La visibilización y el reconocimiento de la diversidad

La visibilización y el reconocimiento de la diversidad han representado rasgos importantes de las luchas emprendidas por diferentes pueblos, individuos, movimientos y sectores y/o grupos sociales ante los poderes que los discriminan, los oprimen y los niegan de manera absoluta y arbitraria. Tales luchas tienen como efectos comunes el cuestionamiento de las estructuras que sostienen el modelo civilizatorio vigente y la ampliación del concepto y del ejercicio real de la democracia, lo que sería inadmisible para quienes ven en el status quo lo único posible y la firme seguridad de sus vidas, sin admitir debates y, menos, la pluralidad que pregonan defender.

Esto es particularmente importante en el caso de las personas trans, las cuales han logrado irrumpir en la estrecha visión que aún se tiene respecto a la diferenciación de los sexos, en parte gracias a la lucha por defender sus derechos y en parte gracias a la apertura de los medios de comunicacion (en especial, del cine y la televisión) que han difundido y han hecho presente su mensaje. Esto, por supuesto, ha causado revuelos, confusiones, ataques y estigmatizaciones de todo tipo, desde el ámbito religioso hasta el ámbito político, pasando por la familia y la educación; lo que genera polémicas que, muchas veces, es obviada por alguna gente para no ser calificada de fanática o retrógrada. En artículo publicado en 2020, "¿Por qué es urgente que empecemos a usar pronombres 'no binarios'?", Abril Palomino expone que «a menudo, las personas hacen suposiciones sobre el género de otra persona basándose en la apariencia o el nombre de la persona. Estas suposiciones no siempre son correctas, y aunque sea correcta, envía un mensaje potencialmente dañino: que las personas deben lucir de cierta manera para demostrar el género que son o no. Una de las formas más comunes en las que las personas no binarias son excluidas involuntariamente es que se les asigna un género incorrecto». Ello choca, evidentemente, con la mentalidad binaria con que se formó la mayoría de los seres humanos, habituada a percibir la realidad sin más opciones. Sin embargo, esta nueva situación social facilita que exista un mayor entorno inclusivo (o incluyente) que el logrado hasta ahora por la humanidad.

A pesar de las etiquetas segregacionistas que se les adjudique a las personas intersexuales, transgénero, no binarias y no conformes al género, como gustan identificarse, no podría dejarse de lado el impacto que ello tendría en la definición y vigencia del modelo civilizatorio en el cual nos hallamos, independientemente del país en que se haya nacido. De hecho, ya muchas voces advierten su consecuencia negativa en la lucha feminista al enfocarse en el respeto que debe darse a los grupos LGBTTTI (lesbianas, gay, bisexuales, transexuales, transgénero, trasvestis e intersexuales) más que en las causas o las bases materiales de su opresión, siendo éstas las mismas que oprimen a los heterosexuales y el sexo un hecho natural o biológico. En su análisis «El género es un constructo social para la opresión de las mujeres», Teresa C. Ulloa Ziáurriz establece: «El género no es una identidad, el género es el conjunto de normas, estereotipos y roles, impuestos socialmente a las personas en función de su sexo. El género es un instrumento que favorece y perpetúa la situación de subordinación en la que nos encontramos las mujeres. Por eso, admitirlo como "identidad" implica esencializarlo, anulando por completo las posibilidades de luchar contra las imposiciones que conlleva».

Las jerarquías, las relaciones de dominacion y las desigualdades sociales imperantes en el modelo civilizatorio vigente tienen, ciertamente, su raíz en el androcentrismo (o patriarcado) y, simultáneamente, en la hegemonía del sistema capitalista, sin dejar de mencionar el eurocentrismo (en una perspectiva decolonial) por lo que no podría obviarse la necesidad histórica de superarlo. A fin de trascender el pensamiento dualista (hombre/mujer, masculino/femenino, dios/demonio, positivo/negativo,) debiera tenerse como objetivo la transformación estructural de la sociedad, de manera que haya, de verdad, una emancipación integral de todos los seres humanos que en ella conviven. Si bien es cierto que la identificación del sexo biológico con el género social respondió -hasta el presente- a una construcción cultural extendida, con algunas excepciones, a todos los confines de la Tierra; lo que se refleja en los estereotipos, los prejuicios y las actitudes que suelen asumirse como normales. Por ello, la identidad personal (superando la concepción binaria y, hasta, androcéntrica que aún se podría tener) abre unas nuevas vías de enormes consecuencias respecto a la concepción y visión del mundo en general. Sin embargo, se debe insistir en que evidenciar y denunciar la persistencia de las desigualdades existentes entre hombres y mujeres, sumadas ahora a las sufridas por la comunidad LGBTTTI, podría precipitar algunos cambios legislativos importantes pero siempre será necesario que todo ello desemboque en una revolución que modifique sustancialmente todos los ámbitos, permitiendo el disfrute y el empoderamiento de derechos que hagan realidad la democracia participativa que los sustentaría.



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Homar Garcés


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