Hoy la sociedad venezolana en su conjunto observa atentamente cómo los actos terroristas y movimientos sediciosos promovidos por los factores de la ultraderecha, en conjunción con los representantes de la jerarquía eclesiástica nacional, pretenden convertir al país en una suerte de sociedad neonazi, donde el terror, la persecución y la muerte por crímenes de odio son generados por estos factores.
Hoy se pretende imponer como un lugar común esta violencia generalizada como forma de hacer política. El estupor no representa la palabra que pueda describir lo que en realidad siente una gran parte de la población venezolana, cuando se observa a representantes de la iglesia católica, apostólica y romana bendiciendo a grupos violentos y anárquicos de jóvenes, muchos de ellos pertenecientes a bandas criminales, en franca comunión con el paramilitarismo.
Todos ellos actuando bajo estados alterados de conciencia, producto de las drogas que les son suministradas por quienes los conducen. Vemos cómo salen a matar inocentes, quizás por tener un determinado estereotipo que refleja una tendencia política o una condición social contrarias a las de ellos, o porque quizás alguien decidió reclamar su legítimo derecho al libre tránsito contemplado en nuestra Carta Magna.
Hoy vemos cómo destruyen lo que con tanto esfuerzo se ha construido a lo largo de estos 18 años de revolución. Todo esto, bajo la égida de la iglesia católica.
Haciendo un breve ejercicio de memoria, me retrotraigo a la época del oscurantismo, época de oro y resplandor de la iglesia católica, donde la tortura era el método para someter en nombre de Dios a los que llamaban herejes y hacerles confesar culpas de las que eran inocentes.
Es curioso, pues al tiempo de hoy, los verdaderos herejes pudiésemos decir que son estos representantes del ala burguesa, apátrida e inmoral de la iglesia católica. Basta solo ver todo lo que entre muros ha sucedido a lo largo del nacimiento de la misma. Por ejemplo, violaciones, pedofilia, corrupción, tortura, abuso de poder, aborto; todo esto por culpa de la sociedad de cómplices imperante desde sus cúpulas.
Sin duda, han podido medrar a lo largo de la historia porque han sabido manejar las mentes débiles de algunos que han acudido a la iglesia en busca del perdón, de la necesidad de refugiarse en la fe, en busca de la solidaridad que ella promueve pero que en la realidad no cumple.
Es en la esperanza que el ser humano se refugia más allá de la fe. Arrodillados le piden a ese Dios que sus vidas, muchas veces cargadas de miseria, pudiesen cambiar. Pero, patéticamente, la verdad es otra. Solo cuando buscan la llamada casa de Dios, aun en su extrema pobreza, asisten al saqueo miserable a través del diezmo, que por cierto, debería ser entregado a los más pobres, si fuesen coherentes con lo que propugnan, el amar al prójimo como a sí mismo.
La iglesia no está llamada a quitarle a quien menos tiene para seguir acumulando riquezas, pues en ella se concentra una de las fortunas más obscenas que se conozcan. Si tanto le preocupa a la iglesia católica la pobreza en el mundo, y puntualmente en nuestro país, ¿Por qué no se desprenden de un poco de su propia riqueza? Ello ayudaría a paliar un poco el hambre que los capitalistas a quienes tanto tributo rinden, han ocasionado a través de la guerra económica al pueblo que ellos dicen amar.
Es este doble rasero el que ya me resulta vomitivo e inaceptable, el que me exige levantar la voz y decir mi verdad. ¿Será que la jerarquía eclesiástica venezolana subestima tanto al pueblo y cree que éste no se percata de sus acciones vandálicas por omisión y, peor aún, por el apoyo al terrorismo y al fascismo? El fin último de esta inmoral cúpula es volver a tener el poder y prebendas obscenas de las que gozaron en la IV República.
Sin duda, a ellos no les importa el medio para lograr sus fines. Si tienen que acabar con los sueños de un pueblo que se mantiene en constante lucha por la justicia y por la vida, lo harán.
¿En qué parte de la historia se puede ubicar semejante conducta oprobiosa de los que se hacen llamar hijos de Dios? Para ellos la muerte de nuestro pueblo, de los más humildes, no es más que un daño colateral. Eso sí, en nombre de Dios y la "justicia divina".
