"Los que viven en el mundo, en la Historia, atados al "presente momento histórico", peloteados por las olas en la superficie del mar donde se agitan náufragos, éstos no creen más que en las tempestades y los cataclismos seguidos de calmas, éstos creen que puede interrumpirse y reanudarse la vida. Se ha hablado mucho de una reanudación de la historia, y lo que la reanudó en parte fue que la Historia brota de la no Historia, que las olas son olas del mar quieto y eterno. Y no reanudaron en realidad nada, porque nada se había roto. Una ola no es otra agua que otra, es la misma ondulación que corre por el mismo mar. Los que viven en la Historia se hacen sordos al silencio. ¿A cuántos les renovó la vida aquel "destruir en medio del estruendo lo existente", pero si se oyó el ruido es porque callaba la inmensa mayoría, se oyó el estruendo de aquella tempestad de verano sobre el silencio augusto del mar eterno".
Habrá que preguntarse si podría tener sentido concebir la provocación deliberada de una crisis para eliminar los obstáculos de carácter político que se le pueden presentar a la reforma. En Brasil, por ejemplo, sea sugerido en algunas ocasiones que valdría la pena avivar un proceso de hiperinflación si con ello se asusta suficiente a todo el mundo para que se acepten los cambios. Me imagino que nadie con un mínimo de perspectiva histórica habría defendido a mediados de los años treinta que Alemania o Japón fueran a la guerra para que recogieran posteriormente los beneficios del supercrecimiento que siguió a la derrota de ambos países. Pero ¿habría bastado una crisis menor para ejercer esa misma función? ¿Es posible concebir una "pseudocrisis" que pueda generar el mismo efecto positivo pero sin el coste de una crisis real?
La expresión "el muro dela deuda" irrumpió súbitamente en nuestro vocabulario. Lo que se quería decir con ella era que, aunque la vida parecía cómoda y pacífica en el presente Canadá gastaba muy por encima de sus posibilidades y, en breve, poderosa compañías de Wall Street como Moody’s o Standard and Poor’s iban a reducir la calificación de nuestro crédito nacional, que pasaría de su inmaculado estatus de "triple A" a otro mucho más abajo. Cuando eso sucediera, los inversores (hipermóviles como son en los tiempos actuales, liberados por las nuevas reglas de la globalización y el libre comercio) no harían otra cosa que retirar su dinero de Canadá para llevárselo a otro lugar más seguro. La única solución, se nos decía, era recortar radicalmente el gasto en programas como el del seguro de desempleo y el de la sanidad. Y eso fue precisamente lo que hizo el Partido Liberal, entonces en el gobierno, pese a que acababa de ser elegido con un programa electoral en el que propugnaba como prioridad la creación de empleo (en resumidas cuentas, la versión canadiense de la "política del vudú")
La histeria del déficit hubiera alcanzado su cúspide, la periodista de investigación Linda McQuaig puso definitivamente al descubierto que la sensación de crisis había sido cuidadosamente alimentada y manipulada por un puñado de "think tanks" subvencionados por los principales bancos y empresas de Canadá, y entre ellos destacaban el C.D. Howe Institute y el Fraser Institute (instituciones que Milton Friedman siempre había apoyado de forma activa y firme). Canadá tenía un problema de déficit, pero no había sido causado por el gasto en el seguro de desempleo o en otros programas sociales. Según Statistics Canada (el Instituto Nacional de Estadística canadiense), su causa había que buscarla en los elevados tipos de interés, que habían disparado la carga de la deuda de un modo muy parecido a como el shock Volcker había hinchado la deuda del mundo en desarrollo durante las años ochenta. McQuaig visitó las oficinas centrales de Moody’s en Wall Street y habló con Vincent Truglia, analista principal y máximo responsable de la responsable de la calificación del crédito canadiense en dicha firma. Y éste le explicó algo asombroso: había recibido presiones constantes de altos ejecutivos de empresas y de entidades bancarias canadienses para que publicara informes críticos con las finanzas de aquel país, algo que él se negó a hacer porque consideraba que Canadá resultaba una inversión excelente y estable. "Es el único país del que me encargo donde, habitualmente, me encuentro con ciudadanos del propio lugar que quieren que se baje la calificación de su país porque, consideran que es demasiado elevada." También dijo que estaba acostumbrado a recibir llamadas de representantes de diversos países que se quejaban de que habías publicado una calificación demasiado baja para sus respectivos créditos nacionales. "Pero los canadienses generalmente menoscaban mucho más a su país que los de otras nacionalidades."
—Este mismo furor que, por buscar lo diferencial y distintivo, domina a los pueblos, domina también a las clases históricas de los pueblos. Y así como es la vanidad individual tan estúpida que, con tal de originalizarse y distinguirse por algo, cifran muchos su orgullo en ser más brutos que los demás, del mismo modo hay pueblos que se vanaglorian de sus defectos. Los caracteres nacionales de que se envanece cada nación son muy de ordinario sus defectos.
¡La Lucha sigue!