Hace falta más camaradería. Si nos unen los ideales, las luchas, el proyecto de país, la visión de humanidad, ¿por qué han de separarnos circunstancias pasajeras?
Si hemos convergido en la entrega a una causa trascendente, y tenemos los mismos enemigos que se ensañan contra nuestros sueños, ¿por qué nos distancian prejuicios vanos?
Camarada es quien comparte riesgos y esfuerzos, entonces hemos de cuidarnos mutuamente. Si comprometemos nuestras mejores energías al lado de los humildes, ¿por qué de pronto mirarnos con desconfianza y desprecio?
Si no hay camaradería se destruye el movimiento. Se desvanece la fuerza interna que es el soporte de la organización. La unidad es la madre de todas las victorias, la división es la causa principal de las derrotas. La división resta, la suma multiplica. Así enseña la historia de las revoluciones.
Si no somos capaces de practicar la igualdad entre camaradas, ¿cómo prometemos construir una sociedad igualitaria?
Si se es indiferente al destino personal de un compañero o una compañera, algo se rompe en la cohesión afectiva de la militancia. Esto no es un asunto menor en una sociedad impuesta desde siglos por el individualismo egoísta. La utopía humanista sobre la que se levantan todas las luchas justas, entra en el nebuloso y triste universo de la duda. ¿Cuál certeza se trasmite al semejante cuando se desdeña su realidad concreta?
El proyecto socialista como convocante colectivo requiere manifestarse en actos palpables de solidaridad: ese sentimiento que nos mueve a tener empatía con el prójimo en sus dificultades y extenderle una mano, que es el mensaje del amor que alivia y da esperanzas.
No se trata de la misericordia con "masas" anónimas depauperadas, como ritual de consolación; menos de soluciones burocráticas escurridizas que muchas veces se pierden en los abismos de la ineficacia y la corrupción.
Necesitamos más camaradería y menos prepotencia. Las complicidades crean grupos de intereses que no tienen por misión el cambio social. La megalomanía es contagiosa.
La teoría clásica recoge que el partido revolucionario debe ser germen donde se gesten las nuevas relaciones igualitarias de la futura sociedad socialista.
Sin camaradería no se fertilizarán los espacios donde esta premisa sea posible.
La camaradería es la capacidad de amar a quienes nos unen las convicciones de un mundo mejor. Si no se cultiva esa virtud, los lazos de fraternidad se debilitan, la lealtad es desplazada por la conveniencia, y los objetivos altruistas que guían la revolución, son burlados por el pragmatismo más atroz.
No dejemos que se deshumanice la pertenencia a un colectivo histórico bajo el apelativo de "maquinaria". No roboticemos con slogans manidos la insustituible cohesión ideológica. Repensar la política es tornar a raíces un tanto extraviadas.
Rescatar la camaradería es una necesidad espiritual urgente en la militancia bolivariana de Venezuela.