Rusia, 145 millones de habitantes; China, 1.380 millones; Turquía, 80 millones; Irán, 80 millones. Las cifras hablan por sí solas. El mundo no es únicamente Estados Unidos y Europa a pesar que no haya que restarle importancia a su influencia global. Sin embargo, en este siglo XXI, el cambio geopolítico y geoeconómico es evidente. El BAII es casi tan poderoso como el FMI; el grupo de los BRICS es igual de dinámico que el G7. La ruta de la seda tiene un potencial tan o más relevante que el de otros espacios tradicionales. Se mire por donde se mire, la unipolaridad se acabó.
Esto debe ser tenido en cuenta cada vez que se afirme que Venezuela está aislada internacionalmente. Más bien, todo lo contrario: el país caribeño está perfectamente ubicado en el nuevo mapa mundi. Y la mejor demostración ha sido la reciente gira del Presidente Nicolás Maduro. Los alianzas con Rusia y Turquía deben llamar la atención porque se trata de países de gran calado en el orden mundial.
Putin es indudablemente el gran contrapeso a Estados Unidos. Más enérgico en su política exterior que China, Rusia juega un rol determinante en las tensiones y disputas que se suscitan en todo el planeta. Rusia pertenece al Consejo de Seguridad de la ONU. Y además tiene un papel fuerte en el sistema económico internacional: 1) cuenta con altas reservas internacionales en su poder (400.000 millones de dólares), 2) posee una estructura financiera sólida que incluso va en camino de disponer de un sistema de pago internacional (SPFs), 3) tiene alta influencia en la política petrolera global por su elevada producción (10,9 millones de barriles por día), 4) se ha convertido en una potencia agrícola según la propia FAO, y además, 5) Rusia está decidida a dar un salto significativo en la economía tecnológica y digital. Esto hace que este país, ya emergido, sea un aliado estratégico para la próxima década. Venezuela lo sabe y por ello cada vez afianza más sus vínculos en múltiples dimensiones económicas, políticas y militares.
Por su parte, el encuentro de Maduro con Erdogan también tiene un alto significado en clave geopolítica y geoeconómica. Turquía tampoco es un país cualquiera en la escena global. Tiene una economía en crecimiento muy deseada por Europa. Consume mucho petróleo (casi un millón de barriles por día) por su pujante demanda interna, lo que requiere de un abastecimiento seguro que no esté sometido a posibles presiones de los Estados Unidos y Unión Europea. Y Venezuela tiene esa capacidad. Es realmente un socio ideal para construir un gran mapa de intercambio basado en la complementariedad económica. Ganar-ganar es la premisa básica de esta nueva relación que crece cada día más en sectores muy diversos (agricultura, tecnología, finanzas, minería, turismo, transporte, seguridad).
Por si fuera poco a veces se nos olvida que Venezuela preside el movimiento de países no alineados y es parte esencial de Petrocaribe y ALBA. Posee además relaciones muy estrechas con Irán (país que visitó hace un mes); y ha comenzado a vender petróleo a India al mismo tiempo que ha crecido el intercambio comercial con este país. Y con China, el gran actor internacional, Venezuela viene consolidando desde hace más de una década una alianza estratégica en muy diferentes dimensiones económicas y políticas.
Si la orden ejecutiva de Trump hubiera sido hace dos décadas, la situación sería insuperable. En este contexto actual, pese a la dificultades, sí hay posibilidades reales de afrontar con éxito el intento de bloqueo gracias a la diversificación de relaciones económicas que Venezuela posee.
La desdolarización de la economía venezolana será posible en la medida que se tenga capacidad para afianzar relaciones con este nuevo campo contra hegemónico. Aunque aún más determinante será el uso de nuevos mecanismos financieros. Salir del Swift es una cuestión imperativa para no transitar bajo la vigilancia de Estados Unidos en cada pago internacional. Usar otras monedas en la comercialización petrolera así como en las importaciones se torna también una tarea urgente. Igual de inminente resulta la creación de cuentas en otras latitudes que permitan esquivar el boicot financiero actual. La reestructuración de la deuda externa, que no el default, es otro asunto obligatorio porque Trump ha violado la seguridad jurídica para los tenedores con su última orden ejecutiva.
Son muchos los desafíos que tiene por delante Venezuela en esta tormenta externa tan adversa. Hubiera sido sencillo resolverlo alineándose al eje dominante de siempre. Sin embargo, lo complicado está en hacerlo desde la otra vereda. Venezuela ha decidido que sí hay alternativa frente a la trampa de la vieja pero tan presente tesis thatcheriana, TINA, There is no alternative. Mientras Maduro siga estrechándole la mano a Putin, Erdogan, Rohani o Xi Jinping, Venezuela no está sola.