Mi nieto Sebastián dijo su primera mentira. Con apenas tres años y medio, y mientras su papá lo sacaba de ver televisión para que almorzara, el niño en un descuido del padre le echó la comida a Abril, y ésta de inmediato se la comió. Después, con una gran sonrisa fue a decirle que ya se había comido todo y que si podía seguir viendo sus comiquitas. A su papá no le dolió tanto que el niño no se comiera su almuerzo sino que le mintiera.
Si bien esto no es para celebrarlo sí creo que vendría bien reflexionar sobre la mentira y porqué lo hacemos. Mentir es un acto de fe en la vida, siempre lo he tenido presente y cada tanto lo traigo a mi memoria para saber que la vida nos pone frente a experiencias donde traemos esta estrategia como posibilidad para ser utilizada.
Este tiempo que nos toca vivir está cuestionando todo nuestro entorno. La realidad que vivimos niega nuestra naturaleza y la manera de vivirla de forma normal. Por lo tanto, la verdad misma de la realidad se ha vuelto un contrasentido, trayendo como consecuencia que entre verdad y mentira se instale una manera de ver y sentir la realidad desde esa óptica que ahora llamamos posverdad.
Esta realidad que cada vez amplía su universo semántico, se asume desde la emocionalidad, desde las sensaciones y las ilusiones y aspiraciones de eso que deseamos ser. Por lo tanto, al no sentirnos satisfechos de la realidad real donde nos encontramos, tendemos a instalarnos en ese universo de las sensaciones que llamamos Redes Sociales, donde toda posibilidad de ser y hacer se encuentra a la vuelta de la esquina.
Por eso la política y los comunicólogos han sido los primeros usuarios de esta nueva forma de la realidad que cada día toma más forma y se complejiza a medida que es sometida a la experiencia cotidiana entre el común de los usuarios.
No estoy argumentando a favor o contra la mentira y sus múltiples maneras de uso. Me interesa la nueva concepción que se tiene de ella en función de una neo construcción a través de los usos por las redes sociales. Porque no es sencillo ni tampoco satisface calificar algunas afirmaciones que leemos a diario, como meras mentiras tradicionales.
Porque la emocionalidad de la comunicación aparentemente instantánea, signada por las emociones, los intereses, gustos y deseos, hacen que el contenido de una información tenga menos peso e importancia que la intencionalidad, impacto y su deseo de realización.
Deseamos ver realizados determinados deseos y antes que ellos ocurran, ya lo estamos dando como hecho cierto, por tanto celebramos y con ello, fortalecemos la posverdad que aumenta su certeza y muchas veces obliga a cambiar la ruta final del hecho, según el interés de una u otra persona o grupo, sea este político, económico, militar, religioso, entre otros.
Porque la verosimilitud y tendencia a viralizarse que contiene a lo que entendemos como posverdad, es un ingrediente que motiva a la afirmación de una certeza que construimos semejante a nuestras aspiraciones. Creo que en esto, habría que indicar que dentro de esta afirmación: ¡Regálame una mentira! existe toda una fundamentación de enunciados que cubre en sus respuestas, la otra cara o verdadero rostro de la verdad.
Mentiras piadosas, dirían unos. Por ejemplo esas que toda madre, familiares y amigos cercanos enunciamos cuando nace un bebé. ¡Qué bello!
O las mentiras por conveniencia, por sobrevivencia que nos rescatan de los extremos entre vida/muerte.
-Por la verdad murió Cristo. Es una afirmación que después de dos mil años se ha resquebrajado y dejado que surja la otra realidad, esa de la mentira sobre la cual se dice: -Debí mentir para salvar el pellejo.
Todos hemos mentido, en mayor o menor grado. No es tanto la gravedad de ello como el hecho de haber usado esta estrategia. Es imposible apartarla, negarla y condenar a quien hace uso de ella. Obviamente, su uso trae consigo ulteriores consecuencias que desencadenan cambios en la realidad de quien lo lleva a cabo.
Ya los psicólogos, antropólogos sociales y juristas tendrán, como los sacerdotes y moralistas, sus propias interpretaciones. Sin embargo, las nuevas tecnologías de las comunicaciones y redes sociales, están potenciando el discurso de la posverdad como la neo mentira que viene soportada por toda una argumentación de razonamientos, donde la línea entre verdad/mentira es demasiado frágil para separarlas.