La bandera de la guerra a muerte, roja, con un rombo blanco y un rectángulo negro, fue usada por Simón Bolívar para la Campaña Admirable de 1813. Claramente era alusiva a la bandera con la que Napoleón Bonaparte dominaba a Europa. Para ese año, 1813, España estaba en guerra de independencia contra Napoleón y tal vez la intensión era recordarle al enemigo aquí que su patria era allá, y estaba sufriendo una guerra contra un extranjero.
También es posible que, en la memoria de quien sería titulado Libertador en agosto de 1813, hiriese como espina la expresión: “bochinche, esta gente solo sabe de bochinche”; atribuida a Miranda la noche de su arresto.
Bolívar nunca volvió a referirse al Generalísimo ni en cartas ni en discursos. Así que desde Cartagena hasta Trujillo usó la bandera cartagenera, y ya en suelo venezolano, la bandera semi-napoleónica, en lugar de la bandera mirandina o bandera madre, el tricolor amarillo, azul y rojo, izada en Caracas en los patrióticos días de 1811.
La bandera mirandina reaparece en Cariaco, algunos dicen en Pampatar. Reaparece con siete estrellas azules en la franja amarilla. Apostaría a que las siete estrellas las propuso el sacerdote Cortez Madariaga, el mismo que se colocó detrás de Emparan el 19 de abril de 1810 para que el pueblo respondiese “no” a aquel inocente referéndum. Me atrevo a suponer que fue este personaje, porque en ese Congreso de Cariaco se restituyó la Constitución Federal para los Estados de Venezuela de 1811, y las estrellas representaban a las provincias de Barcelona, Barinas, Caracas, Cumaná, Margarita, Mérida y Trujillo; cuyos representantes declararon la primera República.
No digo que fuese un error colocar las estrellas para recordar al glorioso año de 1811, pero esa alusión dejó por fuera las campañas del Magdalena, y del caribe de la Nueva Granada. Recordemos que Girardot cayó en Bárbula y Ricaute se inmoló en San Mateo, pero no venían solos, ellos eran los líderes de cientos de neogranadinos que acompañaron a Bolívar hasta Caracas.
También es importante recordar la ciudad de Cartagena, la del Manifiesto de Cartagena, diezmada en 1815. Venezolanos como Sucre, Bermúdez, Soublette, Montilla, Gual y muchos otros sobrevivieron a aquel genocidio.
Las siete estrellas de 1817 demuestran que la reminiscencia es una característica humana que supone al pasado perfecto, a pesar de los errores cometidos y los eventos en la línea de tiempo, para este caso de tan solo 6 años.
Pero manteniéndonos dentro de la cerrada visión nativa, vale revisar porque tres de las diez provincias no tuvieron representación en el Congreso de 1811. Guayana y Maracaibo eran, y siguen siendo, dos importantes puertos fluviales y marítimos, razón por la cual los españoles tenían mucha presencia y actividad comercial, mientras que Coro se opuso abiertamente a la independencia, pues fue por donde Miranda intentó invadir la América toda en 1806, siendo derrotado de manera terrible.
Simón Bolívar no participó físicamente en el Congreso de Cariaco, iba rumbo Guayana, a reunirse con Piar, vencedor de la batalla de San Félix el 11 de abril de 1817, razón por la cual aquel Congreso de Cariaco terminó en una peligrosa conspiración contra la unidad de la maltrecha Republica. Mariño intentó erigirse como Jefe Supremo, mientras que Urdaneta y Sucre se apegaron al mando de Bolívar.
La “octava estrella” decretada por Bolívar, no solo representaba la anexión de una provincia, más bien, observando este contexto, pareciera que fue una estrategia política para demostrar autoridad y preservar la unidad. La octava estrella nunca se colocó en verdad. La roja, blanca y negra dejó de usarse en las tropas con el armisticio de 1821, meses antes de Carabobo; y la bandera mirandina con las siete estrellas en la franja amarilla hasta 1819, cuando nace Colombia, y se retiran las estrellas.
La bandera tricolor amarillo, azul y rojo, sin estrellas, cruzó los llanos y los Andes y llegó a Bogotá; y allá, restituyó el ideal de libertad e independencia de la “patria boba”. Fue tal la contundencia de la victoria de los patriotas, que dejó sin argumentos ni seguidores a los partidarios de la bandera amarillo, verde y rojo, de las Provincias Unidas de Nueva Granada y, de la mano de Bolívar y Santander el tricolor mirandino, sin estrellas, se convirtió, de manera oficial, en el estandarte de la Republica de Colombia, proclamada en la Constitución de Villa del Rosario de Cúcuta, si, allí donde se ofreció aquel concierto Venezuela Aid Live en febrero de 2019. Por cierto, en una de tantas tomas televisivas de aquellos días de concierto ignominioso, vi como tropas gringas pernoctaban en las afueras, no sé si dentro, de aquel sitio histórico, al cual conozco, y donde hay una placa de mármol que informa al visitante que Colombia era una gran nación. Gran Colombia, para que se entienda.
