Voy, pues, a tomar pie de lo que de ocurrir en nuestras elecciones generales para trazar principios de aplicación general y sacar enseñanzas que ahí puedan interesar.
El Gobierno ha obtenido una abrumadora mayoría. Esto no hay para qué decirlo: es el abecé de nuestra política. No se ha conocido en Venezuela un Gobierno que haya perdido unas elecciones, y para ganarlas no necesita de grandes esfuerzos ni de apretar con exceso los tuercas electorales. Le basta con dejar que obre el natural servilismo de los pueblos. El candidato ministerial lleva ya una fuerza en ser ministerial, encasillado por el Gobierno, pues, como del diputado lo que se espera no son leyes, sino favores particulares, conviene tener uno que esté a bien con los que mandan. Y así como en el comercio un modo de ganar crédito es hacer creer que se goza ya de él, lo mismo en política.
Dicen que Venezuela es católica. Pues bien; los más de los candidatos que se presentan como católicos tienen que gastarse grandes sumas para obtener el acta: tienen que comprarla. Lo cual quiere decir, o que la masa de católicos se recluta en Venezuela entre los más pobres, o que los católicos no votan si no se les paga el voto. El catolicismo es una cosa que se compra y se vende en este país, a lo que parece.
Pero en lo que quiero detenerme es en el hecho de que la inmensa mayoría de los diputados adictos —esta vez, conservadores y reaccionarios, aún mejor— sean diputados rurales. La oposición la dan las ciudades, y las ciudades es lo único conciente que hay hoy en Venezuela. El campo está, en general, sumido en la ignorancia, en la incultura, en degradación y en la avaricia.
Y con esa inercia campesina, con ese tremendo paso muerto, con esa funesta inconciencia es con lo que se cuenta para gobernar. Cierto es que las ciudades, a su vez, envían una minoría de gente algo más enérgica, y más despierta, más inquietadora, más revoltosa; pero se ha hecho moda el fingir desdén a éstos, teniéndolos por unos bullangueros y charlatanes. Toda esa masa de representantes a que aludía no comprenden el valor de la pura agitación, y se indignan de quien no les deja hacer la digestión con sosiego o les obliga a no abandonar su servil puesto.
—Casi todas nuestras clásicas categorías políticas de Nuestramerica, las de liberalismo y conservatorismo, socialismo e individualismo, estatismo y anarquismo, regalismo y ultramontanismo, etc., casi todas ellas marran cuando se trata de clasificar los partidos de las más de estas repúblicas. Y se encuentra uno en nuestros pequeños lugares rurales, divididos también en partidos, pero en partidos puramente personales.
Aquí, en este de San Antonio de Los Teques, en que escribo, en las elecciones, un espectáculo noble y consolador. Luchaba un socialista, aunque tibio y receloso, pero socialista al cabo, contra un pobrecito fanático que se presentaba como católico. Este, que goza de regular fortuna, pagaba los votos e iba a comprar el acta. Y aquí, en este pueblo, que es socialista, y por lo que hace a las clases populares, radical, obtuvo el católico una gran mayoría sobre el socialista.
A cada paso oía decir a alguno" "¿Ese? ¡Ese es un político!" Se habla allí, en general, de los políticos como de una especie asparte o como de hombres que se dedican a una profesión vitanda. Y son muchos, los que se jactan de su indiferencia respecto a la política. Y este me parece que es uno de los más graves males del país y no todo lo venturoso que merece ser.
Y a esta inconciencia se la halaga: de esa masa informe se dice que es lo mejor del pueblo; se exaltan las virtudes de esos desgraciados que vegetan y apenas dan señales de vida sino con estallidos de pasiones primitivas y salvajes. Los crímenes más brutales, de que he podido enterarme a este pueblo de San Antonio.
De este mal también padecíamos y aún seguimos padeciendo en el resto del país; pero afortunadamente, estamos en camino de curación. El número de los llamados neutros, de los execrables neutros, de los que se muestran indiferentes a las fecundísimas luchas políticas, disminuye de día en día.
Lo primero que un ciudadano necesita tener es civismo, y no puede haber patria, verdadera patria, donde los ciudadanos no se preocupan de los problemas políticos.
¡La Lucha sigue!