Cambiar el Estado marginal

Cuando la mentalidad marginal se hace poder de Estado es poco lo que pueden hacer los ciudadanos para zafarse de semejante yugo. Porque la marginalidad, cuando es poder, lo ejerce sin vacilaciones ni mucho menos, considerando el respeto de principios, leyes ni tradición.

Fue bien preciso uno de los jerarcas del régimen totalitario venezolano, Aristóbulo Istúriz, cuando, siendo gobernador del estado Anzoátegui, lo indicó sin mayor rubor: "Nuestro interés supremo es desmontar el Estado burgués he instaurar el Estado Comunal".

De esos años al presente es poco lo que queda en pie del Estado republicano democrático. Lo que ocurre en Venezuela ya no es una situación de discursos político-ideológicos ni tampoco económico-financieros. Al desmontarse la totalidad del Estado, sus estructuras fundamentales, como son: Familia, Educación y Cultura, se entra al espacio absoluto de la realidad marginal, con sus herramientas de sobrevivencia y convivencias básicas.

Si bien es cierto que los fundamentos y relaciones político-económicas dan ciertas luces para explicar la debacle del Estado venezolano y sus consecuencias son más que palpables en la realidad actual, no son suficientes para explicar la razón que ha llevado a la sociedad venezolana al extremo de esta Catástrofe Humanitaria Compleja.

Han sido años, muchos donde las orientaciones, fundamentos, principios, valores y tradiciones se han dejado al descuido, permitiendo la expansión, tanto de la mentalidad marginal como su hacer, tanto en manos de improvisados políticos como de quienes se han beneficiado del Estado, de manera fraudulenta.

Es que la mentalidad marginal no anida tanto en sectores socioeconómicamente empobrecidos como en aquellos que tradicionalmente han medrado cercanos al Estado. Porque la marginal, es, fundamentalmente, un estado mental.

He leído en días recientes una reflexión donde se indica que los llamados ‘enchufados’ son como garrapatas desangrando al Estado. También que es muy difícil superar este estado de cosas pues los llamados ‘rodilla en tierra’ siguen conformes recibiendo su ración de mendrugos en las llamadas ‘cajas Clap’, que cada día viene más escasa. Igualmente, los denominados ‘remeseros’ cada día se malaconstumbran a vivir de las remesas que les envían sus familiares y amigos.

Estas, como se observa, son evidencias de una mentalidad marginal y de un Estado que empuja a los ciudadanos a estas maneras de sobrevivencia. Salir de ellas en estas circunstancias, donde el poder del Estado se hace más fuerte, es casi imposible. Porque la marginalidad, con su astucia(forma rudimentaria de inteligencia), pervierte toda posibilidad de romper esos círculos viciosos donde el individuo y la comunidad se ‘acostumbran’ a depender del poder absoluto del Estado. Es acá donde se termina siendo un parásito social, una escoria que se recicla y se alimenta de valores y principios ajenos a la tradición de una cultura que estaba soportada en el ideal de superación por el rigor del estudio y el trabajo digno.

La marginalidad convertida en poder de Estado es, desde mi perspectiva, el centro del verdadero laberinto donde la sociedad venezolana en su conjunto, se encuentra atrapada y sin posibilidad real de superación, ni a corto ni a mediano plazo.

Esto lo indicamos porque han sido años de conocimiento, estudio y ponderación de una tragedia que no es posible solucionarla desde la sola arista política, tampoco económica. No es posible llegar a acuerdos con una mentalidad marginal puesto que ella tiene como uno de sus principios, la mentira y el engaño como política de Estado.

La mentalidad marginal cuando está empoderada, cuando tiene control absoluto de todo, tanto de la sociedad como de las instituciones y sobremanera, de las armas y equipos bélicos del Estado, no cederá su poder. Es su naturaleza ejercerlo como práctica de vida y de sus valores. Ella se soporta en la violencia, el desorden y la incertidumbre. El ejemplo lo tenemos ante nuestros ojos saliendo a la calle y observando la diaria realidad. No creo que tenga mayores explicaciones esta tragedia nacional.

A mis 66 años, tengo absoluta consciencia que no veré los cambios ni menos la nueva y renovada sociedad venezolana, porque ello implica un cambio total y absoluto de mentalidad, valores, principios, tradiciones y fortalecimiento cultural. Serán al menos 25-30 años para superar esta mentalidad marginal de Estado. Pero tengo fe que otros sí lograrán vivir en un espacio institucional y familiar decente, respetuoso del Otro-diferente, amoroso, solidario y que dignifique la condición humana en su diario existir.



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Juan Guerrero


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