Durante una conferencia de prensa en las Naciones Unidas en septiembre de este año en Nueva York, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, dijo que si el mandatario venezolano, Nicolás Maduro, estuviera ahí, estaría dispuesto a reunirse con él. A pesar de sus incesantes diatribas contra el "imperio estadounidense", Maduro no podría rechazar esa tenue oferta de encontrarse con un presidente estadounidense amistoso con los líderes autócratas.
Momentos antes de que, de manera inesperada, Trump le tendiera la mano al asediado presidente venezolano, repitió que no dejaría de considerar una "opción militar" contra Venezuela. Declarar que podrías invadir un país para derrocar a su gobernante y, acto seguido, que te gustaría reunirte con ese líder podría parecer ilógico. Sin embargo, tratándose de Donald Trump, la impulsividad es su estilo y la falta de visión, su referente. Trump ha encontrado en Maduro a su alma gemela disfuncional.
Venezuela está pasando por la peor crisis política y económica de su historia. El Fondo Monetario Internacional ha estimado que la inflación en Venezuela llegará a su punto máximo de un millón por ciento para fin de año, un panorama inimaginable a la distancia, pero muy real para los venezolanos. Un ejemplo: en 2006, el precio que pagué por un apartamento de tres recámaras en una zona de clase media en Caracas hoy sería equivalente a menos de un dólar y no me alcanzaría ni para comprar un rollo de papel de baño en Venezuela, si acaso se pudiera encontrar uno.
Los informes recientes de las Naciones Unidas muestran que los venezolanos están sufriendo —incluso muriendo— debido a la falta de acceso a suministros médicos y medicamentos básicos. Más de dos millones de venezolanos han huido del país en busca de alimentos, tratamientos médicos y oportunidades económicas en los últimos tres años. La enorme diáspora de venezolanos ha desbordado a la región a tal grado que países vecinos como Ecuador, Colombia y Panamá han implementado controles fronterizos más estrictos.
Aunque Maduro había declarado que dudaba asistir a la reunión anual de las Naciones Unidas por cuestiones de seguridad, escuchó la invitación de Trump, se subió a su avión presidencial y aterrizó unas cuantas horas después en Nueva York. En su apuro, Maduro no coordinó con Trump. Por supuesto, el presidente de Estados Unidos no iba a reunirse con su homólogo venezolano; su sugerencia no era un comentario premeditado. Pero, para Maduro, era una gran oportunidad. Si el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un, podía reunirse con Donald Trump, él también.
Al igual que Kim Jong-un, Maduro es uno de los jefes de Estado que enfrentan sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos. Justo antes de su llegada a Nueva York, el Departamento del Tesoro estadounidense impuso nuevas sanciones contra la esposa de Maduro, Cilia Flores, la vicepresidenta Delcy Rodríguez y otras personas de su círculo cercano. El cerco se estaba cerrando en torno al presidente venezolano, y vio a Trump como su salida. Si "Donald Trump y yo nos vemos cara a cara, […] estoy seguro de que sería para bien", dijo después de reunirse con Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas.
Aunque algunos creen que Maduro heredó un gobierno tiránico de su predecesor Hugo Chávez, yo discrepo de esa aseveración. Yo fui cercana confidente de Chávez y estuve ahí durante su ascenso y su caída.
El Hugo Chávez que conocí creía en la justicia social, la igualdad y las libertades fundamentales. Ganó de manera aplastante varias elecciones. Incluso fue reelecto a pesar de estar muriendo de cáncer —así de popular era en Venezuela—. Chávez perdonó a muchos de sus adversarios, incluso a aquellos que trataron de derrocarlo mediante un violento golpe de Estado.
¿Tenía tendencias autoritarias? Sus antecedentes militares le habían inculcado una firme creencia en la jerarquía. Cuanto más tiempo estuvo en el poder, más se atrincheró, lo que evidencia que los límites a los periodos presidenciales y los contrapesos son básicos para tener una democracia saludable.
Sin embargo, Chávez sentía una enorme empatía hacia los pobres y los marginados. Durante su mandato implementó muchos avances con los que ayudó a millones de personas.
Es cierto, cometió muchos errores. Chávez aspiraba a que su modelo de nación fuera sostenible, pero murió sin tener éxito. Su costumbre de elegir la lealtad por encima de la competencia fue un error garrafal. También se equivocó en dejar muchas responsabilidades en manos de un pequeño círculo de personas sin preparación y que no estaban dispuestas a tomar decisiones difíciles. Esto contribuyó a crear un ambiente de secretos y falta de rendición de cuentas, un escenario que puede poner en riesgo la democracia.
He visto el mismo comportamiento en Donald Trump, quien se ha rodeado de familiares, dándoles empleos para los cuales no tienen experiencia ni preparación. Es una táctica autócrata clásica para mantener un estricto control sobre el poder, derivada de la paranoia que genera la adicción al poder y de la creencia narcisista de que nadie puede hacer mejor las cosas.
Nicolás Maduro no es Hugo Chávez, sino un presidente sin popularidad, con legitimidad dudosa, acusado de violaciones generalizadas de Derechos Humanos, corrupción y fraude electoral. Aunque trata de emular a Chávez, es más parecido a su homólogo del norte, Donald Trump.
Igual que Trump, Maduro crece con el engaño, la exageración y las mentiras. Niega que exista una crisis humanitaria en Venezuela y culpa a Estados Unidos de su propia catástrofe. ¿Se le debería destituir con un golpe de Estado, aislarlo con sanciones económicas o derrocarlo mediante una invasión extranjera? No. Los problemas de Venezuela han de resolverlos los venezolanos. En lugar de considerar la posibilidad de una intervención militar para quitar a Maduro, Washington debería concentrase en sortear su propia cleptocracia en ciernes liderada por otro aspirante a autócrata.
Ningún presidente debería gobernar sin contrapesos. Ninguna persona debería tener rienda suelta para ignorar los principios básicos de la sociedad, la ley y el orden, la libertad y el respeto. El pueblo es quien debe hacer que sus gobernantes rindan cuentas mediante la participación activa y la supervisión minuciosa, siempre atento a los peligros y tentaciones de la corrupción generalizada y la adicción al poder.
Maduro regresó a Venezuela con las manos vacías. No se reunió con Trump, no consiguió una reducción de las sanciones ni que disminuyeran las tensiones. Sin embargo, al más puro estilo trumpiano, apareció en la televisión nacional para jactarse de su viaje e hizo comentarios grandilocuentes.
"Si hubiéramos tenido el petro hubiéramos pagado el hot dog que nos comimos en la Quinta Avenida en petro", dijo Maduro en referencia a la dudosa criptomoneda venezolana que creó para disminuir la dependencia del dólar estadounidense. La mayoría de los expertos financieros considera que se trata de una estafa.
Al igual que Trump, Nicolás Maduro prospera en un mundo paralelo de mentiras e inventos. Pero a diferencia de Venezuela, Estados Unidos aún tiene tiempo para revertir la pendiente resbaladiza hacia el autoritarismo.