Hace año y medio escribí en esta misma columna, en la sección "Caminito de hormigas" sobre la aparición de oro en Tocuyito, capital del municipio Libertador, el de mayor extensión en Carabobo y el segundo en población después de Valencia. Dije entonces que este oro estaba siendo explotado por mafias controladas por unos militares y unos pranes del penal. Para entonces ninguna autoridad del Estado se dio por enterada, nadie desmintió la información, pero nadie la dio por cierta. Algunas personas me llamaron en esa oportunidad para reclamarme la denuncia, pero no para negarla, pues saben que cuando hago una denuncia es porque tengo los pelos de la burra. Así me enseñaron en la universidad. Y así les enseñé a mis alumnos en la universidad.
Año y medio después, la explotación de oro en Tocuyito tiende a convertirse en una depredación ecológica tan grave como la que se produce actualmente en el arco minero de Guayana. En realidad, un tractorista, cavando, se encontró una pepita que según me cuentan pesó 160 gramos, multiplíquelo por 800 mil que es el precio actual del gramo de oro. Esa pepita fue encontrada en un sector conocido como Lagunita y allí comenzó la búsqueda insaciable del vil metal, causante de la muerte de millones de personas en el mundo entero y autora de cientos de golpes de Estado en el mundo.
Si bien el control en sus inicios correspondió a quienes señalé en su momento, con el tiempo ha ido cambiando de manos, porque en realidad la búsqueda se ha ido extendiendo a sectores como La Arenosa, epónimo de un río en el que hasta hace tres años, los lugareños iban sábados y domingos a disfrutar de un buen baño. Ya está demasiado contaminado como para que ni siquiera los animales se bañen en él.
La búsqueda se extiende hasta una desembocadura del histórico río Cabriales, al que le abrieron un canal para escudriñar, después que la voz se regó y comienzan a llegar los "buscadores" desde todas partes tras esa versión criolla del santo grial "hay oro en Tocuyito". Casi que es una evocación de fábulas de los viejos buscadores de las minas de Guaniamo o el mítico pueblo de El Callao donde vivió gente cuya dentadura completa era de oro.
Hoy en día se pueden ver cientos de personas en Tocuyito, en todas sus riveras, excavando arena, echando químicos inventados por ellos mismos, mezclas extrañas producto de su ingenio. Y además, la crisis se presta perfectamente para ello. Ricardo tiene una buseta de pasajeros, pero desde hace tres meses no tiene cauchos para trabajar. Así que decidió buscar oro. "Tempranito, junto a dos vecinos que también andan pelando bolas como yo, nos vamos desde aquí desde La Bocaina para La Arenosa. Siempre encontramos algo. Hace dos semanas me traje seis pepitas. Hay que darle muy duro, comer mal, tener sed, pero espero conseguir suficiente para comprar mis cauchos y arreglas mi carro. Ya se está poniendo peligroso eso por ahí". En realidad, vi muchas pepitas, ninguna más grande que la cabeza de un alfiler, pero un gramo se paga en 800 mil bolívares. Es mucho dinero para el que no tiene nada.
Encontré gente hasta de Puerto Cabello, Tinaquillo y Trincheras. Pero usualmente vienen de los barrios más cercanos, Barrio Central, Los Pozones, Colinas de Guacamaya, Las Palmitas, Bendición de Dios, El Combate. Cada uno me contó una historia distinta, pero todas contaron lo mismo en su esencia: la crisis y el abrazarse a un sueño de encontrar una roca de oro que pese medio kilo y lo saque del foso.
Toda esa extensa zona donde se busca oro en Tocuyito, no solo es histórica, sino también agrícola que comienza a dejar de serlo. Fue por Tocuyito por donde pasó el general La Torre huyendo de las Tropas de Bolívar luego de la derrota de la batalla de Carabobo, persecución que se extendió hasta Puerto Cabello. Fue en la histórica iglesia de Tocuyito donde enterraron a Negro Primero antes de llevarlo al Panteón Nacional y todos los oficiales patriotas que murieron en esa batalla, incluso algunos realistas. Aún quedan en Tocuyito los vestigios de un hospital donde curaron a los heridos, vestigios que ningún alcalde se dignó a recuperar como memoria para la historia y museo para los venezolanos.
