Por estos días leí una noticia donde se indica que en Dinamarca están desarrollando un proyecto, para incorporar a las bibliotecas del país, donde usarán a personas como ‘libros humanos’, con la finalidad de superar los problemas de xenofobia, adicciones, y demás fobias entre la población.
La idea es que las personas-libros, escogidas para el proyecto, asuman su rol como instrumento de comunicación y se conviertan en ‘títulos’. Así, encontrarán los usuarios títulos, como: ‘Refugiado’, ‘Desempleado’, ‘Bipolar', entre cientos de personas-libros a la espera de lectores que podrían superar, así, sus patologías, además de obtener nuevos aprendizajes y conocimientos.
No se crea que esta idea sea muy novedosa y original. Ya en la época de la antigua Roma existió un acaudalado comerciante quien ayudó a surtir las bodegas de los emperadores y quien poseía una extensa propiedad, tan grande y majestuosa, que solo era superada por el mismísimo emperador.
Itelio se llamaba y en su lujoso palacio cabía todo un pueblo mientras era atendido por poco más de 200 esclavos, sirvientes y asistentes. En su residencia se ofrecían banquetes todas las semanas con la asistencia del ‘jet set’ de la época. No había noble ni adinerado que no asistiera a las bacanales del acaudalado hombre de negocios del imperio.
Como era la costumbre de la época, en su mansión se practicaba, como un ritual de elegancia y alta cultura, la llamada sobremesa, momento según el cual los comensales se dedicaban a tertuliar sobre los acontecimientos políticos, religiosos, musicales, deportivos, y, obviamente, sobre temas culturales y literarios del momento.
Pero si Itelio era un adinerado y famoso comerciante y gentil anfitrión, era, no obstante, un personaje que, en boca de sus invitados, resultaba risible y hasta ridículo, porque era incapaz de llevar una conversación medianamente interesante sobre temas más allá de su área de conocimiento; el comercio y suministro de víveres al emperador.
Por eso Itelio era blanco de burlas, chanzas y comentarios anecdóticos donde su incapacidad para tertuliar era nula y supremamente aburrida, fastidiosa y elemental.
Cierta vez esos comentarios llegaron a oídos de su mayordomo quien no perdió tiempo en hacerlas saber a su amo. Preocupado por ser blanco de adversos comentarios y temeroso de perder sus vínculos con el poder imperial, el acaudalado comerciante se hundió en profundas cavilaciones para encontrar solución a su incapacidad de buen tertuliano.
Hasta que cierto día dio con la solución: mandó llamar a su mayordomo y le ordenó que ingresara a la biblioteca del imperio y seleccionara, de los mejores libros de todos los tiempos, doscientos de los más actuales y comentados por sus honorables comensales.
Cumplidas las órdenes de Itelio, hasta su palacio llegaron los mejores y más comentados libros de la época, entre ellos, La Odisea, La Eneida, La Iliada, entre tantos otros. De seguidas, Itelio ordenó a su mayordomo que le entregara a cada uno de sus esclavos, un libro, con la instrucción de que se memorizara, palabra por palabra, cada obra entregada, con la firme amenaza de ser ajusticiado si la orden era desobedecida. De esta manera, a partir de ese momento, cada uno de sus esclavos dejaron de llamarse con sus antiguos nombres y pasaron a ser llamados y vistos como libros.
Las murmuraciones y comentarios de semejante idea pronto se conocieron en toda la ciudad y las ansias por ser invitados al banquete en la propiedad de Itelio, aumentaban conforme pasaban los días y semanas. Hasta que un buen día, el noble y adinerado comerciante mandó a repartir con su mayordomo, la acostumbrada invitación para un nuevo banquete, junto con la acostumbrada tertulia. Esta, se alargó hasta entrada la madrugada con el asombro de sus invitados quienes no dejaban de maravillarse al encontrar a un anfitrión tan desenvuelto, carismático y profundamente versado en infinidad de temas. El noble Favio inició la tertulia hablando del banquete que se ofreció, en la casa del divino Odiseo, para acompañar a los amantes de su esposa, la serena Penélope. A lo que Itelio, luego de mojar sus labios en su copa de oro, ordenó a su mayordomo que llamara a Odisea. Le ordenó encontrar en su memoria el capítulo en cuestión, y de seguidas, el ‘libro’ brotó en seguras palabras los versos que seguían. De esta manera, los tertulianos quedaron boquiabiertos ante semejante revelación.
Se comentaba que, en las invitaciones para sus banquetes, los nobles romanos hacían colas interminables para sentarse lo más cerca de Itelio y presenciar cómo era capaz de recitar cuanto tema de sobremesa era desarrollado en sus extraordinarias y sabias tertulias.
Pero hete aquí que en cierta ocasión ocurrió un triste y lamentable percance. Fue por la época de las bacanales cuando, ya entrada la madrugada y mientras se libraba del mejor vino de su última cosecha, a Itelio, un poco embriagado en la noche estrellada, le dio por recitar los versos del ancestral poeta, Homerus. Mandó llamar a su mayordomo. –Pero mi amo, es que Ilíada está durmiendo. –¡Pues no me importa! Acto seguido, el mayordomo fue a buscar el viejo libro, pero apareció con las manos vacías. –Amo, es que Ilíada tiene un mal muy grande. Tiene dolor de estómago y no puede recitar.
Pensemos que la renovada idea de los daneses, contemple esta y otras urgencias para que su proyecto de convertir personas en libros pueda ejecutarse sin mayores contratiempos.