—El Comandante nunca su mente supo estarse quieto. Su intranquilo y acucioso espirito complacíase en desmenuzar sus sentimientos, sus causas y sus efectos. Buscaba, en medio de aquel caos de acontecimientos, el por qué se encontraba enrolado en todas aquellas cosas, como que si una fuerza ciega se distrajera en llevarlo al desastre prime, para luego precipitarlo en aquel otro círculo más amplio y oscuro. ¿Cómo explicarse que él, tan lejos de la guerra, de la revolución, del suicidio colectivo, se viera allí, a aquellas horas, capitaneando a un pueblo, arrastrado por su amor a la Patria, en las masas o por la necesidad de estirar las piernas como el viejo castellano, que en el torrente de la sangre llevamos y aún suela con la vida libre y aventurera, confiado en el esfuerzo de su brazo y en las energías de su corazón?
"Tan sólo en una cosa estaba de acuerdo: en derribar todo lo existente para entrar ellos a improvisar y regodearse con la cosa pública. Ninguna idea superior movía aquellos hombres. El pueblo nuevamente se veía burlado en su candor. Aquel no era el camino de redimir a los humildes, de salvar la República, de incorporarse a la civilización. El corazón de la revolución estaba podrido. No venía sino sustituir individualidades; las máculas quedarían siempre las mismas. A su juicio, Venezuela no podía darse gobiernos mejores. Por lo tanto, ir contra los gobiernos constituídos por medio de la violencia y las armas, era atentar contra la República, alejarla de su destino. La revolución lenta y pacífica era la fórmula salvadora, plenamente convencido de que cuanto pasaba era necesario y fatal. En aquel calvario de la Patria, los patriotas, haciendo sacrificios generosos, debían ser cirineos. No abandonaría, no ridiculizarla, porque los que de ella se alejan, la traicionan. Los que en su egoísmo la quieren mejor; los que le piden lo que no puede dar, porque no han hecho por ella ningún sacrificio, porque con nada han contribuído a su consolidación y a su grandeza, no serán sino sombras errantes en la historia.
"Lo primero es ser y llegar a serlo que se quiere ser; ni la fraternidad con el pueblo, por medio del misterio de la compasión; ni un acallamiento de la conciencia por la religiosidad, pueden sentirse, de pronto, en el fondo del pecho como si fuera un contacto eléctrico. Fácil es vestirse de campesino, segar los campos; todas esas formas exteriores pueden hacerse como si fuera un juego, pero lo que ya no es posible es ahogar el espíritu y apagar, cuando a uno se le antoje, la llama del pensamiento como se fuera la de bujía. Esa fuerza del espíritu es innata, invariable, es la belleza y fatalidad de todo hombre; es superior a la fuerza de voluntad y, por tanto, está por encima de sus fuerzas, y tanto más altas e impetuosas se levantan sus llamaradas, cuanto más amenazadas se ve en su misteriosa misión de iluminar. Pues no se avanza ni una sola pulgada hacia la simplicidad por medio de un esfuerzo de voluntad, como no se avanza en espiritualidad por ningún juego o gimnasia espiritista.
"Pues nada testimonia que el Comandante, de voluntad gigantesca, el poderoso, el contemplador nihilista del mundo, el hombre "cuyos ojos lanzan destellos apenas se le contradice", se haya convertido nunca realmente, a pesar de su aparente y forzada conversión, en su democrático bondadoso y social, en un hermano de sus hermanos. Ese gran luchador ha dirigido su catapulta con toda la vehemencia oratoria de su conciencia atormentada, contra las murallas de este siglo, en tal forma, que todavía hoy retumba el sacudimiento".
¡La Lucha sigue!