Hasta principios de siglo pasado era Tocuyito el gran productor de verduras y legumbres para muchas partes de la región central del país, incluyendo una pesca de río que generaba un intercambio comercial importante. Por Tocuyito pasaron el ganado que venía de Cojedes, arreado a caballo hasta bien entrado el siglo pasado para que los valencianos comieran carne. Todas esas zonas agrícolas fueron repartidas por las tropas patriotas a quienes ya la trabajaban, pero en propiedad de blancos españoles. Hectáreas y hectáreas de cultivos, que comienzan a desaparecer, pues los agricultores están vendiendo sus tierras producto de los saqueos, robos, asesinatos de animales de crianza y amenazas de muerte. Ya aparecieron los paramilitares y las bandas que comienzan a tomar control de quienes van a buscar su suerte en una pepita que les resuelva al menos quince días de existencia.
La vieja Gisela tiene 72 años y 44 hectáreas, herencia del reparto que hiciera el padre en vida. Sus tierras dan con el río por unos 400 metros. Y aunque está todo cercado, de 16 reses que tenía, ya solo quedan nueve. "Cómo se roban una res" pregunté de manera inocente. "Hay mijo, cien personas, un pedazo cada una en un bolso y desaparece. A veces ni la cabeza encontramos", me explica pedagógicamente. "Pero están en sus tierras, por qué no los saca", insistí. "Ya me rompieron la cerca tres veces. Agarré un machete y los saqué. Al otro día me amanecieron como 30 gallinas muertas, me tumbaron toda la troja de cambur que está por allá y arrancaron como cien matas de yuca. Ya estoy vieja pa´esto. Mejor vendo y me voy al pueblo a morirme en paz. Me duele mucho porque aquí viví toda mi vida y aquí murió mi papá, pero mejor me voy".
El viejo Segundo tiene 71 años y 15 hectáreas. En el campo vio crecer a sus hijos a 11 hijos. "Aquí nunca faltó nada. Carne, leche y verduras, con eso se criaron. Ya todos se fueron y la vieja murió. Estoy aquí con dos nietos, pero quiero que se vayan porque ya los han amenazado. Por ese camino pa´bajo han conseguido varias pepitas. Vienen hasta con niños. Arrancan el ñame, los plátanos, topochos. Matan las gallinas. Siempre esperé morirme aquí, pero prefiero irme antes de que ocurra una desgracia. Por ahí apareció un militarzote y me ofreció comprar, voy a vé si me ofrece la plata justa y le vendo y me voy".
Estuve en un sancocho caserío adentro donde los campesinos tomaban, jugaban dominó y escuchaban música. De repente un viejo como de 70 sacó del bolsillo un paquete de billetes de 100 y 500, y los tiró al aire. Solo los muchachos y mujeres se movieron a recogerlos. "El oro pa´todo periodista. En seis meses llevo 63 pepitas encontradas. Tengo mi propia beta" me dijo.
Hechos como ese comienzan a verse con regularidad en Tocuyito. De gente que de la nada aparece con fardos de billetes, comprando y regalando. Y también comienza a aparecer las mafias y las amenazas a los buscadores. No tardará en que aparezcan los muertos y en que los campesinos migren al poblado en busca de un poco de sosiego. Tampoco tardarán los dancings, hervideros de putas y casas de juego, porque ya las drogas están esparcidas.
Y la pregunta es obligada, ¿más allá de los tocuyitenses, a quién le importa lo que ocurre en esa comunidad histórica?
Haciendo la salvedad de que aparte de su marginalidad y el abandono de los gobiernos, Tocuyito es muy bello, con zonas que pudieran ser explotadas turísticamente, incluyendo una muy similar a la Colonia Tovar, ahora, en este momento, a propósito de que mi presidente está hablando del impulso al turismo. Pero ya sabemos que nada de eso ocurrirá. Los habitantes de Tocuyito siempre estuvieron abandonados a la buena de Dios. No hay razones para que no lo sigan estando, ahora más, cuando las mafias del oro comiencen a apropiarse de todo y la depredación ambiental acabe con toda esa geografía.