De aquí las contradicciones dialécticas de la iglesia, que le han llevado a que naciera como corriente bien aparte, la Teología de la Liberación. Curas valientes y dignos que defienden y propugnan la opción por los pobres, contestes con las luchas de los pueblos oprimidos, en franca rebeldía contra la burguesía y de quienes siempre los golpean y golpean, como decía el panita Alí.
La burguesía eclesiástica hoy ni siquiera guarda las formas, pues de manera descarada hemos visto cómo llaman a la sedición, en franca contravención a la paz, haciendo caso omiso al llamado del Papa Francisco, que ha dado su mayor esfuerzo para coadyuvar al diálogo y alcanzar así nuevamente la paz que todos nos merecemos, y que estos grupos de poder han pretendido quitarnos.
Siempre se ha dicho que el respeto se gana, pareciera una frase muy trillada, pero realmente es muy acertada. Es por ello que en lo particular condeno y acuso a esta jerarquía eclesiástica venezolana de terrorista, y me merecen el mayor de los desprecios. Han logrado que me reafirme en mi ateísmo y que profundice mis convicciones de existencialista. No en vano los fariseos hipócritas de ayer entregaron al llamado hijo de Dios, el camarada Jesús, primer revolucionario de la historia. Así lo veo. Se demuestra una vez más que la historia es cíclica, solo cambian los actores, pero los intereses siempre son los mismos.
Debo en este escrito dar un merecido reconocimiento al hombre, al padre Camilo Torres, valiente que cambió sus hábitos de cura por un fusil para irse a la lucha revolucionaria a favor de su pueblo oprimido. A Vive Suriá, Numa Molina, así como a los curas mártires que quedaron sembrados en el camino, que se pusieron del lado del pueblo y de sus luchas. Para ellos honor y gloria.
Pero de cierto os digo, que no habrá iglesia católica, apostólica, romana, ni papa Dios que baje del cielo, que sea capaz de doblegar la moral del pueblo revolucionario, que decidió ser libre y no doblarle más el lomo al amo, porque en tiempos de revolución ya se acabaron esas religiones convertidas en opio de los pueblos. Me declaro cristiana, me muevo en base a sus principios. Creo en Cristo el hombre, no idolatrado; en aquél que dio su vida por la solidaridad, el amor al prójimo y la humildad.
Esta cúpula eclesiástica inmoral e indecente, ni siquiera ha condenado el uso de niños en los actos terroristas de la oposición, ni el vil asesinato de inocentes quemados vivos en el medio de la calle. De seguro se sienten identificados con su aquilatada tradición histórica de cacería de brujas e inquisición, antecedente genético indiscutible de todo racismo, toda discriminación, todo nazismo y todo fascismo que desde entonces se han convertido en el lastre más despreciable y asqueroso del género humano.
No sigan por donde van curas traidores, con el crucifico en el pecho y el Diablo en los hechos, pues ahí está un pueblo expectante de todo lo que sucede. Procuren que el pueblo no baje, porque lo que a ustedes les costó dos mil años construir, será barrido en un día. No quedará piedra sobre piedra, por haberles dado la espalda y haber sido parte consustancial de la burguesía para acabar con su derecho a construir una sociedad justa y de iguales. Si no hay patria para nosotros, tampoco habrá patria para ustedes.
Por cierto: ¿No piensan salir a condenar el acto terrorista que desde un helicóptero hicieron sus socios contra el máximo tribunal de la República? ¡Sepulcros blanqueados! ¡Carúnculas! ¡Restos aberrantes de la IV República!
¡Aquí nadie se rinde! ¡Que viva el pueblo revolucionario! ¡Que vivan los curas verdaderos y patriotas que marchan junto al pueblo en sus luchas! ¡Chávez vivirá mientras el pueblo luche!
Zulika King
Coordinadora del Movimiento de Batalla Social Punta de Lanza
Miércoles, 28 de junio de 2017
PD: debo enfatizar que mi desprecio reflejado en este artículo es exclusivamente hacia la cúpula eclesiástica, no hacia los feligreses que de buena fe acuden a la iglesia en busca de consuelo.