Domingo, 11 de junio de 2023.- La Juga o La Juguita.
Si usted se acuerda de este preciso término sabe de lo que le estoy hablando.
Si no se acuerda, intentaré explicárselo en estas breves y redondeadas líneas.
Espero que se le alboroten los recuerdos y se asome una sonrisa en esos labios, todavía curiosos, de viejitos cascarrabias que con mucho orgullo poseemos.
La Juga o La Juguita, mis queridos y queridas lectores domingueros, era una metra, la preferida, la metra que hace muchos años preferíamos usar, casi a diario, cuando nos encontrábamos para jugar con los amigos, en este caso, con los amiguitos ya que éramos todos niños, con algunas excepciones, donde también se agregaban algunas niñas, y nos reuníamos sin previa cita pero con sorprendente puntualidad en algún terreno que quedaba generalmente muy cerca de donde vivíamos y que solía ser polvoriento y con diferentes características que iban de lo plano a pequeñas elevaciones, además de la sesión que llamábamos de huequitos, donde según recuerdo se jugaba además de rayo, lo que llamábamos pepa y palmo, eso sí, terreno casi siempre muy polvoriento y domesticado por su frecuente uso.
También se permitía en ese entonces jugar un poco en los recreos de los colegios.
La Juga era la preferida, La Juguita, con la que jugábamos mejor y no pelábamos un tiro, un acercamiento al rayo o una persecución despiadada y con la cual, sobre todo los buenos jugadores, solíamos ruchar a los compañeros de juego de metras.
Comprábamos las metras en los abastos y en la quincalla del Chino, el papá del chino Luis, que no eran chinos sino japoneses, baratas y de muy buena calidad.
Juego de metras o de Las Canicas como las llamaba mi abuela Doromilda Osuna de Peralta, de la cual tengo un imborrable recuerdo, esposa de mi abuelo materno don José Peralta y quien al igual de muchas abuelas y tías de ese entonces elaboraban una bolsa, una bolsita, en la cual los muchachos de la época llevábamos nuestros tesoros, nuestras metras de distintos colores y tamaños, las habían muy grandes que llamábamos golondronas y las de tamaño regular.
La juguita la guardábamos en los bolsillos del pantalón y muy cerca de nosotros, con expresa prohibición de que no se perdiera o se extraviara.
Hay algo que apareció hoy en mi memoria, de improviso, sin avisar y es el sonido que se escuchaba en el medio del sitio donde jugábamos, que solía ser siempre el mismo, el sonido que se escuchaba como un concierto de metras chocando unas contra otras cuando esa cantidad de muchachos, no éramos muchos, empezaban a caminar y moverse en el espacio donde jugábamos.
Recuerdo a los compañeros que al igual que nosotros solíamos acercarnos al campo de batalla, al sitio donde jugábamos, quise decir, con una bolsa de metras, que podía ser una vieja y fuerte media y que al caminar producía un característico sonido que hoy no sé por que, amanecí recordando.
Sonaba como un concierto de vida y de alegría en el juego, aderezado de discusiones por las distancias y por cualquier otra cosa que ameritara tomar decisiones sobre quien tenía la razón en determinado momento del juego.
Todos opinábamos y solía lograse un consenso que permitía el seguir jugando.
Había reglas claras y definidas, que no recuerdo con precisión, pero que funcionaban y hacían fluir la actividad hasta que se acababa cuando las mamás y las encargadas de los muchachos comenzaban a llamarlos para bañarse, sacarse el tierrero e ir a comer.
Juego de metras de la primera infancia, inicio de una existencia que pasa a la velocidad del rayo, pero que disfrutamos sanamente.
Y usted, ¿se acuerda de su juguita?