Destinos egregios y anormalidad

"Los ‘mejores’ de una familia, suelen ser, como los ‘peores’, la expresión de una insatisfacción personal. Prueba de ello son las numerosas estadísticas que existen sobre el particular, sobre la incidencia de neurosis en los diversos estratos sociales. Lejos de lo que nadie puede imaginarse, hay más neurosis en los grupos sociales superiores que en los menos inferiores, como hay más neuróticos de las poblaciones intelectuales y universitarios que en la las medias y la laborales."

Los hechos excepcionales corresponden a hombres excepcionales. Excepcionales en su talento, en su perseverancia, en su codicia o en maldad. Para alcanzar ciertas posiciones en la vida y mucho más en la historia, hay que hacer un derroche de cálculo, en energía y valor. De lo contrario se sucumbe en el camino. El éxito en la posesión depende fundamentalmente del temple anímico proyectado hacia una recia caracterología.

El talento sin reciedumbre se marchita. Jamás logra su propósito de ahí que las figuras más egregias de la humanidad, y en especial en el campo de la política y de la riqueza, más que talento y superdotación, tenían una vocación obsesiva por el poder y una singular sequedad de corazón.

El hombre normal -escribe Sarró- toma los fines como provisionales. Si una le falla perseguirá el inmediato, en virtud de la capacidad de adaptación y productividad que le es inherente. Muy distinta es la condición del neurótico. A consecuencia de una imagen directa de su carácter, se aferra a un fin finito como a una tabla de salvación.

-La rigidez de las relaciones es uno de los síntomas más constantes de la personalidad anormal.

La posibilidad de amar a otros es lo que debilita al hombre, quien es capaz de amar está obligado a la renuncia. Se renuncia a la competencia y a la agresividad excepcional que exige el éxito de ciertas empresas. Se renuncia para no perder la gratificación afectiva del semejante. Por eso el hombre que ama suele ser un hombre quieto, resignado o adaptarse a su circunstancia sea buena, simple o adversa. El hombre que no ama, por el contrario, es un hombre libre. Carece de lastres que debiliten su marcha. Si la incapacidad de amar aúna una fiera voluntad de poderío y una instrumentación suficiente para el logro de sus propósitos, el camino del éxito le queda expedito.

Por eso, la psicopatía y la superdotación suelen ser los padres del hombre genial. Sin esa fiera voluntad de poderío, sin ese "no distraer" que caracteriza al ambicioso de poderío y fama en la búsqueda de sus propósitos, la mejor de las aptitudes se puedan sin florecer y a mitad de camino.

De ahí que creamos -con numerosos autores- que sólo les los hombres excepcionales inquietos e insatisfechos sean los únicos capaces de abocarse a realizar una obra excepcional o que al no aceptar la circunstancia en que han nacido, porque ella los ahoga o creen que en eso radique su malestar, tratan de elevarse a toda costa por encima del mundo que les fue fijado de antemano.

En las sociedades civilizadas de nuestro tiempo, el éxito, fracaso o medianía social depende sustancialmente del bagaje intelectual que se posea.

Se destacan en los respectivos campos, por más que se arguya lo contrario, los m de más inteligentes. Si como hemos dicho, es la psicopatía o la insatisfacción constitucional lo que lanza fundamentalmente al hombre extraordinario a sus empresas excepcionales, tenemos que aceptar que en nuestro tiempo el privilegio excepcional es expresión, en la gran mayoría de los casos, de la superdotación intelectual de algunos psicópatas.

Si en las sociedades civilizadas, contemporáneas o no, el éxito depende en forma esencial de la capacidad intelectual de un sujeto, cabe preguntarse si la inteligencia tendría el mismo valor en las sociedades guerreras y bárbaras que se suceden a la de los árabes en España o a la caída del Imperio de Carlo Magno.

En una sociedad amenazaba el más importante no es quien muestra habilidad para la vida pacífica, sino el que exhiba mayores cualidades defensivas o agresivas, es decir el guerrero. En el campo de batalla, con excepción de la astucia, poco valen los factores intelectuales. El mejor no es el más sabio, ni el más reflexivo, ni el que le arrebata a los hombres y a la naturaleza sus secretos. El mejor es el más violento, el más agresivo, el que muestra más coraje o el que inspire mayor temor a sus enemigos.

El líder guerrero al que surge en las sociedades pacíficas. Si en las últimas, la virtud suprema es el talento, en las primeras tiene que ser necesaria mente la violencia y su habilidad para moverse en los campos de la destrucción y de la muerte. Si el hombre normal, como tenemos dicho, es antetodo un hombre quieto que acepta su circunstancia sin rebelarse contra ella, preguntémonos: ¿Qué clase de hombres podían ser los que, en tiempo de barbarie, aparte de mostrar extraordinaria habilidad en la dialéctica agresiva, eran al mismo tiempo insatisfechos y de una tenaz y agresiva ambición de poderío?

Erasmo decía: "…los pillos, los asesinos, los imbéciles, en fin, los que forman la escoria de las sociedades, son los que pueden inmortalizarse por su coraje y recoger los laureles de la victoria, laureles que jamás podrán ser cortados por los filósofos, por mucha que fuese su sabiduría".

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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