Así de sencillo. Los hijos de la gran Patria que bregó nuestro Libertador Simón Bolívar, tanto los nacidos en lo que fue el virreinato de la Nueva Granada, como los de la Capitanía General de Venezuela.
Indiferentemente de la disolución por decreto de unas minorías del lado neogranadino y del venezolano, la Patria de Bolívar y de todos los que forjaron la lucha por la Colombia grande, sigue viva en la conciencia de la mayoría, es decir, en la conciencia popular. No importa, entonces, que hoy los hegemones de turno se preocupen y se ocupen por desaparecer el nombre de Bolívar y de los patriotas libertarios, para enseñarnos desde la ignorancia y la mistagogia que somos otro algo que no somos, porque seguimos siendo colombianos los del lado de allá y los del lado de acá, separados por fronteras que cómo Las venas abiertas de América Latina (Eduardo Galeano: 1971), en las trochas se hace palmaria nuestra vitalidad de una sola Patria y una sola nación.
En el pasado, traidores como José Antonio Páez favorecieron la ruptura y desprendimiento de Venezuela para sus fines crematísticos y vulgares de un caudillo bueno en el fragor de la lucha y pésimo gobernante inculto, improvisado y resentido ladronzuelo amañado con lo ajeno.
Y traidores como Francisco De Paula Santander, pese a su formación culta y buen estratega militar, sucumbió a sus ambiciones personales, a las pantaletas de las Ibáñez como garantes de la incipiente godarria heredera de los peores resabios de la corona española. Este hombre, contribuyó a separar a los hermanos neogranadinos de los venezolanos, con la ayuda y venia de su enemigo, José Antonio Páez, para que cada uno se quedara con lo suyo, cacareando democracias que jamás practicaron, unidos por la envidia, complejos de inferioridad y odio hacia el pequeño gran hombre, el Libertador.
Ambos le hicieron el mandado completo a las burguesías incipientes y ambos desbarataron lo que estamos en el derecho legítimo de reclamar y restaurar: la Colombia originaria y bolivariana, la de la mayoría de sus herederos.
La Nueva Granada que se quedó con el nombre de la Patria, Colombia; y Venezuela recobró sólo el nombre heredado de la antigua Capitanía. A ambas le han sucedido casi dos siglos, es decir, casi 200 años, de levantamientos internos, hambre, miseria y pobreza para la mayoría trabajadora de negros, mestizos y criollos, mientras la oligarquía se consolidó como una gran burguesía parasitaria, allá y acá.
Los resultados materiales, concretos y políticos fueron: pésimos gobiernos y desangramiento de la Gran Colombia con un déficit de todo permanente, en constante tensión con pueblos explotados que se resisten a morir, durante 200 años de republiquetas.
Y cuando ya la burguesía no podía seguir desangrando a los neogranadinos o colombianos parciales, estas burguesías permitieron y promovieron la floreciente empresa del narcotráfico, nacido en lo peor y lumpen de la sociedad con la experiencia económica de la burguesía.
Así fue como narcotraficantes como Pablo Escobar Gaviria y el restos de jefes de los cárteles que hoy siguen aún más consolidados, lograron mimetizarse con la burguesía y se convirtieron en los peores explotadores de los pobres y en sus asesinos despiadados, mientras esta burguesía neogranadina emparentada material, económica, afectiva y socialmente con los capos de la droga, los permeó, deviniendo en una gran fuerza hegemónica del poder político, con un fuerte brazo armado de los paracos, a los que las 17 o más bases militares estadounidenses no toca ni con el pétalo de una rosa. En fin, el negocio de la droga ha generado crecimiento económico de las burguesías parasitarias de la hoy llamada Colombia, con muerte y destrucción de los pobres, que se siguen resistiendo a ese modo de vida que no es la colombianidad, ni el ser neogranadino en su esencia. Esta mayoría que resiste, poco a poco, se hace sentir y por cada muerto del terrorismo de Estado, que es lo mismo que terrorismo de los cárteles de la droga, le suceden más luchadores sociales que florecen en cada rincón, como esperanza de un nuevo amanecer y mejores derroteros.
Del otro lado, desde Páez hasta el presente, ha sucedido una pesada historia de guerras fratricidas, de traiciones y explotación de los pobres, hasta que se descubrió la abundancia del petróleo, como la droga negra que benefició a la burguesía y sembró la cretina fantasía de una Venezuela Saudita, del "ta barato, dame dos" o nuevorriquismo que ayudó a deformar un grueso de la población, que se ha creído el cuento de que la corrupción es algo natural de la condición humana, devenidos a finales del siglo XX, por un sueño de revolución como el espejismo efímero que, al igual que llegó con el huracán bolivariano de Hugo Chávez, igual se fue, quedando este pueblo pegado de la brocha, con la vieja herencia de militares resabiados con ínfulas de sabios y herederos del chavismo, intelectuales inorgánicos celestinos, oportunistas resentidos y corruptos, tanto en el gobierno como en las oposiciones, los que se han encargado de ayudar a hundir aún más a la mayoría de venezolanos, que, también se resisten a ser lo que no son y que mantienen el sueño bolivariano de la Colombia que nos heredó Bolívar.
Esta lucha apenas comienza. Diríamos con Pablo Neruda: Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera.