Votar o abstenerse son actos políticos y democráticos. En las circunstancias anormales en las que se encuentra la sociedad venezolana, tenemos que afirmar: ¡Qué bien que existan esas posibilidades! Sea que estén encubiertas, manipuladas por un ente rector (Consejo Nacional Electoral,poco creíble), o coaccionadas, razón por la que gran parte del electorado (sobre el 58,2% ‘oficialmente’) se abstuvo de participar. La otra parte, lo hizo de la manera que ya todos conocemos: decididos y libres; otros arreados, obligados y bozaleados.
La abstención no es, de ninguna manera, un grupo compacto ni homogéneo. Todo lo contrario; lo conforman los tradicionales apáticos (llamados ‘ni/ni’), como por quienes desde hace años se han vuelto militantes de la causa contra el poder totalitario constituido, otros, tal vez más conscientes políticamente, lo han hecho por las circunstancias objetivas al ver la desunión del liderazgo opositor y las dudas sobre un ente rector electoral poco creíble. Otro grupo, incorporado de manera circunstancial (sobre una población que alcanza el 20% de la llamada diáspora) se encuentra privada de participar. El resto, por razones ‘técnicas’, pues fueron desmovilizados, cambiados de centro de votación o simplemente no aparecieron.
La actividad electoral hay que verla desde varios ángulos para poderla entender. Quizás el más significativo sea la madurez política del elector venezolano y el humillante tratamiento ejercido por el liderazgo político contra su derecho a participar o no en la actividad. Tanto las estrategias oficialistas como aquellas de las variantes opositoras construyeron (lo siguen haciendo), una narrativa para alentar, de manera humillante, a un supuesto ‘votante descerebrado políticamente’ que hace lo que el dirigente le pida. Sin comprender que dicha concepción de semejante votante, semi analfabeta, existió en las décadas del siglo pasado (por eso se inventaron los colores de los tradicionales partidos políticos venezolanos).
Esa constante identificación del derrumbe político, de la ruina y el caos generalizado señalando por ello como responsable a la ‘masa electoral’, ha traído estos resultados que ahora se muestran. Desde hace años hemos indicado que el ciudadano venezolano está políticamente mejor formado que sus líderes y dirigentes. Esto porque vive la realidad de la cotidianidad y ha podido desarrollar experiencias significativas que le están permitiendo salir de este laberinto por propio esfuerzo, poco o mucho, pero muy personal y con la ayuda de quienes tiene a su lado.
La acelerada desarticulación, desmovilización de las estructuras políticas tradicionales para hacer que el elector pueda acudir a votar solo interesaron a un grupo etario por encima de los 40-45 años. ¿Qué muestra esto? Simplemente que el votante venezolano envejeció y que, al nuevo votante, no le interesa hacerlo, votar, mientras las condiciones para ejercer su derecho le sean adversas, esto es; credibilidad, autonomía, respeto, resguardo y claridad en la actividad comicial.
Este nuevo elector prefirió quedarse en casa resolviendo su problemática socioeconómica del día a día, porque votar, objetivamente, no le resuelve sus problemas inmediatos. Esto es verdaderamente interesante y a la vez, delicado, porque ese potencial y cada vez mayoritario votante, percibeque, tanto el poder del Estado como aquellos que lo adversan, le resuelvan nada. Sobre esto, pueden darse varias lecturas. Una de ellas, que este joven votante está (de hecho,lo está haciendo) construyendo (resolviendo) una realidad socioeconómica para sobrevivir en medio del caos que otros (políticos) generaron.
Este cambio está ocurriendo en las propias narices del envejecido liderazgo (oficialista/opositor) mientras siguen entretenidos en el espectáculo del zoológico político que cada vez se degrada más.
La abstención ha dejado en evidencia la poca credibilidad que el elector tiene en la institución política (partidos, grupos y ente electoral), sea como posibilidad para generar cambios reales, sea en el manejo y respeto del voto.
Es interesante lo ocurrido en las zonas rurales y pequeñas ciudades venezolanas, donde las alcandías, candidaturas de concejales, entre otros, fueron ganadas por dirigentes locales, agrupados en Ongs/grupos vecinales, personas con un dilatado trabajo comunitario. De ello, el resultado que se evidencia. ¿Qué indica esto? Una vez más: los ciudadanos creen en las evidencias, en quienes trabajan cotidianamente en la resolución de los problemas sociosanitarios, educativos, seguridad, en sus comunidades. Esos liderazgos locales, regionales están dando luces verdaderas para reorientar la actividad política nacional.
Por el contrario, las gobernaciones que los grupos opositores/oficialistas obtuvieron fueron usando las estrategias y tácticas tradicionales, donde las imposiciones de candidaturas, usos y costumbres de pactos con el poder, han quedado en evidencia. Estas, obviamente, son manerasde hacer política frente a un poder hegemónico que ensaya formas maquiavélicas para perpetuarse. En este caso, no se debe ejercer la actividad política usando métodos infantiles,ni menos ‘jugando carritos’, cuando el poder es totalitario y completamente amoral.
Aun ganando y con el control absoluto de la actividad electoral el régimen totalitario evidenció su mayor debilidad; su militancia está desgastada, cansada, por lo tanto, cada vez el porcentaje de su voto controlado, es menor. Tanto por quienes fueron movilizados en la campaña como aquellos llevados a votar. Del lado opositor; el voto consciente si bien se siente disperso, un porcentaje lo hizo con un ‘pañuelo’ en la nariz. Sin embargo, este hecho corrobora lo que hemos indicado: el elector venezolano está políticamente mejor formado que sus propios líderes y dirigentes.