Solo un sistema electoral delegativo, y una ciudadanía que a lo largo de su historia ha dado muestras de su escaso interés por la política, como el existente en la nación del Tío Sam, podía hacer posible la elección de un "personaje" como Donald Trump. Elección que, al igual que las de Clinton, Bush y Obama; y después de la de él, la de Biden, no fueron más que la respuesta de un electorado que se sentía agotado de oír el mismo discurso, las mismas promesas. Fue un voto para la persona y no para el sistema político estadounidense.
Donald Trump, es un producto salido de un laboratorio. Es un claro ejemplo de la advertencia de Lipovetsky, según la cual "el ideal moderno de subordinación de lo individual a las reglas racionales colectivas ha sido pulverizado".
A Trump hay que reconocerle la consecuencia con su propuesta de programa de gobierno; cuyo planteamiento central fue el de devolverle a Estados Unidos su grandeza, su Make American Great Again. A finales del año 2017, el mandatario estadounidense le presentó al país, y al mundo, su Estrategia para la Seguridad Nacional. Estrategia que tuvo como pilares fundamentales: proteger el territorio y la forma de vida de los estadounidenses; favorecer la prosperidad del país; preservar la paz mediante la fuerza; y promover la influencia de EEUU en el mundo. Para hacerlos realidad, Donald Trump, profundizó la puesta en práctica de acciones fascistas y terroristas, como son las opciones militares y las criminales medidas coercitivas unilaterales, comúnmente conocidas como sanciones.
El objetivo, de dicha estrategia, no era otro que devolverle a Estados Unidos su rol hegemónico. Por lo que, era necesario recuperar los espacios que -años antes- habían girado en torno de su órbita. Para lo cual, la potencia imperial debía involucrarse en una confrontación con las potencias emergentes, con la intención de recuperar el terreno perdido en el ámbito de las nuevas tecnologías y la innovación; así como, adecuar su competencia, básicamente, con Rusia y China en la conquista del ciberespacio y el espacio.
Pues bien, el gobierno supremacista de Donald Trump, entendió que, para hacer realidad su Estrategia de Seguridad Nacional, le resultaba necesario controlar a los países Latinoamericanos y del Caribe y, de manera particular a Venezuela. No solo para dar demostración de su poder en la región; sino, para hacerse de las riquezas naturales estratégicas que poseemos, tal cual como lo confirmó recientemente la jefa del Comando Sur de Estados Unidos, Laura Richardson.
No debe haber ninguna duda, el gobierno de Donald Trump fue una victoria de los movimientos regresivos, ultraconservadores, nazi-fascistas y del populismo de extrema derecha en esa nación. Durante su gobierno, el capitalismo neoliberal alcanzó su máxima dimensión totalitaria. Se violaron todos los principios de la ética humana. Se pusieron en práctica todos los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad, de los cuales nos habló Freud, con toda su violencia y perversidad.
Es por ello que, el libro de Mike Pompeo (2023): Never Give an Inch (Nunca Ceder una Pulgada); al igual que el de John Bolton titulado: La habitación donde sucedió: Un relato desde el corazón de la Casa Blanca (2020), constituyen testimonios que comprueban los planes injerencistas, desestabilizadores, golpistas y terroristas que los gobiernos supremacistas de Estados Unidos han implementado desde 1999, con la intención de impedir la consolidación de la Revolución Bolivariana. Planes antidemocráticos y colonialistas del imperio que no eran, como algunos apatridas han afirmado, conductas paranoicas de nuestra parte.
Nada nuevo se dice en ambos libros que los venezolanos no conozcamos; si, las afirmaciones expuestas en ellos las hemos vivido durante estos veintitrés años, y explican la situación que vivimos. Por lo que, Bolton y Pompeo, en sus libros, confiesan no solo sus pecados, sino los de otros pecadores que, como los sectores de la derecha venezolana apoyan las acciones injerencistas contra Venezuela.
En su confesión, Bolton y Pompeo desnudan a todos esos "zaparapandosos" organismos internacionales y gobiernos lacayos de los gobiernos supremacistas de EEUU que se prestaron, y aun se prestan, para el derrocamiento del Presidente Nicolás Maduro e impedir el triunfo de la Revolución Bolivariana. Son pecadores eternos. Por eso, para su confesión no encuentran confesor ni confesionario.