Vuelvo al punto. La bandera de Colombia entre 1821 y 1830 no podía tener ni siete ni ocho estrellas, era la bandera que unía las excolonias de Quito, Nueva Granada y Venezuela, y fue bajo este estandarte que se libró la campaña de Carabobo, que anexó a Coro y Maracaibo, y las Campañas del Sur, para sumar provincias desde Cundinamarca hasta el Potosí.
La bandera con las siete estrellas azules en la franja amarilla regresa en 1859, cuando en Coro se desata la revolución federalista, en abierta guerra civil contra el gobierno de Caracas. En la llamada Guerra Federal, la bandera de las siete estrellas azules en la franja amarilla era el estandarte de los liberales de Zamora y Falcón, mientras que la bandera sin estrellas era el estandarte de José Antonio Páez y los conservadores.
Las siete estrellas blancas en la franja azul aparecen en 1863, una vez finalizada la Guerra Federal, con Juan Crisóstomo Falcón como presidente. Sin duda, ese cambio en la bandera era un mensaje.
Vale la pena reflexionar que la octava estrella no solo significa el triunfo en la campaña de Guayana, liderada por Piar, sino también la unidad necesaria para consolidar un proyecto. En 1817, la octava estrella no fue suficiente para la unidad, hubo que fusilar a Piar a tan solo seis meses de su victoria en la batalla de San Félix.
Mover las siete estrellas a la franja azul tampoco fue suficiente, después de la Guerra Federal hubo varias guerras y revoluciones, y fue Juan Vicente Gómez, con unidad en las cárceles, paz en los cementerios y trabajo en las carreteras, quien puso a las siete estrellas en forma de arco en 1930, tal vez para recordar el arco de triunfo de Carabobo, inaugurado en 1921 en honor a los 100 años de la batalla de Carabobo.
Tampoco fue suficiente poner las estrellas en forma de arco, pues solo sabemos que el amarillo son riquezas, el azul es el mar y el rojo es la sangre. Basta con preguntar hoy, en cualquier esquina de Venezuela, cuales son las siete provincias representadas por las estrellas para darse cuenta que, si no fuese por las canciones alusivas al tricolor, ni los colores tendrían el simbolismo pretendido. Ciertamente las estrellas representan una división político territorial originaria, pero más que eso, deberían ser estrellas de unidad y paz entre nosotros.
En la primera república (1811-1812), en la segunda (1812-1814), en la tercera (1817-1819), en la colombiana (1819-1830), en la cuarta (1830-1999) y en la quinta república ha habido inconsistencias como nación. Una novena y una décima estrella podrían cerrar ese círculo entre 1810 y 1821, rememorando a diez provincias que el Rey Carlos III juntó en una Capitanía General… ¿Es eso lo que se quiere?
Colocar las siete estrellas en Cariaco significó revivir las contradicciones que propiciaron el fracaso de la primera república. Volver las estrellas a la franja amarilla significó la Guerra Federal, más bien guerra civil, que poco o nada resolvió. Volver a las siete estrellas en la franja azul sería propiciar un nuevo caracazo, pues con las condiciones políticas, económicas y sociales del planeta, es imposible volver a la Venezuela saudita.
La octava estrella en la franja azul, más allá de la recordación de la historia, el cumplimiento del decreto del Libertador y el desagravio a un largo reclamo de los guayaneses, debe recordarnos que refundamos la República en 1999 para corregir los vicios del pasado. Lamentablemente no todos los venezolanos tienen tiempo o ganas o voluntad de revisar nuestra historia. Pocos asumen la simbología con razonamiento histórico, más bien son arreados por consecuencias inmediatas. Basta ver como la octava estrella la asocian con un gobierno y no con un cambio de paradigma nacional.
Hoy hablamos de la quinta, pero en lo personal me dejo llevar por la travesura de subdividir a la cuarta en al menos seis partes, de tal manera que esta no sería la quinta, sino como la décima. No quisiera tener que subdividir a la quinta en dos o más, y tener que simbolizarlas con la novena y la décima estrella.