Homenaje a Luisa Amalia Durán de Urbaneja

Me encuentro en las proximidades del lago Leman, en la ciudad de Ginebra, leyendo la Poética de Aristóteles, cuando recibo la noticia de que un ser amado ha volado hacia el infinito. Afirma el gran filósofo, que naciera en Estagira, colonia Jónica, en la costa Macedonia de Grecia: Hasta que las cosas no suceden no estamos dispuestos a creerlas posibles, pero no hay duda de que las que han sucedido son posibles, porque de no ser posibles no hubieran sucedido.

Me embarga, entonces, un sentimiento ambivalente. Una tristeza abrazadora y, al mismo tiempo, una alegría fosforescente, ya que desde los territorios del gran cacique Pitijoc ha volado, hacia los predios de Dios y acompañada de un coro de Ángeles, Luisa Amalia Durán de Urbaneja. Y ha volado, con paz y alegría, después de haber morado más de ciento dos años en el habitáculo terrestre. En el cielo la espera, con espiritual alborozo, su amado esposo Valentín Urbaneja y su madre Carmelita Durán. Luisa, una dama de cualidades extraordinarias, cuya impronta queda sembrada en su digna y honorable familia y en los habitantes de Betijoque y sus contornos.

Dios es infinito y procuramos acercarnos a su infinitud. Muy pocos pueden alcanzar su gracia. Pero, he de asegurarlo, que Doña Luisa ya mora en esos dominios. Una vida consagrada a su digna y trascendente progenie y a sus semejantes. Inverosímil resulta creer que un ser humano, de tan humilde condición, haya prodigado tantos valores y enseñanzas morales. Fue capaz, junto a su digno esposo, de procrear una abundosa cosecha familiar. Un obrero petrolero y una sencilla damisela, generaron hijos e hijas que son hoy patrimonio de nuestra patria, y que han brindado su concurso para su engrandecimiento. Profesionales universitarios, como Simón, María, Libia, Mery, Augusto, Gladys y Moises. Hombres de bien como Bertilio y Carlitos, forman parte de su cariñoso elenco. Todos ellos, al influjo de su bonhomía, generosidad y honestidad enarbolan, para orgullo de nuestra nación, valores supremos de humanidad y compromiso con la patria bolivariana y sus fundamentales propósitos.

Luisa, un ser extraordinariamente humano. Derrochaba alegría, ingenio y sabiduría todo el tiempo. Proverbiales sus sentencias sobre el quehacer de sus familiares y semejantes. Cristiana de profunda vocación religiosa. Creyente en los milagros de San Benito de Palermo. Por eso, siendo centenaria bailaba con reverencia, frente a la iglesia de Betijoque, al influjo del rítmico tamboreo del chimbanguele. Inveterada costumbre ha sido que todos los veintiséis de diciembre los vasallos del Santo Negro; unos venidos de Granados y Sabana Grande, otros de la propia ciudad de Betijoque visiten la casa de los Urbaneja Durán, donde Luisa y sus familiares les reciben con alborozo y les brindan productos del Dios Baco.

He sido parte de la familia Urbaneja Durán. Por eso, mis sentimientos de alegría y tristeza en estos momentos en que despedimos a Luisa para que parta hacia la bóveda celeste, donde Dios –ya lo dije- la está esperando.

Mis sentimientos más profundos de solidaridad para todos sus hijos e hijas de tan prolija descendencia. En particular, para sus nietos Jorge y Marjorie, mis hijos. Cuan dichoso sería que todos los moradores de esta terredad podamos avenirnos a los predios que Luisa ha conquistado. Allí, junto a su esposo Valentín, nos recibirán con los brazos abiertos para seguirnos brindando sus sabias y dignas enseñanzas.



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Jorge Valero


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