva era bolivariana porque le enseñaste lo bonito que es luchar y amar por su país, porque la patria es el hombre.
Licenciada en Administración