El político como líder de servicio

Crece en el mundo la decepción y la desilusión ante la política que, con demasiada frecuencia, se ha ido alejando de la ética y fue penetrada por la corrupción y la inmoralidad pues se entendió ya no como un medio para servir a los demás, como es su objetivo, sino como ocasión de lucrarse y servir a sus intereses y los de los suyos. Esto permitió la entrada a la política de personas ambiciosas e inescrupulosas, carentes por completo de principios éticos; y de líderes populistas y mesiánicos que explotaron el miedo y la rabia de los pueblos con propuestas seductoras de cambios irreales que terminaron agrandando los problemas en lugar de solucionarlos.

Vengo manteniendo que debemos asumir la profunda crisis que vivimos en Venezuela como una ocasión para refundar el país y convertirlo en un modelo de eficiencia, productividad y equidad. Por ello, como suelo repetir, yo no quiero una Venezuela ni de la cuarta ni de la quinta república; quiero una Venezuela de primera.

La refundación del país pasa por entender la política como un liderazgo de servicio, cuya prioridad mayor es servir a otros. Servir es el primer valor. Lo primero no es mandar o tener poder. Se trata de una opción personal que busca hacer que otros se sientan y vivan mejor y deseen a su vez convertirse en servidores, es decir, en genuinos ciudadanos comprometidos con el bien común. Saben y aceptan que no están ahí para servirse a sí mismos, sino que su objetivo es servir las necesidades de aquellos a quienes se sirve. Porque conoce sus fortalezas y también sus debilidades, el líder de servicio se rodea no de personas serviles, sino de personas competentes y honestas, los mejores. Prefiere la competencia y la autonomía a la fidelidad.

Ejemplo de vida, el líder de servicio, lidera e inspira, no vive de espaldas a los demás y comparte sus sufrimientos y carencias. Satisfacer las necesidades de otros es el centro de la tarea del liderazgo de servicio. Porque el líder se pregunta qué puede hacer por los demás, escucha y entiende a las personas, es capaz de oír los gritos de la miseria y el sufrimiento, y se dedica a enfrentar con valor las necesidades prioritarias de la gente. Entiende que su papel es sumar soluciones, restar dificultades, multiplicar los bienes y servicios y dividirlos entre todos. Vive con serenidad los momentos difíciles y no pierde nunca el control ni ofende o amenaza. En consecuencia, se dedica por entero a la resolución de los problemas esenciales y asume sus responsabilidades sin culpar a otros. Para ello, invita a participar a todos aquellos que tienen saberes y competencias sin importar su militancia partidista. Es duro con los problemas y sereno con las personas. No tolera la menor sospecha de deshonestidad y aleja del cargo a los incompetentes, a los soberbios, a los ambiciosos, a los que empiezan a llevar una vida ostentosa, o que buscan ser admirados o temidos. Como asume que su liderazgo se orienta a mejorar la vida de las mayorías y a buscar el bien común, trabaja por dejar las cosas mejor de lo que estaban antes. Y si no lo logra, reconoce con humildad su incompetencia y se retira del cargo, o al menos favorece la realización de elecciones equitativas, transparentes y muy participativas. La obcecación de seguir en el cargo y la negativa a reconocer que sus medidas no resuelven o más bien agudizan los problemas, demuestra soberbia e insensibilidad.



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Antonio Pérez Esclarín

Educador. Doctor en Filosofía.

 pesclarin@gmail.com      @pesclarin

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